(Pretendemos hablar de esto sin entrar en política, hacer interpretaciones sobre el espíritu y aplicación de determinadas leyes, analizar el alcance de conceptos como la libertad de expresión, ni cuestionar la trayectoria o los discursos musicales y artísticos de los implicados. No será fácil, pero lo intentaremos.)
El pasado domingo 22 de abril muchos leímos con estupor un titular que incluía entrecomillada una declaración de José María Sanz, Loquillo, sobre las circunstancias del rapero Valtonyc. Era un titular contundente, sin duda. Tenía pegada. Los titulares relacionados con Loquillo suelen tenerla. No por nada se dice de él que es una máquina de generar titulares. Será porque llega a las entrevistas con los deberes hechos para ponérselo fácil al periodista que vaya a tener delante. Es una forma de controlar y asegurarse de que lo que el medio pone en su boca coincide con el mensaje que el propio Loquillo quiere que trascienda. Un tipo listo, la experiencia es un grado. Además, probablemente, el periodista se sentirá satisfecho porque pensará que el hallazgo del titular es mérito suyo.
Pero esta vez Loquillo parecía no haber medido con la suficiente cautela el alcance de sus palabras. El titular resultaba tan sonoro como un bofetón, e igual de doloroso. ¿Se había descuidado Loquillo sobrepasando los límites de la provocación que siempre ha caracterizado a su personaje? ¿La incorrección política a la que cantaba en uno de sus últimos discos, Luis Alberto de Cuenca mediante, se le había ido de las manos? ¿Realmente el titular reflejaba su forma de pensar en ese tema?
El titular en cuestión inflamó las redes con la instantaneidad acostumbrada: un aluvión de críticas, argumentos a favor y en contra, insultos (por supuesto), descalificaciones (¡cómo no!) e incluso, gracias al generoso anonimato y fugacidad de la red en algunos casos, sugerencias que podrían considerarse amenazas. Hay nicks que tienen el gatillo muy fácil. No hay espacio ni tiempo para la reflexión. Lo importante es disparar primero. Las redes sociales facilitan la blitzkrieg, la guerra relámpago. El atacado en las redes habrá de defenderse aturdido por la sorpresa, si decide hacerlo, y su reacción puede terminar pareciendo torpe e incoherente. Y motivará nuevos ataques encadenados. Seguramente también encontrará aliados que se pondrán de su parte. Unos lo harán de forma analítica, razonada y conciliadora, pero otros dispararán dardos ofuscados al asediador que, al ser fruto de su frustración urgente o su ignorancia bienintencionada, harán flaco favor a quien pretenden apoyar. La inmediatez, el entrecruzamiento de opiniones con vocación de veredicto y la acumulación y solapamiento de réplicas, harán de la conversación un triste e inútil intento. Y el daño estará hecho. En las dos direcciones. Caldo de rencores. Peligro.
Loquillo, como otros tantos, ha caído estos días en ese enredo a consecuencia de un titular sensacionalista. El comunicado de prensa que publicó al día siguiente, con la transcripción del fragmento de la entrevista de donde se extrajo el polémico titular, no ha hecho sino avivar el fuego. Quizá a primera vista la diferencia entre el titular y la afirmación textual de Loquillo pueda resultar demasiado sutil aunque, dedicando un minuto a su digestión calmada y otro minuto a hacer un ejercicio de empatía que nadie nos pide pero que conviene de vez en cuando para conservar la cordura, no es complicado alcanzar una justa interpretación de sus intenciones.
El problema es que el titular publicado es tan tóxico que envenena cualquier intento, no ya de justificación, sino de matización argumentada. Por eso quizá conviene aislarse de él y concentrarse en la transcripción compartida por Loquillo.
TRANSCRIPCIÓN DE LA GRABACIÓN DE LA ENTREVISTA DE JUAN FERNÁNDEZ A LOQUILLO PARA «EL PERIÓDICO». DOMINGO 22 DE ABRIL DE 2018.
Pregunta. ¿A ti qué te parece que un rapero entre en la cárcel porque las letras de sus canciones…?
Respuesta Loquillo. Me importa un pepino LO QUE HAGA el rapero.
Pregunta. ¿Y que vaya a la cárcel por esto? ¿Tú, como creador…?
Respuesta Loquillo. Insisto, es que vamos a ver… Me preocupa mucho más que amenacen a Coixet y Serrat. ¿Me entiendes? Eso me preocupa muchísimo más. ¿Por qué? Pues porque los que ensalzan a esos raperos son los que después silencian eso. Y eso es mucho más sibilino. ¿Me entiendes lo que quiero decir? Punto. Lo del rapero, lo del rockero, lo de tal… Nos han censurado a todos veinte veces. ¿Qué? Hombre, es que si tú te arriesgas te parten la cara. Esto va así. Y siempre ha sido así. Nos lo han hecho a nosotros, se lo han hecho a Paloma Chamorro, a Las Vulpes, a Wyoming… La lista es muy larga. Por eso digo que hemos perdido la memoria. hay cosas más importantes.
Pregunta. ¿La gente que se dedica a esto hoy en día tiene la piel más fina?
Respuesta Loquillo. No lo sé. Es que yo tengo cincuenta y siete años. Yo no voy a criticar a la gente más joven, ni lo que hagan, ni como quieran hacerlo. Yo sé lo que hago yo. Punto. No tengo que pontificar sobre nada.
El rapero en cuestión es Valtonyc, condenado a tres años y medio de cárcel por textos de canciones que se han encajado en tipos penales como «enaltecimiento del terrorismo», «injurias a la Corona» y «amenazas». Loquillo, con ese tajante «me importa un pepino LO QUE HAGA el rapero» parece marcar distancias respecto a un género, y en este caso más bien a unos modos y maneras muy concretos, que en principio (solo en principio) puede considerarse ajeno al estilo que el entrevistado defiende con su música. De hecho, vuelve sobre ello en la última respuesta y abre la perspectiva sin circunscribirla a un movimiento o sujeto determinados, al asegurar que no pretende «criticar a la gente más joven, ni lo que hagan, ni como quieran hacerlo. Yo sé lo que hago yo». Está claro que un acto de protesta y revolución desencadena consecuencias, y no suelen ser precisamente el logro fácil e inmediato de los cambios reclamados. Si no hubiera riesgo, la reivindicación sería un cómodo ejercicio de «postureo». No habría lucha en un mundo de piruleta. Loquillo afirma que «si tú te arriesgas te parten la cara. Esto va así. Y siempre ha sido así». Ilustra con ejemplos como el de Las Vulpes (cuya aparición en la TVE de 1983 con la canción Me gusta ser una zorra supuso la cancelación del programa Caja de Ritmos, la dimisión de su director, Carlos Tena, y la proscripción y posterior disolución del grupo).
Tal vez se esperaba de Loquillo una actitud más beligerante sobre las circunstancias actuales, reales y específicas de Valtonyc, en lugar de una generalización y una mirada atrás que parece no distinguir entre un acto de censura y una pena de prisión. O, al menos, una defensa cristalina del rapero que, aunque parezca contradictorio, hubiera sido lo políticamente correcto.
Y aquí es donde está el traspiés de Loquillo: dar unas respuestas (y usar un tono) acordes con el barniz de individualidad displicente del que ha revestido (con mayor o menor acierto según opiniones) a su personaje, dejando abierta la posibilidad de una interpretación torticera en relación a un caso tan mediático como delicado. La duda es si la ambigüedad (arrogante para muchos) de Loquillo habría repercutido tanto de no haber caído en un terreno abonado por un titular tan nocivo como el que se publicó, o si habría pasado desapercibida dentro de una entrevista cuyo motivo eran los cuarenta años de carrera ininterrumpida (algo muy poco habitual en España) que Loquillo celebra este año y que bien podría haber protagonizado dicho titular. Pero el periodista, esta vez, se lo puso muy fácil a los tiradores.
En la entrevista Loquillo aprovecha la mención al «caso Valtonyc» para exponer un tema subyacente y (también) de gran profundidad: que el concepto de libertad de expresión se ha malversado convirtiéndose en un arma arrojadiza de uso bidireccional, en función de si las manifestaciones criticadas o aplaudidas (provengan de raperos, rockeros o de cantautores, cineastas o pastores tiroleses) coinciden o no con las propias convicciones. Probablemente Loquillo, al soslayar la cuestión de Valtonyc, buscaba atraer la atención sobre esa cuestión de fondo. Deja muy claro que es eso lo que quiere destacar en ese punto de la entrevista, posiblemente pensando en dejar, una vez más, un titular hecho. Sí sea cuestionable, quizá, su forma de desestimar los claroscuros del «caso Valtonyc» con una expresión tan desdeñosa como «me importa un pepino LO QUE HAGA el rapero» para guiar la entrevista hacia el aspecto que le interesa poner sobre la mesa. Pero la construcción de un personaje es tema aparte. Lo relevante en la intención de Loquillo, y ahora enmascarado por un titular infeccioso, es la denuncia de la manipulación soterrada de las libertades y la dudosa fiabilidad de quienes se proclaman sus paladines.
De haber captado el interés del periodista de una forma mejor desarrollada, el titular habría podido tratarse de este modo (aunque las comillas tampoco serían apropiadas por su falta de textualidad): «La manera de interpretar lo que es o no libertad de expresión se ha vuelto sibilina».
Sin embargo, el titular elegido por Juan Fernández para «El Periódico» fue: «Loquillo: me importa un pepino que un rapero entre en la cárcel». Así, con comillas. La cosa cambia. Mucho. Es muy diferente desentenderse de un discurso ajeno («me importa un pepino lo que haga el rapero») que manifestarse en favor (o en contra) de una sentencia y una pena de prisión derivadas de ese discurso. No es lo mismo reconocer que comprendes ciertos automatismos de la Justicia («si tú te arriesgas te parten la cara»), que compartir sus decisiones más controvertidas. El titular es definitivamente perverso y malintencionado.
Y como es lógico, las redes ardieron al publicarse la entrevista encabezada con semejante titular, pero también después del comunicado de prensa. Ante una tergiversación tan perniciosa, la reacción de Loquillo fue como intentar apagar un fuego con gasolina.
¿Hay responsabilidad de Juan Fernández y «El Periódico» al publicar un titular tan contaminante? Eso es palmario. Especialmente en un momento en el que la irritable combustibilidad de las redes dificulta y pudre cualquier intento de desambigüación. Es un ejemplo más de periodismo sensacionalista y despiadado al que, lamentablemente, empezamos a acostumbrarnos.
¿Hay responsabilidad de Loquillo en su tibieza o al enfrentar en la misma balanza el peso de dos cuestiones que quizá deberían tratarse por separado (y con cierta profundidad) antes de usar una como argumento para la otra? Desde luego, es un paso en falso. Y el tumulto que enarbola antorchas no perdona, especialmente si pueden hacerte caer desde una posición algo elevada.
Los comentarios vertidos en redes a partir del lamentable titular y avivados por la imposible reacción de Loquillo a la que no se ha dado oportunidad, hacen bueno y justifican el titular propuesto desde aquí: «La manera de interpretar lo que es o no libertad de expresión se ha vuelto sibilina».
Puede que ahora me toque a mi por romper esta lanza en favor de Loquillo, aunque desde el principio haya dejado clara la intención de no entrar en política, hacer interpretaciones sobre el espíritu de determinadas leyes o conceptos, ni cuestionar la trayectoria o los discursos musicales y artísticos de los implicados. Pero tampoco me preocupa mucho, la verdad. Mi posición no es elevada, no soy portavoz de nadie ni altavoz de nada y solo puedo perder un muy modesto número de seguidores en Twitter. Quizá no merezca la pena asediarme. No tengo desde donde caer. Quizá esa sea la clave.
Aguardaré los disparos con los brazos abiertos. Aunque quizá no lleguen… Al fin y al cabo, solo he expresado una opinión.
