Johnny Hallyday… Cruzando el paraíso

Tenía que ser un París otoñal el que despidiera a Johnny Hallyday.

En las copas recortadas de los árboles que flanquean la Avenue des Champs-Elysées, las hojas de arce lucían tonos marrones. Las aceras aún conservaban la humedad de la madrugada y reflejaban los pasos de quienes, ignorando el frío, salieron antes del amanecer en busca de sitio a lo largo de la avenida o en el entorno de la Église de La Madeleine. A las 11 de la mañana estaba prevista la llegada del cortejo fúnebre a la Place Charles DeGaulle (l’Étoile). No había de ser un funeral de Estado, pero casi. O quizá fuera algo más grande.

En junio de 1993 Johhny Hallyday atravesó la multitud caminando por el césped del Parc des Princes, para alcanzar el escenario donde celebraría su cincuenta aniversario con un show formidable. El ídolo pisaba el suelo a la misma altura que sus admiradores y entre ellos. Una verdadera osadía que puso a prueba a su equipo de seguridad.

Ayer volvió a hacerlo, escoltado por motocicletas policiales y un escuadrón de cientos de bikers con el corazón roto. Descendió, entre su público, a través de los Campos Elíseos. Johnny Hallyday se despedía, literalmente y de acuerdo con la mitología griega que los describe como el lugar donde los guerreros heroicos disfrutan de una existencia dichosa, cruzando el paraíso.

 

 

(A 10 de diciembre, el día después. Con el corazón algo más sosegado)

Desde el miércoles 6 de diciembre, cuando después de semanas de incertidumbre y temor se confirmó la muerte de Johnny Hallyday en su residencia de Marnes-la-Coquette en los Altos del Sena, las emociones basculaban entre la rabia y la incredulidad. Rabia al considerar que, dados los precedentes de longevidad activa de algunos ídolos franceses (Chevalier, Salvador o el superviviente Aznavour), Johnny parecía haberse ido demasiado joven. Es algo a lo que los últimos años nos están acostumbrando, si es que a algo así puede uno habituarse: la pérdida de artistas de largo recorrido cuando por su edad y su experiencia más tienen que decir (y con mayor sinceridad, porque las arrugas desbaratan las imposturas). Incredulidad porque, a lo largo de su carrera, Johnny ha contado con recursos escenográficos espectaculares y este se nos antojaba otro golpe de efecto. No podía desaparecer sin más. Con todas nuestras fuerzas lo queríamos capaz de revertir la ausencia. Tampoco era la primera vez. Como él mismo le dijo a Amanda Sthers en 2013, «la première fois que je suis mort, je n’ai pas aimé ça, alors je suis revenu».

En los días siguientes se fueron desvelando los detalles del homenaje que se le ofrecería en París. La fecha elegida, el sábado 9 de diciembre. Ese habría de ser el día en que no quedaría más remedio que asumir la realidad. El corazón pedía a gritos estar allí para mezclarse en el último aplauso. Ocupar y defender ese espacio tan querido en salas y arenas cuando, aún sintiéndote insignificante entre la multitud, su mirada parecía cruzarse con la tuya y sabías que incluso en un estadio abarrotado cantaba solo para ti.

Desde antes de amanecer, cientos de admiradores (pronto miles y hasta más de un millón de acuerdo con el cálculo final) se apostaron en diferentes puntos del recorrido previsto: a los pies del Arc de Triomphe, en las aceras de la Avenue des Champs-Elysées (salpicada de pantallas gigantes), en la Place de la Concorde frente al lujoso Hôtel de Crillon o tan cerca como fuera posible de las escaleras que conducen bajo las columnas de La Madeleine. Sobre ellas aparecía dispuesta una sobria decoración floral. La parte derecha de la fachada quedaba parcialmente oculta por un cartel gigante con un retrato en blanco y negro de Johnny. La elección de fotografías que decoraban el templo resultaba acertada. En ocasiones luctuosas se suele optar por imágenes de una juventud lejana y congelada por el tiempo. Como si la felicidad solo pudiera alcanzarse cuando uno es joven y la vida se empeña en perdonarlo todo. Pero en La Madeleine se vieron fotos de las sesiones realizadas para ilustrar recientes álbumes de estudio como L’attente (2012) o De l’amour (2015). En ellas se apreciaba la expresión tranquila de un hombre feliz. Con una vida por fin en orden, en un momento muy dulce. Su mirada felina siempre ha sido impactante pero nunca tan sincera, conmovedora y serena —sabia, quizá— como en los últimos años.  Una mirada de león viejo y protector.

La última mirada de Johnny Hallyday a sus fans desde la fachada de La Madeleine, tan conmovedora y hermosa como su voz.

Sobre las 09:40 de la mañana la cancela abierta de La Savannah, en Marnes-la-Coquette (Hauts-de-Seine), dejaba salir varios vehículos de lunas tintadas ocupados por la familia Hallyday y sus íntimos.  Pasadas las diez llegaron al complejo funerario de Mont Valérien, en Nanterre. De allí volverían a partir escoltando el coche fúnebre con el cuerpo de Johnny Hallyday hasta el centro de París.

Casi a la misma hora se ultimaba la organización de la masiva concentración de bikers junto a Porte Dauphine para aguardar la llegada del cortejo. Habían llegado de toda Francia sobre sus monturas y el cosquilleo en las tripas podía recordar a los momentos previos a la apertura de puertas de un concierto. Ese instante de triunfo en que las horas de espera tienen su recompensa porque el espectáculo comenzará en breve. Pero en realidad tan diferente porque, al contrario, esta vez el espectáculo estaba a punto de terminar.

El ambiente a lo largo del trazado de la comitiva no parecía todavía fúnebre. En los grupos reunidos, los admiradores lucían cuero y camisetas con imágenes que sintetizaban sesenta años de música, éxito y amor para cuatro generaciones. Aislados primero y luego confundidos al crecer la aglomeración, compartían vivencias y emociones. Unos abrazaban objetos, piezas escogidas de sus colecciones entre el fetiche y la reliquia. Otros lanzaban al aire gélido los estribillos más accesibles (Que je t’aime o Allumer le feu) o una llamada a su ídolo (Johnny, Johnny, Johnny!) que, rápidamente, se extendían avenida abajo como un grito de guerra.

11:28. Sylvie Vartan llega a la Madeleine.

Sobre las 11:30 empezaron a dejarse ver rostros conocidos en La Madeleine. De los primeros, Sylvie Vartan (en la memoria de todos sigue aquella pareja de cuento de hadas, de ensueño, de tentación y desespero), David Hallyday (hijo de Johnny y Sylvie) y Laura Smet con su madre, Nathalie Baye (segunda esposa de Johnny). La reunión del clan Hallyday y el abrazo de Vartan y Baye empezaba a dar significado al despliegue: de verdad esto es una despedida, parecía decir. Un punto de inflexión (que no un final) de una prolongada historia de amor.

Cruzando el paraíso. El ataúd blanco con el cuerpo de Johnny Hallyday baja por la Avenue des Champs-Elysées.

Pero es la aparición del coche fúnebre lo que alterará el ritmo de los latidos y dinamitará la cabeza.

Hemos visto a Johnny descolgarse desde un helicóptero sobre la cubierta del Stade de France, descender con un brazo grúa de varias decenas de metros en el Parc des Princes, aparecer dentro de un puño mecánico en La Zénith, pelear en un ring de boxeo en el Palais des Esports, salir de una calavera gigante en el Omnisports de Bercy, aterrizar en una nave espacial en el Pavillon de Paris, llegar a bordo de un Hummer a la Tour Eiffel , correr en Montecarlo y en Senegal y hacer la Route 66 sobre una Harley.

Ayer la vida nos obligó a contemplar un ataúd blanco. Tan permanente. Tan silencioso. Tan definitivo.

Pero ese silencio duró poco. Johnny, como era presumible, quería (y merecía) un funeral rock con música y ruido. A las 11:36 el cortejo pasó por Porte Dauphiné y centenares de motocicletas se unieron para envolver a Johnny con el cariñoso rugido de sus motores y el olor de gasolina y goma quemada. A lo grande. A lo Hallyday.

Centenares de bikers siguen al coche de Johnny por la Avenue des Champs-Elysées. Cruzando el paraíso.

El cortejo fúnebre realizaba paradas a lo largo de los Champs-Elysées para ajustar los tiempos y facilitar a los congregados su último encuentro con Johnny.

Desde un pequeño escenario delante de las escaleras de La Madeleine, la banda y coristas que acompañaron a Johnny Hallyday en sus últimas giras se sumaron al estruendo de las motocicletas. Por la megafonía instalada en la avenida se derramaban los grandes éxitos de su carrera. La decisión quizá fue difícil, ya que hubiera resultado más simple usar grabaciones y que la voz de Johnny inundara el centro de París una vez más. Pero la opción de interpretar versiones instrumentales en directo permitió a sus admiradores completar el tributo. Un detalle sutil y hermoso: en el centro del escenario se podía ver una guitarra apoyada en su soporte y el micrófono de Johnny. Nada más impresionante que un micrófono vacío y un instrumento silenciado.

Los músicos y coristas de Johnny Hallyday delante de La Madeleine. En el centro del escenario, un micrófono vacío y una guitarra muda.

Con Yarol Poupaud y Robin Le Mesurier al frente, interpretaron Toute la musique que j’aime, L’envie, L’idole des jeunes, Le pénitencier y Noir c’est noir dejando que una vez más el público pusiera la voz y la pasión.

Entonces llegó uno de esos momentos que luego, al ser evocados, se recordarán como si el tiempo se hubiera detenido. Sonaba Gabrielle y Greg Zlap se lucía con su solo de armónica. La multitud cantaba y levantaba los brazos en alto con las muñecas cruzadas al repetir la línea «…et j’ai refusé, mourir d’amour enchaîné». Es un gesto clásico e imprescindible, un ritual en los conciertos de Hallyday.  A las 12:15 del 9 de diciembre de 2017 miles de brazos se encadenaron por última vez delante de un micrófono vacío. Empezaba a sentirse el peso en el corazón. La sensación de última oportunidad. El sentimiento de pérdida. El dolor ya podía hacer lo que quisiera con nosotros.

Siguieron Ma gueule, Quelque chose de Tennessee y Allumer le feu, mientras la pareja SarkozyBruni llegaba a La Madeleine. Después O Carole y la estremecedora Marie (imposible quitarse de la cabeza su videoclip con Hallyday caracterizado de soldado que escribe cartas atormentadas en medio del combate). Françoise Hollande llegaba entonces al templo.

Pero lo más intenso estaba por venir.

El coche con el cuerpo de Johnny en su ataúd blanco se detuvo a la entrada de la Rue Royale, encarando La Madeleine mientras sonaba la pasional Requiem pour un fou… («…mon ciel c’était ses yeux, sa bouche… ma vie c’était son corps, son coeur»).

El coche de Johnny entra en la Rue Royale. Detrás, la Place de La Concorde y la Assamblée Nationale. En el aire helado, Requiem pour un fou.

Un cordón de policías flanqueaba de extremo a extremo la Rue Royale. David Hallyday y Laura Smet se situaron a los pies de las escaleras de La Madeleine, cogidos de la mano, para recibir el coche que traía a su padre. A ellos se unió el matrimonio Macron, recién llegado al templo.

Laura Smet y David Hallyday aguardan la llegada del coche de Johnny delante de La Madeleine.

Después del bullicio y la celebración del rock y los motores, un silencio reverente con el aliento y la vida contenidos se adueñó de las calles de París. El coche de Johnny avanzó despacio por la Rue Royale y ramos de flores espontáneos cayeron sobre el capó del vehículo.  El silencio seguía siendo sobrecogedor cuando Laeticia Hallyday y las hijas de la pareja, Jade y Joy, se situaron detrás del coche fúnebre para acompañarlo a pie en los últimos metros del recorrido.

Laeticia Hallyday arropa a Jade y Joy detrás del coche de Johnny.

El encuentro de las tres ramas de la familia Hallyday junto a la verja de La Madeleine resultó emocionante. Abrazos, gestos y miradas de los que también participaron Emmanuel y Brigitte Macron. Cerca de ellos se reunían, a modo de comité de recepción, los familiares y amigos. Entre ellos Jean Reno y Line Renaud, que habían llegado en coche formando parte del cortejo.

Seis porteadores elevaron el féretro blanco y lo depositaron en el descansillo de la escalinata de La Madeleine, próximo a un estrado preparado para el presidente de la República (fuera del templo, para mantener la distinción entre Estado e Iglesia). A las 13:00 Macron pronunció un elogio a Johnny que comenzó apelando a la fidelidad de sus seguidores: «…près de soixante ans de carrière, mille chansons, cinquante albums et vous êtes encore là, toujours là». Sus palabras se mezclaban con la insistente llamada de los fans: Johnny, Johnny, Johnny!

Macron sobre Johnny Hallyday: «Johnny était à vous, Johnny était à son public, Johnny était au pays. Parce que Johnny était beaucoup plus qu’un chanteur, c’était la vie».

Durante la intervención del presidente se pudo apreciar otro detalle emotivo. Laeticia Hallyday, parapetada detrás de sus gafas de sol, acogía protectora a Jade y Joy con su brazos. En ese gesto su abrigo se abría y dejaba ver el colgante que Johnny, desde la segunda mitad de su Flashback Tour (2006-2007), ha lucido durante los diez últimos años sobre el escenario y en los momentos privados pero compartidos. Fue el símbolo que ilustró su disco de 2011 Jamais seul, después de los graves problemas de salud que estuvieron a punto de retirarlo al terminar su Tour 66 de 2009. Ese guitarrista crucificado era hasta ayer una pieza indisociable del look de Johnny. Encontrarlo sobre el pecho de otra persona resultó una prueba más, discreta pero demoledora, de su partida. Johnny no está. Se ha ido.

Laeticia Hallyday luce el colgante con el guitarrista crucificado de Johnny.

Al terminar el elogio del presidente los seis porteadores cargaron el ataúd blanco y salvaron el resto de escalones hasta las puertas abiertas de La Madeleine. En un impulso inevitable, los amigos de Johnny sustituyeron a los porteadores al entrar en el templo. Difícil no emocionarse al ver, por ejemplo, a Yarold Poupaud o Yodelice (Maxime Nouchy) cargarlo sobre sus hombros.

Entrada del ataúd de Johnny Hallyday en La Madeleine.

El ataúd entró en la Église de La Madeleine con L’hymne à l’amour de fondo. La popularizó Édith Piaf en 1950. La usó el propio Johnny para cerrar los espectáculos durante su Lorada Tour de 1995. Johnny también la compartió a dúo con Sylvie Vartan, como invitado en su show del Olympia de París en 2009. Dentro del templo, fue Yvan Cassar (artífice del sonido más sinfónico de Johnny desde 1998) quien la interpretó al piano acompañado por el llanto del violonchelo de Gautier Capuçon.

Mientras los asistentes terminaban de ubicarse en sus lugares, el ataúd quedaba dispuesto ante el altar decorado con un corazón de flores blancas.

A la derecha frente al altar, Nathalie Baye, Laura Smet, David Hallyday y Sylvie Vartan.
A la izquierda, Laeticia Hallyday, Jade y Joy. Fuera de plano, a su lado, el actor Jean Reno.
Eddy Mitchell, el otro vieille canaille, en La Madeleine. Amigo de Johnny desde los tiempos de La Trinité y el Golf Druout. Su dúo C’est un rocker (en el álbum La même tribu) se convierte en la última canción publicada en vida por Johnny Hallyday. Delante de él, con el dolor en el rostro, Yodelice.

Monseñor Benoist de Sinety, vicario general de la Archidiócesis de París, dio principio a la ceremonia. 

El primero en tomar la palabra para rendir homenaje a Hallyday fue Philippe Labro, escritor y autor de la letra de algunas canciones célebres interpretadas por Johnny como Fils de personne (adaptación de Fortunate son de Creedence Clearwater Revival), Oh! Ma jolie Sarah o Pardon

Después Daniel Rondeau, también escritor y periodista, situó a Johnny en el podio de la mitología francesa, entre DeGaulle y Tintín.

Philippe Labro, escritor, letrista y amigo, rinde homenaje a Johhny Hallyday en La Madeleine.

Durante la ceremonia en el interior de La Madeleine, la música también iba a tener protagonismo indiscutible. No podía ser de otra forma. Yarol Poupaud, Robin Le Mesurier, Yodelice y Matthieu Chédid se colgaron sendas guitarras acústicas y se situaron a los pies del ataúd. Mientras interpretaban una versión instrumental de Je te promets, las hijas de Johnny y Laeticia, Jade y Joy, y los nietos de Johnny, Emma, Ilona y Cameron, depositaron velas sobre la tapa del féretro.

De izquierda a derecha: Robin Le Mesurier, Yarol Poupaud, Yodelice y Matthieu Chédid.
«Je te promets ma vie, de mes rires à mes larmes… plus jamais des adieux rien que des au-revoirs».

El turno fue después para la actriz y cantante Marion Cotillard, seguido de la interpretación acústica de O Carole por Yarol, Robin, Yodelice y Matthieu. La música de Chuck Berry sonando en el interior de una iglesia durante un funeral. ¿Alguien esperaba otra cosa de le dérniere adieux a Johnny Hallyday?

Marion Cotillard.

Monseñor Benoist de Sinety también pronunció un elogio a Johnny, que terminó con un rotundo «que je t’aime, que je t’aime, que je t’aime».

Carole Bouquet, la actriz que protagonizó junto a Fernando Rey Ese oscuro objeto del deseo de Buñuel, expresó diferentes dedicatorias y agradecimientos (abarcando desde la familia y amigos hasta el equipo médico que asistió a Johnny), adornadas con breves insertos musicales de los cuatro guitarristas. Alternando con sus palabras sonaron Retiens la nuit, Toute la musique que j’aime (irresistiblemente acompañada por las palmas de los asistentes), Mistery train, Quelque chose de Tennessee, De l’amour y Que je t’aime (alargada con un reprise).

Jean Reno, a petición de las pequeñas Jade y Joy, declamó el poema de Jacques Prévert L’escargot, conocido en español como La canción para dos caracoles que van a un entierro (de una hoja seca).

Siguió la intervención del cantante Patrick Bruel, amigo que ha compartido en numerosas ocasiones escenarios y platós con Johnny Hallyday. Memorable su dúo Et puis je sais en el Stade de France en 1998.

Patrick Bruel.

La última persona en tomar la palabra fue la frágil y visiblemente afectada Line Renaud. La cantante (y actriz y activista) de 89 años ejerció de madrina de Johnny Hallyday y su voz se rompió varias veces durante el discurso. La mujer que vio nacer a Johnny se enfrentaba a su funeral. No hacía falta saber francés para entender todo lo que dijo. Todo lo que quería expresar. Bastaba su rostro y el sentimiento de su voz.

En 2010 Line y Johnny grabaron Ce monde es merveilleux (adaptación de What a wonderful world de Louis Armstrong). Sin duda, el mundo es maravilloso. Artistas como ellos ayudan a que lo sea. Pero… ¿cómo será cuando nos falten?

Line Renaud.

A continuación se procedió a la purificación del ataúd de Johnny Hallyday esparciendo humo sagrado sobre él.  El padre Guy Gilbert, con cuero bajo la estola (por algo es conocido como le prêtre des loubards, el sacerdote de los delincuentes juveniles a los que dedica su ministerio), tomó el incensario.

Guy Gilbert, le prêtre des loubards, purificando con incienso el ataúd de Johnny.

Yvan Cassar y Gautier Capuçon acompañaron con piano y violonchelo a la soprano Julie Fuchs en el Ave Maria de Schubert. Quizá el momento más clásico y fúnebre de la ceremonia, mientras Laeticia, Jade y Joy tomaban también el incensario para perfumar el féretro.

A continuación los asistentes presentaron sus respetos a Johnny Hallyday.

Algunos, como Laeticia, Jade y Joy, o Sylvie Vartan besaban la madera blanca, o rozaban la tapa con los dedos o la palma de la mano, o se limitaban a contemplarlo unos segundos y dejar volar el pensamiento haciendo una última e íntima reflexión.

Un detalle, otro más, tan discreto como emotivo, fue el gesto de Yodelice ante el ataúd: un suave choque, sin aspavientos, solo entre él y Johnny, de su anillo contra la madera. ¿Cuántas veces habremos visto a Johnny cerrar el puño y chocar los suyos (normalmente de calavera) con los de los fans de las primeras filas de sus conciertos? ¿O con sus músicos? ¿O con sus invitados? ¿O con sus amigos? Un último gesto de cariño. De amor. De despedida. Bravo por Yodelice.

De fondo seguía escuchándose el piano de Cassar acompañado por el violonchelo de Capuçon.

Estremecedora La quête de Jacques Brel. Sobre todo si se recuerda la interpretación que hacía Johnny para terminar los conciertos de su Flashback Tour. Sobre todo si esa fue la primera vez que le viste abandonar un escenario: un 20 de junio de 2006 en el Palais des Esports de París, con el brazo en alto y recortado contra un foco detrás del telón mientras su vibrato prolongaba la línea «…pour atteindre l’inaccessible étoile» (para alcanzar la estrella inaccesible).

O Sur ma vie, de Aznavour, con la que cerraba los espectáculos de su Johnny Allume Le Feu Tour de 1998 antes de hundirse, también con el puño arriba y a través de una trampilla, en las profundidades de un inmenso escenario.

Llegaba la hora de terminar con los sonidos fúnebres y la tristeza.

Yarol Poupaud y Philippe Almosino (guitarra rítmica durante el Rester Vivant Tour de Johnny) hicieron sonar sus instrumentos con un nuevo acercamiento a Toute la musique que j’aime.  Enseguida se les unirá Greg Zlap para acompañar la salida del ataúd con Gabrielle.

Los porteadores sacan el ataúd de La Madeleine mientras Poupaud, Almosino y Zlap hacen sonar Gabrielle.

A las 15:11 Johnny Hallyday sale de La Madeleine. La ovación que le brindan los presenten está a la altura de sus más espectaculares acogidas en el escenario.

Será cuestión de minutos que el ataúd vuelva al interior del coche fúnebre y desaparezca detrás de la iglesia para emprender su último viaje. Mientras, en el pequeño escenario delante de La Madeleine, Jean-Louis Aubert se une a los músicos en la recurrente Toute la musique que j’aime.

Una de las motocicletas de Johnny delante de La Madeleine, justo antes de partir el coche fúnebre.

Su destino será el cementerio de Lorient en Sain-Barth (Saint-Barthélemy), una pequeña isla antillana alejada del ruido y los inoportunos. Johnny se lo ha ganado. El hombre que prefería mostrar sus defectos en el escenario a buscar la perfección en el estudio (gran frase para quien no tenía de aquellos y le sobraba de ésta), merece un descanso. Nos lo ha dado todo, hasta el final. Hasta aquella potente Le pénitencier, que nos llenó de esperanza en el último show de Les Vieilles Canailles en Carcasonne y nos hizo pensar que el mal trago iba a pasar. Hasta su último saludo (aunque entonces no lo supiéramos) en ese mismo escenario, el 5 de julio de 2017, acompañado de sus hijas Jade y Joy.

Y eso fue todo. Así acaba.

Ya no volveremos a ver a Johnny Hallyday sobre un escenario. Así acaba… o continúa la eterna historia de amor. Un fundido a negro que nos deja con las ganas de que los focos se reanimen para un bis inesperado.

Al menos tenemos la suerte de contar con miles de imágenes para recordar a Johnny, además de las que han quedado impresas en nuestras retinas al disfrutar, cantar, llorar, bailar o amar en sus conciertos, porque él podía conseguir todo eso en un mismo show. Tenemos la suerte de disponer de centenares de registros que podremos recuperar cuantas veces queramos. El fulgor de una estrella semejante no puede extinguirse. No debe. Alguien como Johnny Hallyday, que aunque inalcanzable se sentía tan cercano, no puede desvanecerse.

Johnny tenía tatuado sobre el antebrazo derecho un león rugiente. Un símbolo de fuerza y coraje. Una bestia protectora y formidable que vela por los que quiere y le quieren. Lo llevaba también en el nombre, Jean-Phlippe Leó Smet.

En los últimos años su rostro recordaba, precisamente, el de un león viejo: con su perfil terminado en una perilla cada vez más apuntada y sus ojos de felino, casi transparentes, capaces de hacerte ver toda la vida que había detrás de ellos si tenías la suerte de cruzártelos en un concierto. Su cabellera rubia perfeccionaba el parecido. Incluso sus movimientos en el escenario semejaban los de un león. Andando despacio, teatral, mirando de soslayo al público como una fiera enjaulada. O plantado con las piernas separadas, provocador, expresándolo todo con un gesto de su brazo extendido hacia la multitud o apoyado en un muslo con el pie del micrófono abatido. Era justo eso, la vida, lo que nos daba con su voz —con sus rugidos— y su mirada.

Pero el león protector ya no está. Ha guardado las garras y cerrado los ojos. Sus dominios quedaron en silencio tan inesperadamente que casi no tuvimos tiempo de darnos cuenta. Como si se nos hubiera escapado de entre los dedos.

Le recordaremos con amor. Es lo único que podemos devolverle. Y será como si Johnny Hallyday siguiera aquí.

Pero, sin embargo, la sensación es que ahora estamos desamparados en la jungla.

 

 

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