“El mundo se divide en dos categorías, Tuco: los que tienen el revólver cargado y los que cavan. Tú cavas.” (Clint Eastwood como El Rubio en El bueno, el feo y el malo. Sergio Leone, 1966)
«Todos los hombres sueñan, pero no todos lo hacen del mismo modo. Aquellos que sueñan de noche en las polvorientas recámaras de sus mentes se despiertan de día para darse cuenta de que todo era vanidad, pero los soñadores despiertos son peligrosos, ya que ejecutan sus sueños con los ojos abiertos, para hacerlos posibles.» (Thomas Edward Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia)
Recuperar el cementerio de Sad Hill tenía visos de utopía. Una utopía de cine, a la medida de aquel enorme semicírculo de 5000 tumbas ficticias que el Ejército Español plantó en el Valle de Mirandilla, Burgos, para el mítico desenlace de «El bueno, el feo y el malo» (Sergio Leone, 1966). Era en su centro, cerca de una tumba anónima (unknown, decía) junto a la de Arch Stanton, donde Clint Eastwood, Lee Van Cleef y Eli Wallach cruzaban sus miradas en un tenso triello acompañado por un piano obsesivo provisto por Ennio Morricone.
Sad Hill Unearthed: Desenterrando Sad Hill
La Asociación Cultural Sad Hill, con participación del Colectivo Arqueológico y Paleontológico de Salas de los Infantes y el apoyo de instituciones y empresas del entorno, ha sabido poner en valor la importancia cultural y turística de las localizaciones burgalesas filmadas por Leone en «El bueno, el feo y el malo». Poniendo especial empeño en rescatar del olvido y del castigo de la intemperie los túmulos que conformaban aquel camposanto, lograron llamar la atención de celebridades implicadas en la legendaria cinta como Ennio Morricone o el mismísimo Clint Eastwood (y su hijo Kyle), o también de James Hettfield (líder de Metallica y enamorado de L’estasi dell’Oro), Joe Dante o Alex de La Iglesia. La posibilidad de apadrinar una tumba e inscribir en ella el propio nombre, atrajo asimismo (la mitomanía obliga) el interés de mecenas particulares que no dudaron en ocupar simbólicamente una parcela de tierra de Sad Hill.
En las últimas semanas se ha estrenado con merecido éxito el documental Sad Hill Unearthed (Desenterrando Sad Hill), dirigido por el vigués Guillermo de Oliveira (Max Payne: Valhalla, Seth’s Gold,…) y que, no podía ser de otra forma, ha tenido una gran acogida en sus recientes citas del Almería Western FIlm Festival y Sitges Film Festival, clausurados este mismo fin de semana. Sad Hill Unearthed, además de narrar los entresijos del rodaje de la película que cerraba (o que abría, si atendemos al detalle del hallazgo del poncho) la Trilogía del Dólar, revela lo que hay detrás del loable proyecto de la Asociación Cultural Sad Hill: una historia de amor por el cine y un territorio de mitológica belleza, de amistad y sacrificio, de esfuerzo y tesón, de un logro inspirador y de la reconstrucción (literal) de un sueño.
La consecución de su objetivo a base de ilusión y, ¿por qué no decirlo?, osadía e intrepidez, me hacen pensar en los puentes que debe cruzar Tuco para hacerse con el botín de Bill Carson en El bueno, el feo y el malo…
Los puentes de Tuco
Tuco, el personaje interpretado por Eli Wallach, es el más humano del trío protagonista. De hecho, es tan humano que es el único que tiene familia y un nombre real, y además bien largo: Tuco Benedicto Pacífico Juan María Ramírez, aunque El Rubio lo desvirtúe en cierta ocasión añadiendo un alias, El Puerco. A Eastwood se le conoce por una trivial característica como es el color de su pelo (además de su identificación como «el Bueno»), y Van Cleef lleva aparejado el desconcertante apelativo de Ojos de Ángel pero también el siniestro y definitivo de Sentencia (e, inevitablemente, «el Malo»).
Quienes hayan limitado el «El bueno, el feo y el malo» a uno o dos visionados, posiblemente identifiquen a Clint Eastwood y Lee Van Cleef (espigados, taciturnos y lapidarios) como los dos antagonistas principales y más atractivos, y a Eli Walach (histriónico y charlatán) casi como un comparsa cómico. Como un zanni o criado de la Comedia de ll’Arte supeditado a la audacia de Arlequín o al resentimiento de Pantaleón aunque, en este caso, sin Rosauras ni Colombinas de por medio. Sin embargo, basta reposar la historia de «El bueno, el feo y el malo» para darse cuenta de que, al contrario, es precisamente Tuco quien hace avanzar el relato con sus decisiones, sus encuentros y sus hallazgos. Es la bisagra entre El Rubio y Sentencia que articula la aventura, y son ellos quienes se dejan llevar por las acciones de Tuco.
A lo largo del metraje Tuco cruza (literalmente) tres puentes que influyen de manera decisiva en el devenir de todos los personajes.
Después de que El Rubio disuelva unilateralmente su asociación y lo abandone maniatado en pleno desierto (los Llanos del Duque, en Almería) Tuco logra llegar a Valverde donde, decidido a vengarse de su antiguo socio, armará un revólver híbrido a su medida. Tuco accede a la ciudad a través de un puente colgante de tablas (en la antigua entrada de Minihollywood, en la carretera de Sierra Alhamilla) que marca la transición de la tortura que deja atrás y el principio del camino que lo llevará a Santa Fe (Nuevo Méjico), tras las huellas de El Rubio. Tuco cruza ese puente con paso vacilante pero con arrojo y determinación; sabe que a partir de ahí es su voluntad la que cuenta.

El segundo puente lo cruza Tuco acompañado de El Rubio, después de un tenso reencuentro que propicia su nueva asociación para conseguir el tesoro escondido de Bill Carson. Hechos prisioneros por un destacamento de soldados de la Unión, Tuco y El Rubio son conducidos al campo de concentración de Betterville (Majada de las Merinas cerca de Carazo, al sur de Salas de Los infantes). El campo está cercado por una empalizada y un foso que, escoltados entre otros prisioneros, deben salvar desfilando desganadamente sobre una pasarela suspendida. Este puente, que se ven obligados a cruzar en contra de su deseo, les conduce a los dominios del sargento Sentencia. Allí sonará la música para Tuco (eufemismo que encubre la violencia de los interrogatorios que se llevan a cabo). En ese punto los caminos de Tuco y El Rubio volverán a separarse, hasta que el primero de con el segundo en Peralta (Poblado Lega y Michelena, cerca de Colmenar Viejo), una ciudad arrasada por la guerra.

El tercer puente es el de Langstone, punto estratégico entre la línea de trincheras unionista y el ejército del Sur que acampa en la orilla donde se halla el camino que conduce a la meta de los protagonistas: el cementerio militar de Sad Hill. En medio de dos bandos y sin pertenecer a ninguno, Tuco y El Rubio se hallan en una situación de bloqueo que impide la consecución de sus planes. Conocida es la anécdota del rodaje de esta espectacular escena, con la voladura accidental del puente sobre el río Arlanza (a un kilómetro del monasterio de San Pedro de Arlanza) y que hubo de ser reconstruido en tiempo récord por militares de la zona para poder ser volado de nuevo. Ante el último obstáculo que los separa de su destino, Tuco y El Rubio deciden deshacer el statu quo y dinamitar el puente. Una vez destruido, ambos ejércitos deberían perder el interés por ese sector concreto y el camino a Sad Hill (y al legendario desenlace de la película) quedará expédito.

Como en la vida, Tuco toma decisiones y cruza puentes, metafórica y literalmente.
En ocasiones, como el pequeño puente de Valverde, toca cruzarlos en solitario llevados por una aspiración sólida pero con absoluto desconocimiento de qué alternativas se ofrecerán a partir de ahí. En otras, las circunstancias nos obligan a salvar fosos que no son de nuestro agrado, como el de Betterville, que, además, nos pueden deparar la fortuna (o no) de una compañía inesperada.
Por último, hay momentos en los que nuestros anhelos parecen imposibles. Puras quimeras. Existe el riesgo de ser tomados por unos de esos locos cervantinos que se consideran más peligrosos porque sueñan despiertos. Es entonces cuando conviene jugársela, como la Asociación Cultural Sad Hill: hacer saltar el puente por los aires y cruzar la corriente con el agua por la cintura para alcanzar la recompensa y la realización de un sueño.
Como Tuco.