STARDUST FESTIVAL 2018: LO QUE SORIA SE PERDIÓ

Jaime Urrutia + Desvariados + Gallos. Primera jornada del Stardust Festival (Soria). Coso de San Benito, «La Chata», 24 de agosto de 2018.

El Stardust Festival (Globo Producción) de Soria es una propuesta que echó a andar en su primera edición el pasado año 2017. Su concepto nació inspirado por David Bowie y como homenaje a su legado artístico, incluyendo en su logotipo el mítico rayo que cruzaba el rostro de Bowie en la portada del álbum Aladdin Sane de 1973 y tomando el nombre de su alter-ego más reconocido: el alienígena de mirada bicolor que bajó a la Tierra para advertirnos de su final en un plazo de cinco años, Ziggy Stardust.

Parece que la intención de este joven festival, que se ubica en el Coso de San Benito («La Chata»), es combinar en su programación veteranía y emergencia, satisfaciendo así las necesidades, gustos y preferencias de todo aficionado (y también la de curiosos en busca de una oferta sugerente) al rock and roll.  En su primera edición, que se desarrolló en una única jornada, contaron con Coque Malla como cabeza de cartel, Aurora & The Betrayers y Los Zigarros, además de Corazones Eléctricos, Bambikina y Julio Ródenas. De acuerdo con los comentarios cazados al vuelo entre el escaso público y los fotógrafos de los medios locales, el año anterior la asistencia tampoco había sido masiva, algo que nos resultaba sorprendente pensando en el tirón actual del ex-Ronaldo Coque Malla. Sin embargo, los tendidos completamente vacíos de la plaza y el albero despoblado que solo pareció animarse y devolver algo de feedback cuando Jaime Urrutia y Los Corsarios subieron al escenario, hacen dudar de si el Stardust (fruto de evidente esfuerzo e ilusión en los tiempos que corren) es el festival adecuado para Soria… o si Soria es la ciudad adecuada para este festival.

Por eso esta crónica, más que con vocación de servir a los asistentes como refresco futuro de lo acontecido en la primera jornada del Stardust Festival 2018 (que fue mucho y muy bueno), se escribe con intención de mostrar y compartir lo que, literal e incomprensiblemente, Soria se perdió.

Aunque el cartel y la entrada anunciaban el comienzo de las actuaciones a las 19:30, a las 20:00 la plaza seguía sin llenarse y a las 20:30 no parecía haber intención de que ni un acorde fuera a sonar todavía. Acodados en la valla delante del escenario, y desconociendo las costumbres en tierra ajena, empezamos a sospechar que quizá en Soria los tiempos se afrontaban de otra manera. En primera (y última línea, nadie a nuestra espalda porque las barras instaladas parecían más atractivas) estábamos gente de Madrid, Zaragoza, Tudela y Euskadi. Hubo quien manifestó que aquel retraso era una falta de respeto. Nosotros entendíamos que la falta de respeto no venía del escenario apagado, sino del graderío que continuaba desierto y del albero prácticamente vacío cuando, a las 21 horas el primer grupo abrió por fin la noche… Una noche de buen y honesto rock and roll que, insistimos, Soria se perdió.

STARDUST FESTIVAL 2018: GALLOS, Rock and Roll en vuestra puta cara

Sobre las 21:00 tomaron el escenario Gallos, banda del madrileño barrio de Carabanchel. No los conocía, no había escuchado nada de ellos antes, por lo que fueron el gran descubrimiento de la noche. ¡Y qué descubrimiento! A diferencia del rock sobrio del embajador por antonomasia de su barrio, Rosendo Mercado, la propuesta de Gallos es un rock exuberante que no trata de disimular sus variadas y clásicas influencias musicales. Al contrario, las prodigan con entusiasmo y descaro pasando cómodamente de los riffs stonianos a otros glam con ecos de Marc Bolan, o de punteos de swing-rock a licks de aire más bluesy con inspiración santanera e incluso, o eso me pareció, de los Dire Straits más primitivos.

Con un único álbum en su haber, Gallos. Greatest hits (BMD, 2018), vertebraron su magnífica actuación en el Stardust Festival sobre los diez temas que lo conforman. Abrieron con la potente Miss Tequila para, sin tregua, enlazar con el ritmo tribal (a lo Bo Didley) de Volver. Siguieron Ladrones (¡qué pegajoso estribillo ese de «siempre me ha ido bien juntarme con la muerte»), No, no, no y Tu cuento, con un nostálgico solo de guitarra de Nacho Carballo para aquellos que todavía recordamos el anuncio de Movierecord.  A continuación, para terminar de convencer, una de las mayores osadías que nadie pudiera imaginar: un medley de delirante psychobilly que combinó a Elvis Presley (con That’s all right, mama), Los Zigarros (con A todo que sí) e Iggy & The Stooges (con I wanna be your dog). ¿Qué más se puede pedir? Después de Yo quiero todo y con el afinador de la guitarra averiado, Nacho Carballo no dudó en sentarse en el borde del escenario para afinar de oído, esbozando para ello un simulacro de Shine on your crazy diamond de Pink Floyd que, personalmente, me dejó con ganas de saber hasta dónde era capaz de llegar. La recta final llegó con Batalla perdidaPuede ser (introduciendo «a capella» y a cuatro voces la línea «puede ser que tu arma dispare una flor»), Tal vez el RnR y Pelea de gallos, convertida en otro inesperado medley con Land of thousand dances de Wilson Pickett y Lucille de Little Richard.

Un verdadero derroche de energía, carácter y buen gusto de una banda sólida y más que prometedora, encabezada por un frontman que, además de poseer una voz sugerente y muy personal y no llevar la guitarra de adorno, devoró el escenario con tanta sensibilidad como descaro. Como si en lugar de actuar en una plaza incomprensiblemente despoblada de sorianos, lo hiciera en un estadio hasta la bandera. Nacho Carballo no eludió ninguno de los trucos clásicos: saltó, se tiró de rodillas, invitó al público a reproducir los licks de su guitarra y a corear estribillos… Y eso que al finalizar su actuación debían subir a la furgoneta para dar un segundo concierto dos horas después en Villalobar (La Rioja)… ¡¡eso es Rock and Roll!!

Otro recinto habria ardido y otro público se habría rendido ante la exhibición de Gallos. Algo así no se ve todos los días: por algo su grito de guerra es «¡¡Rock and Roll en vuestra puta cara!!«. Habrá que seguirles la pista y encontrárselos en otra plaza donde las circunstancias estén a la altura que merece esta banda.

STARDUST FESTIVAL 2018: DESVARIADOS

Sobre las 22:45 llegaba el turno de Desvariados, un joven cuarteto madrileño que empieza a ser bastante conocido y mencionado por su irresistible rock, podríamos decir, de la vieja escuela. No quiere decir esto que su sonido esté varado en décadas pretéritas; solo que bebe de la mejor tradición del rock and roll clásico que marcó la senda seguida por otros grandes del rock nacional de diferentes generaciones como Burning (a los que precisamente acompañaron durante su gira Corre conmigo en 2017), Los Ronaldos o, más recientemente, Los Zigarros. Un sonido atemporal que difícilmente ha de pasar de moda si sigue renovándose con letras descaradas y voces con el desparpajo de la de Adrián Adri Díaz.

El repertorio que Desvariados presentaron en la primera jornada del Stardust Festival dejó de lado las canciones que aparecieron en su primer (y autoeditado) álbum «El hotel de las historias», para centrarse en su primer álbum profesional titulado «Café Caimán» (de 2016, reeditado en 2018 con dúos de lujo),

Abrieron fuego con las contundentes Vamos a pelearDesayuno fuerte y Gente inteligente, una tríada que rendiría a cualquier público predispuesto y con un mínimo de respeto a quienes se buscan (y juegan) la vida sobre el escenario; pero ya hemos dicho que no fue el caso en esta primera jornada del Stardust Festival, donde el albero de la plaza era un páramo y los congregados parecían tener (como después cantaría Jaime Urrutia, «querencia a la barra»).  Pero ahí es donde se nota la calidad y profesionalidad de una banda de rock… Desvariados no aflojaron la energía y descargaron A flor de piel, seguida de cuatro temas que en la reedición del álbum contaron con colaboraciones de buenos amigos:  El hotel de las historias (con Isma Romero), El último blues sincero (con Nacho Carballo, de Gallos), La chica de Dylan (con Rulo y la Contrabanda) y Esta es para ti (con Burning). A continuación rindieron tributo a Los Ronaldos de Coque Malla versionando la ya clásica Adios papá. Para redondear una actuación irreprochable ante un público ausente abordaron Escúpeme (que Adri Díaz presentó como la única canción de amor de la banda), e intercalaron otro guiño a sus referencias musicales con un fragmento de Entre dos tierras de Héroes del Silencio antes de Mamá, me quiere matar (que en la reedición de Café Caimán cuenta con Rubén Pozo). Para despedir, un estribillo que debería (¡debería!) haber sido acompañado desde el albero y los tendidos por gargantas inflamadas de rock: «…los casquillos de las balas se acumulan en mi cama…».  Al final, para saludar al filo del escenario y dejar paso a Jaime Urrutia y Los Corsarios, una recording de Burning Love cuya letra chirriaba al sonar en el gélido ambiente (no solo por lo meteorológico) del Coso de San Benito de Soria.

En resumen: un gran trabajo (como cabía esperar) de Desvariados, deslucido por un recinto y un público, quizá una ciudad, adversos o poco acostumbrados al ritual del rock and roll.

STARDUST FESTIVAL 2018: JAIME URRUTIA, derechazos eléctricos

Desde hace varios años Jaime Urrutia propone dos conceptos de espectáculo diferentes que, variando formación y repertorio, alterna en función de las características de los recintos o del programa donde se enmarca su actuación. Por un lado, un show en formato trío y más acústico al que, con su querencia taurina bautizó como «Al natural» y donde lo acompañan el guitarrista Juan Carlos Sotos (La Rocka, Sotos) y el veterano teclista Esteban Hirschfeld (Mockers). Por otro, como fue el caso en el Stardust Festival de Soria, un show con banda completa, Los Corsarios, ampliando la sección rítmica con batería y el bajo de Juan Luis Ambite (Pistones). Además, para la ocasión, llegaron reforzados con el saxofón y la enorme presencia escénica de otro compinche de los tiempos de Gabinete Caligari, Francis García. Así, en el Coso de San Benito de Soria, conocido como La Chata, Jaime Urrutia no iba a centrar su faena en pases al natural con la izquierda, sino que venía a cargar la suerte con derechazos eléctricos.

El páramo que durante la actuación de Gallos y Desvariados había sido la primera mitad del albero en favor de las barras, se pobló razonablemente (sin llegar a llenarse) mientras el staff técnico preparaba el equipo para Jaime Urrutia y Los Corsarios. No pudimos evitar preguntarnos si realmente toda la gente había estado apiñada en dichas barras, o si habían preferido quedarse fuera de la plaza hasta que llegara el turno del nombre más conocido y reconocido de la noche. También el recibimiento del público fue más caluroso cuando sonó una recording del pasodoble Gallito que anunciaba la entrada en el escenario de los músicos, precediendo al maestro Urrutia. Era de esperar, al fin y al cabo su conexión con la ciudad y la provincia desde la publicación de Camino Soria (en 1987) es incuestionable.

A medianoche y con la luna ya alta apareció el que fuera cantante, guitarrista y compositor de los célebres y queridos Gabinete Caligari. Americana negra, camisa clara abierta y de solapas rebeldes, botín marrón y Fender al cuello, Jaime Urrutia hizo gala de su voz profunda y característico vibrato desde el primer momento. Con Delirios de grandeza arrancó los primeros aplausos y tanteó la complicidad del público, mejor dispuesto y participativo que con las otras dos bandas del cartel. Siguió la siempre festiva (a pesar de ser un homenaje a un amigo desaparecido) Tócala Uli, incluida en el LP Camino Soria en recuerdo de Ulises Montero, el que fuera saxofonista y secuaz habitual de Gabinete Caligari hasta 1986. Pronto demostró Jaime Urrutia que hay vida más allá de Gabinete, enlazando dos temas de su primer y brillante disco en solitario Patente de Corso (2002): Mentiras y ¿Dónde estás?

De nuevo una mirada atrás con el primer gran éxito de Gabinete Caligari, Cuatro Rosas, y Amor prohibido (del magnífico álbum Privado de 1989). Después llegó el momento para que Esteban Hirschfeld, teclista de Los Corsarios tomara la melódica (curioso instrumento de viento, híbrido de armónica y acordeón), para abordar la exultante Castillos en el aire, también del álbum Patente de Corso. El ambiente de fiesta ya estaba consolidado cuando llegó una de las canciones más hermosas del repertorio de Gabinete Caligari, Mi buena estrella. Algo en su sonoridad y temática cósmica remite al Bowie más marciano, por lo que fue la canción elegida por Jaime Urrutia para dedicarla a la organización y equipo del Stardust Festivalque «se lo merecen por su trabajo y esfuerzo».

No podía faltar Camino Soria en el repertorio. La invocación de Bécquer y Machado terminó de calentar la noche con su eufórico estribillo. Al final, Jaime Urrutia no se cortó un pelo: «A ver quién os hace un himno mejor que este, modestia aparte». ¿Y por qué habría de ser modesto? Esta canción reacomodó en el imaginario popular una ciudad y una provincia algo olvidadas incluyéndolas en uno de los mayores éxitos del pop y el rock nacional; al fin y al cabo Soria ya es indisociable de su melodía y de la pregunta «tú, ¿hacia dónde vas?», algo similar a lo que sucede con Sweet home Alabama de Lynyrd Skynyrd, My kind of town (Chicago) en la voz de Frank Sinatra o Georgia on my mind de Ray Charles. Después, como un éxito llama a otro y el cancionero de Jaime Urrutia está repleto de ellos, llegó la pintoresca y encantadora El calor del amor en un bar, que certificó la sensación de fiesta.

Jaime Urrutia siguió prestando atención a su carrera en solitario con Completamente feliz, otra letra dedicada a un personaje caído en desgracia. Ese personaje al que podríamos identificar con el «desgraciao» cuya maleta ilustraba la contraportada del LP Camino Soria y que protagonizó la canción La sangre de tu tristeza (que pronto llegaría también en el setlist de la noche, después de ese himno al fetichismo romántico que es Vestida para mi). Sobre la recurrente presencia del «desgraciao» en los álbumes de Gabinete Caligari y sobre la capacidad narrativa de Jaime Urrutia, puede leerse en este mismo blog el artículo «Gabinete Caligari o el equipaje del desgraciao».

Recientemente incorporada al repertorio, Jaime Urrutia dedicó la fantástica Más dura será la caída a una pareja que, en primera fila y justo delante de su micrófono, parecían olvidarse cada vez un poco más del mundo canción a canción. Precisamente ante los desmanes y problemas de ese mundo llegó el momento de exclamar ¡Qué barbaridad!, antes de celebrar el amor con otro de los éxitos de Camino Soria, la juguetona Suite nupcial. Sorprendentemente, para preparar la salida del escenario previa a los bises, volvió a sonar Camino Soria. No a modo de reprise sino completa, de principio a fin, en toda su maravillosa complejidad. Un regalo del que, por supuesto, nadie se quejó.

La recta final corrió exclusivamente a cargo del repertorio de Gabinete Caligari. Después de Pecados más dulces que un zapato de raso sonó Nadie me va añorar. Esta canción, con obvio sabor a despedida y no por casualidad ubicada en el tramo final del show, apareció en el último álbum de Gabinete titulado Subid la música, en 1998. Es una canción con cierto poso de tristeza y desengaño, pero con esos toques de ácida ironía tan característicos de su autor. Escucharla en directo cuando en recientes entrevistas Jaime Urrutia afirma que probablemente su próximo disco (ese que lleva tiempo mimando y que tanto se está haciendo de rogar) suponga su alejamiento de los escenarios, me provoca un torbellino de emociones. Me encanta la canción, pero su lectura entre líneas me estremece. Quiero ese nuevo y prometedor disco, pero no que marque un final. Afortunadamente, como sucedió en Soria, cuando Jaime Urrutia está a gusto bajo los focos y a pesar del amargo mensaje de la letra, la interpreta con una sonrisa. Una sonrisa que, contrariando la mal entendida fama de serios y ariscos asociada a Gabinete Caligari, no dejó de mostrar durante todo el concierto. En realidad, mientras suena Nadie me va a añorar, el maestro Urrutia debe saber que el público fiel, pero también el curioso o el que simplemente espera un ejercicio de nostalgia, empieza a echarlo de menos en cuanto desaparece por el lateral del escenario. Podemos asegurar que, en alguna ocasión, le hemos visto levantar al público más adverso con su cancionero y un carisma que no precisa de adornos ni postureo.

Para terminar, y perfecta para el recinto, la inevitable y celebérrima La culpa fue del cha cha chá. Un final por todo lo alto para ser despedidos entre aplausos y gritos pidiendo otra, otra, otra. Aún tuvieron tiempo y disposición de recibir a prensa, fans y amigos en los camerinos, a pesar de que el concierto terminó rondando las dos de la madrugada y que al día siguiente emprendían viaje hacia Antequera (Málaga), donde actuaban con Coque Malla y los Tequila de Ariel Rot y Alejo Stivel, otros grandes que este año dicen «¡Adiós!».

Ojalá el Stardust Festival de Soria dure muchos años más. Su propuesta musical es más que interesante, combinando nombres reconocidos con bandas y artistas que merecen ser descubiertos… El recinto es acogedor, la organización y la producción (Globo Producción) impecables y, con la que está cayendo, los precios de las entradas razonables y asequibles…

¿Qué más hace falta para convertir esta joven iniciativa en un encuentro notable y esperado cada año? Solo que la ciudad que lo alberga se vuelque, para que la próxima crónica no vuelva a narrar una magnífica noche de rock and roll que, lamentablemente, Soria se perdió.

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