La melancólica beligerancia de Nacho Vegas

Ha habido que esperar cuatro años desde su último trabajo de estudio, digamos largo («Resituación», Marxophone, 2014), para adentrarse en un nuevo disco de Nacho Vegas.  El título es un sugerente juego de palabras que predispone a las múltiples lecturas que estratifican las canciones de este intérprete, que se mueve entre el crooner tímido y el trovador lúcido y desengañado: Violética. Sus textos no son fáciles, nunca lo son en las canciones de Nacho Vegas. Exigen una escucha concentrada y respetuosa, implicando incluso más de un sentido, porque es en la epidermis donde se inicia el escalofrío que propicia la reflexión. El esfuerzo y el tiempo que necesitan para llegar a su fondo son un desafío infrecuente en el momento que nos ha tocado (o nos hemos empeñado en) vivir, donde los mensajes son directos y cuanto más simplificados para su digestión, mejor.

Pero la dedicación tiene su recompensa como siempre ha ocurrido en la voluminosa y compleja discografía de Nacho Vegas: el descubrimiento y disfrute (a veces goloso y otras estremecido) de un cancionero melancólico pero agitador, que conmueve golpeando directamente al corazón y las tripas. Con Violética y su correspondiente gira (que el jueves 29 de noviembre hizo parada en el Teatro Principal de Zaragoza) se nos muestra un Nacho Vegas cada vez más beligerante y activista, aunque pareciera haber alcanzado la cima de su perplejidad y compromiso con el EP «Canciones populistas» de 2015.

Nacho Vegas: Violética (Marxophone, 2018).

La melancólica beligerancia de Nacho Vegas

Gira Violética: Teatro Principal de Zaragoza, 29 de noviembre de 2018

Los conciertos eléctricos en teatros clásicos tienen algo especial. El ritual de la espera en el vestíbulo, la repetición del timbre que llama al público a ocupar sus localidades, el romanticismo de los recintos en forma de herradura, los techos altos, las lámparas y los zócalos, el crujir de tablas y butacas, el cierre de las puertas de los palcos…

Con el telón levantado, sobre el fondo del escenario del Teatro Principal de Zaragoza se podía ver proyectado un cielo cuajado de estrellas, similar al que envuelve el diseño del álbum Violética. La escenografía se anunciaba sobria, a la vista solo los instrumentos dispuestos sobre varias alfombras y una mesa para dejar algo de bebida. A las 20:35 las luminarias del teatro disminuyeron poco a poco su intensidad y el cielo estrellado se transformó en un rótulo con un mensaje sencillo: Violética – Nacho Vegas, mientras una recording del cinematográfico instrumental Actos inexplicables anunciaba el comienzo del show. Los músicos y el propio Vegas (traje negro, camisa blanca y maraca en mano) ocuparon con discreción sus posiciones, recibidos por el aplauso del público.

La melancólica beligerancia de Nacho Vegas. El corazón helado…

El recital arrancó con El corazón helado, que también abre el álbum Violética, a partir de un poema de los hermanos Manolo y Aurelio Caxigal, guerrilleros antifranquistas subidos al monte asturiano.  Desde Cajas de música difíciles de parar (2003) llegó La plaza de La Soledá, antes de encadenar otros dos temas nuevos: Ideología y la brillante Desborde, uno de los cortes más llamativos de Violética donde Vegas fantasea con una hipotética marea (hágase la lectura que cada uno prefiera) que inunda Madrid, y con la que el cantautor se escudó por primera vez tras su guitarra.

La melancólica beligerancia de Nacho Vegas. Desborde…

A continuación llegó el momento de cambiar la sonoridad del show. El guitarrista Joseba Irazoki tomó un banjo y el siempre espectacular teclista Abraham Boba se colgó un acordeón para abordar la fronteriza y festiva (a pesar de su siniestro texto) Ciudad vampira, del álbum Resituación (2013) e inspirada por unos versos de Devil Town de Daniel Johnston.  Un murmullo del público evidenció la satisfacción de reconocer el siguiente tema con los primeros acordes: Canción de palacio #7 es ya un clásico del repertorio de Nacho Vegas, en el que brilló la fantástica segunda voz de Abraham Boba, capaz de multiplicarse hasta el infinito sobre el escenario. Boba volvió a ser co-protagonista de la siguiente canción, en la que alternó su voz con la de Vegas a modo de réplica: Crímenes cantados. Juntos narraron de manera descarnada la situación de los inmigrantes recluidos en los llamados CIEs (Centros de Internamiento de Extranjeros) a los que, en su introducción, Nacho Vegas definió como agujeros negros del Estado. Desde luego, un punto álgido del concierto.

La melancólica beligerancia de Nacho Vegas. Abraham Boba…

Si ya estaban a flor de piel las emociones generadas por los textos del asturiano, su interpretación vocal (capaz de alcanzar altas cotas de desgarro), la proyección de las magníficas ilustraciones de Miguel Brieva y el sonido de una banda que recrea a la perfección la densidad y atmósfera de las grabaciones de estudio, el siguiente tema terminó de dispararlas: Morir y matar, una seguidilla eléctrica que cuenta la estremecedora historia de un desamor tan asesino como suicida y en cuyo final Vegas vertió toda la intensidad y malditismo que anidan en su voz y maneras. No por nada arrancó una ovación espontánea del público antes de terminar la canción. Siguió la poética y evocadora Ser Árbol antes de conjurar las lágrimas de Katy Jurado con la dramática La pena o la nada, que apareció en el álbum que compartió con Enrique Bunbury en 2006, El tiempo de las cerezas.

La melancólica beligerancia de Nacho Vegas. Gira Violética

Antes de encarar el último tercio del show llegó el momento de presentar a la excelente banda que acompaña a Nacho Vegas y que absorbe a parte de los reputados León Benavente: el teclista Abraham Boba, el guitarrista Eduardo Baos y el bajista Luis Rodríguez, completados por la batería de Manu Molina y la guitarra de Joseba Irazoki. No se olvidó el asturiano de incluir al staff técnico (destacando al baterista de León Benavente, César Verdú) y al personal de su oficina de management.

La melancólica beligerancia de Nacho Vegas. Eduardo Baos, Abraham Boba y Manu Molina…
La melancólica beligerancia de Nacho Vegas. Luis Rodríguez, Nacho Vegas y Joseba Irazoki…

Todos contra el cielo, de Violética, fue otra ocasión para pasear al Vegas más reivindicativo, antes de ofrecer otros dos clásicos (aunque distanciados por el tiempo) de su cancionero: Nuevos planes idénticas estrategias (de 2005) y el más reciente Como hacer crac (de 2011). Dos temas ideales para afrontar la recta final del concierto, que llegó con La gran broma final (única concesión a su álbum La zona sucia, de 2011), y una potentísima versión de Maldigo del alto cielo, de Violeta Parra. ¡Que el Dios de los republicanos le conserve la memoria a Nacho Vegas, que no teme a las letras más densas y complejas!

Después de una salida del escenario y reclamados con aplausos encendidos que apenas decayeron, Nacho Vegas y su banda volvieron para una terna de bises: la imprescindible Que te vaya bien Miss Carrusel (adaptación de Fare thee well Miss Carousel de Townes Van Zandt), Dry Martini S.A y la siempre celebrada El hombre que casi conoció a Michi Panero que, como no podía ser menos en un recinto que acogió a Nacho Vegas con calor y cariño, mutó su última línea («Hasta nunca…») por un prometedor «Hasta la próxima…».

La melancólica beligerancia de Nacho Vegas. Gira Violética en el Teatro Principal de Zaragoza

En resumen, un magnífico concierto en el que Vegas no dejó de lado ninguna de las facetas que ha ido mostrando en las casi dos décadas que viene durando ya su carrera. Es obvio que su calidad compositiva y narrativa no ha menguado. Al contrario, sigue sorprendiendo con cada trabajo y no duda en sacar del repertorio canciones (llamémoslas ya clásicas como El ángel Simón u Ocho y medio), en favor de sus nuevas propuestas que no restan, sino que suman a su personaje y amplían su espectáculo. No dejaremos de seguir sus próximos pasos para comprobar en qué dirección le llevan y si su actitud de crooner activista y certero, entre el malditismo y la catarsis más conmovedora, sigue creciendo.

Por eso, Nacho Vegas hizo bien en emplazarnos hasta la próxima. Allí estaremos.

 

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