«40 Años de Rock and Roll Actitud», en BCN ciudad

(Texto y fotos de Jesús Gella Yago)

El pasado viernes 14 de diciembre culminó en el Palau Sant Jordi de Barcelona la gira que ha celebrado (bajo apropiado nombre) los «40 años de Rock and Roll Actitud» de Loquillo, contados desde su debut en la sala (cabaret) Tabú de su ciudad. Cuatro décadas de trabajo, constancia y evolución que han articulado una trayectoria única (por sólida, duradera e ininterrumpida) en el rock and roll español. La fecha y la ciudad elegidas no podían ser más simbólicas, coincidiendo con la víspera del 20 aniversario de la grabación (en la antigua sala Zeleste, actual Razzmatazz) de uno de los más míticos álbumes del rock (y punk) español, A por ellos que son pocos y cobardes, de Loquillo y Trogloditas.

A por ellos que son pocos y cobardes (1989), de Loquillo y Trogloditas, y singles derivados

La ocasión merece algo especial: esto no va a ser una crónica al uso, repasando título a título el repertorio interpretado ni con descripción detallada de la propuesta escenográfica del show. Para eso sería recomendable revisar cualquiera de los posts dedicados este año a la gira de Loquillo en este blog. Lo que vas a encontrar aquí es un relato puramente emocional, con los recuerdos ya reposados una semana después, y un zoom sobre algunos detalles que, en la intimidad que ofrecieron los focos ante 10000 personas, quizá pudieron pasar desapercibidos; pero que, sin duda, ayudan a entender las claves, la dimensión y la importancia de lo que vivimos en el Palau Sant Jordi, bajo la luna de Montjuic.

Loquillo. 40 años de Rock and Roll Actitud, en Barcelona…

Loquillo en Barcelona. Momentos de una celebración…

La luminosa primera parte…

El Loco nunca ha compartido su escenario. Que esta gira era especial ya venía asegurado por la circunstancia de que la primera parte del show corriera a cargo de la luminosa Nat Simons y su banda. Poseedora de una potente y cristalina voz al servicio del evocador sonido americana de sus composiciones, la madrileña ha afrontado la responsabilidad de recibir al público de Loquillo, muchas veces afectado en su ortodoxia más rockera al descubrir y apreciar la enérgica, sensual y emocionante propuesta de una artista quizá algo alejada de ese rock and roll urbanita en favor de un folk envuelto por la magia de los bosques de North Carolina. Un papelón, dirían algunos. Un verdadero triunfo, afirmamos otros. A lo largo de esta minigira que ha propiciado el cruce de caminos del Loco con su Lights Tour, Nat ha sabido energizar el sonido de algunos temas, invitando al público más reacio a despegar los pies del suelo. Entre canción y canción, y visiblemente emocionada por llegar al final de esta feliz coincidencia caminando en compañía del Loco, Nat agradeció en varias ocasiones la oportunidad y la acogida del público. Esperamos que muchos sigan buscando la luz a su lado cuando publique el que será su tercer álbum de estudio. Si en estos grandes recintos y con un repertorio reducido Nat Simons convence, en la distancia corta y con su show completo… enamora.

Nat Simons & Chema Moreno. Lights Tour…

Cámara… ¡acción!

Vivimos en una era de reportaje doméstico, de manera que el mismo día de un concierto, una competición o un suceso de cualquier índole, disponemos en las redes de profusión de archivos y ángulos registrados por reporteros accidentales. Sin embargo, cuando una nube de fotógrafos profesionales pertrechados de cámaras réflex se congregan en el foso de un escenario, es que la cita ha despertado el interés de los medios y no basta con la buena intención (o el ego) de los portadores de un smartphone. Y en el cierre de la gira «40 Años de Rock and Roll Actitud» en Barcelona, desde el principio quedó clara la relevancia y significado del momento y el protagonista…

Loquillo. En el punto de mira…

Durante el concierto el Loco habló de equipo, familia, amigos y hermanos. También transmitió su agradecimiento a aquellos que, a pie de escenario y fuera de foco (sonrisas, miradas y brazos en alto anónimos), han estado (hemos estado) bajo la bandera del Pájaro Loco en los buenos momentos… y también en los menos buenos. La consolidación del vínculo entre frontman y banda, entre artista y público, se resume en el mensaje que podía leerse en la claqueta que el Loco utilizó para cerrar una cinematográfica canción. Sencillamente: «¡Por amor!» 

«Siempre habrá una buena razón para creer en ti y en mí…»

Respeto por los mayores…

A lo largo de su carrera las diferentes pieles del Loco, sus maneras y sus gestos se han impregnado sin complejos de múltiples referencias e inspiraciones que van desde Joe Strummer, Elvis, Toño Martín y Morrissey, a Dean Martin, Jacques Brel o Paco Ibáñez. En esta ocasión,
además del tributo implícito en el repertorio seleccionado, las imágenes proyectadas en la pantalla gigante del escenario permitieron aludir a muchas de ellas…
Quizá las más significativas fueron las dedicadas al predicador oscuro Johnny Cash, a la banda barcelonesa Lone Star y, sobre todo, a Johnny Hallyday al terminar el dúo que Loquillo y Nat Simons dedicaron a su memoria cuando acaba de cumplirse un año de su desaparición. Pero el homenaje más sentido y discreto se rindió desde la batería de Laurent Castagnet, ese fondo peligroso que hay detrás. Laurent es francés y, como él mismo sostiene, no necesitó a Elvis o a The Rolling Stones para descubrir y amar el rock and roll, porque tenía a Johnny Hallyday en casa y en su idioma. Por él quiso ser músico. Por él se puso en pie detrás de su instrumento y dio la espalda al público durante un instante de eternidad. Para buscar una última vez su mirada de león viejo y poder recordarlo tan protector, bello y poderoso. Para darle las gracias por todos nosotros. Merci, Johnny! Merci Laurent!

Laurent Castagnet y Johnny Hallyday. Por un instante, la eternidad…

Compañeros de viaje… De un largo viaje

Una gira o concierto de celebración que quiere abarcar demasiado corre el riesgo de convertirse en un desfile de invitados que entran y salen del escenario rompiendo el ritmo del espectáculo. Eso no iba a suceder en el cierre de la gira «40 Años de Rock and Roll Actitud» en Barcelona. En su cuarto y último tramo el show se enriqueció con la presencia (también simbólica) de dos únicos amigos que, desde su respectiva generación, aglutinaban todo el sentido y peso de un icono como Loquillo.

En primer lugar, Sabino Méndez. El rocker barcelonés que sobrevivió (literalmente) a la cara más oscura y excesiva del éxito, alma mater de los seminales Los Intocables y de los fulgurantes Trogloditas, autor de varios (bastantes) himnos generacionales, contrapunto de discreción, lucidez, humanidad y erudición en el prodigioso circo del rock and roll y que ahora publica con Anagrama desvistiendo mitos y fabulando realidades. Su reencuentro con Loquillo en 2005 después de casi dos décadas de distanciamiento sorprendió a fieles y novicios. Verlos juntos de nuevo en Barcelona, la ciudad de ambos y 38 años después de su unión con Intocables, resultó uno de los momentos más emocionantes del show. Sabino, Gretsch al cuello, también compartió el micro del Loco para reforzar los coros de una de sus primeras canciones, escrita con apenas veinte años, y que probablemente es la visión más lúcida y descarnada del desencanto que lleva aparejado el éxito. Hermoso ver el brazo del Loco rodeando a Sabino con ternura, las cabezas muy próximas, la de Sabino casi apoyada en el hombro del Loco.

38 años después… Loquillo & Sabino. Sabino & Loquillo …voy a ser una Rock and Roll star.

A Leiva lo presentó Loquillo como el heredero de la más pura tradición del rock and roll madrileño. Si Sabino había representado los orígenes de aquellos prometedores y veloces años ochenta, Leiva llegaba como parte del presente (y quizá futuro) del Loco, para cuyo último álbum de estudio compuso un tema llamado a ser un nuevo clásico y que encuentra su perfecto complemento en un emotivo y audaz videoclip filmado por Leticia Dolera. Leiva sumó también su rítmica a otro himno urbano de los queridísimos Burning. Terminando la segunda década del siglo XXI, un veterano del Clot y un joven de Vallecas compartiendo una canción insignia del rock español (y madriles) de los 70s, en memoria de Pepe Risi y en Barcelona. ¿Pueden encajar mejor las piezas? ¿Puede ser todo más simbólico?

Loquillo & Leiva …no intentes atraparme, he aprendido a volar.

El equipo…

El Loco viene insistiendo en sus últimas entrevistas en que el rock and roll es, como el baloncesto, un deporte individual que se juega en equipo. Los secretos de vestuario y la estrategia de pizarras han implicado la entrada y salida de miembros de una banda que, con la llegada del teclista Lucas Albaladejo, parece haber encontrado la pieza que faltaba. Son ahora un corazón colectivo sin egos enfrentados, donde el respeto y la admiración no merma la camaradería y la complicidad. Durante el show hubo mástiles en alto, rodillas en tierra, espaldas contra espaldas, saltos, algo de comedia y carreras. Pero nada de eso, aunque leídos puedan parecer los recursos típicos de un espectáculo de rock, parece impostado con el respaldo de una relación de sincera amistad (o de fraternal familiaridad) fuera del escenario. Lo de esta banda bajo los focos no es «postureo». Son así, Viven así. Y así lo demostró el espontáneo beso en la boca que Igor Paskual dio a Josu García al final de un celebrado y espectacular solo. Eso es rock and roll. Eso es amor (quien lo probó lo sabe, dijo alguien una vez). Eso es vida. La de ellos y, afortunadamente, la nuestra.

Josu García & Igor Paskual… Amando siempre armados.

Detrás de una gran banda ha de haber un equipo técnico que esté a la altura. La logística de un show de rock and roll de esta entidad es complicada y se hace necesaria la disciplina y la profesionalidad para que un organismo tan complejo no entre en paro. Son una veintena de personas las que hacen funcionar este circo, aunque solo veamos iluminados a los músicos y al Loco. Durante la presentación de la banda en el último tramo del show, momento para reflexionar sobre la importancia de sumar y no restar ni dividir, pudo verse otro detalle discreto al fondo del escenario: terminadas dichas presentaciones, Laurent Castagnet buscó con la mirada a un hombre en la sombra, el tour manager Sergio «Pluto» Claveras, habitual entre bambalinas aragonesas e imprescindible engranaje de toda esta maquinaria. Ambos se golpearon el pecho con el puño a la altura del corazón, en un gesto inequívoco de mutuo cariño y respeto forjados durante años de estrecha colaboración.

Después del concierto, en el camerino, el fotógrafo Juan Pérez-Fajardo (The Fly Factory) realizó un retrato de grupo que se ha visto estos días por las redes. Era la última noche y había que llevarse un recuerdo tangible además de las propias emociones. Otro bonito gesto que dice mucho sobre el significado de este final de celebración en Barcelona, fue la firma que el Loco estampó durante el show en el parche de uno de los bass drum de la batería de Laurent Castagnet. Toda la banda y el staff técnico terminarían firmando también al lado del Loco a petición de Laurent, que se llevó un magnífico souvenir de toda la crew. Talento, sí, pero además respeto, profesionalidad y admiración. Las claves del equipo. El secreto del éxito. ¿Alguien lo duda a estas alturas?

Un bello souvenir, souvenir, souvenir para Laurent Castagnet

Puro orgullo…

Para quienes podemos decir que hemos visto al Loco en las mejores, pero también en las peoras plazas; y para quienes independientemente de la alineación de la banda en cada momento hemos hecho nuestros sus problemas, la sensación de haber llegado hasta aquí y en estas condiciones es de puro orgullo. El camino ha sido largo y accidentado, pero cada paso, cada kilómetro, cada hora de espera y cada carrera hacia la boca del escenario ha merecido la pena. Y eso nos hizo sonreír de oreja a oreja durante tres horas de concierto, múltiples veces bailado y coreado, pero que que no dejó de sorprender y emocionar a quienes aguardábamos cada gesto familiar, cada guiño y homenaje para hacerlo nuestro. Solo nuestro entre la multitud,

También era orgullo lo que traslucía la expresión del Loco cuando se apartaba del foco para ocupar los laterales del escenario. Desde esa perspectiva podía tener una visión del conjunto de su propio espectáculo y regalarse un instante de disfrute dejando evolucionar a la banda. Y ese orgullo viene dado por la seguridad de no querer cambiar ninguna decisión ni desdoblar las curvas trazadas, y la certeza de que su instinto dio en el blanco para saber mantenerse a flote sobre la balsa de La Méduse… allí donde no todos los compañeros de generación tenían cabida.

Loquillo. Orgullo, seguridades y certezas.

El extraordinario guitarrista barcelonés Mario Cobo, representante de otra generación de rockers mediterráneos, vivió también una noche de justicia. Casi al final del concierto, mientras sus compañeros alargaban la última canción del repertorio, se desembarazó de su guitarra y se apartó a un lado del escenario para convertirse en público durante un instante. Desde allí contempló el resultado del trabajo de todos ellos, la recompensa a su esfuerzo y buen hacer. Pero no fue el único de la familia en rendirse al espectáculo del que formaba parte. En un segundo plano, igual que había hecho durante gran parte del concierto desde antes de su intervención, también Sabino Méndez, aquel Intocable, aquel Troglodita, admiraba el largo vuelo de sus antiguas canciones. Una satisfacción y orgullo que es privilegio de quienes, antes de la existencia de conceptos tan vanos y artificiales como influencer o trending topic, fueron capaces de cambiar vidas ajenas creando y compartiendo algo trascendente e imperecedero.

Mario Cobo en primer término y Sabino Méndez, a la derecha.

De smoking negro…

Las ocasiones especiales lo merecen. Antes de abordar la última canción, el imprescindible y catártico broche de sus conciertos, el Loco se ausentó para cambiar de vestuario. Regresó enfundado en un smoking negro con chaleco, camisa de puño vuelto con gemelos y bow tie abierta. Durante uno de los primeros temas de la noche se había permitido proyectar en lo alto de Montjuic una emotiva foto junto a su padre. En otro, habíamos visto a su propio hijo interpretándole en su juventud barcelonesa. Llegaba el momento de que un pandillero hijo de carabinero republicano y estibador se despidiera de Barcelona ciudad vestido de smoking, con el puño sobre el corazón, como la estrella que una vez soñó que llegaría a ser. Su ciudad, su Barcelona, rendida a sus pies. Justicia. Amor. Puro rock and roll.

El mejor de los bises…

Después de tres horas de concierto sin relajar la intensidad no había fan capaz de exigir un bis más. Expectativas y corazón estaban más que satisfechos. Sin embargo, para muchos quedaba uno de los momentos más especiales.

Héroes…

El Loco y su banda no se limitaron a despedirse con un saludo escueto (y obligado por la cortesía) para refugiarse en el camerino. Antes de un teatral saludo alineados al borde del escenario, músicos y frontman se fundieron en abrazos que lo dejaban todo claro. Siempre lo hacen, pero en esta última ocasión algunos se prolongaban más de lo habitual. Como si no quisieran abandonar un escenario al que quizá tarden un tiempo en regresar. Para muchos de nosotros esa manifestación de fraternidad es el mejor de los bises. Una demostración de amistad, cariño y felicidad sin disimulo ni impostura que forma ya parte del espectáculo, y que le otorga una veracidad muchas veces ausente en los shows de otras grandes bandas. Agotados ellos. Agotados nosotros. Resistiéndonos a marcharnos… pero felices de haber olvidado el mundo durante tres horas de rock and roll y amor.

40 años de Rock and Roll Actitud… ¿por qué?

A partir de una veintena de álbumes de estudio, varios directos y numerosas colaboraciones en proyectos ajenos, así como en sus incursiones literarias y cinematográficas o a través de sus declaraciones públicas, Loquillo (el Loco para usted y para mí) ha compuesto un personaje (así lo llama él mismo) muy reconocible y sin fisuras, altivo, directo y a contracorriente, sin afecto por los territorios domados que otros (demasiados) frecuentan, tan admirado como señalado precisamente por su categórica insolencia. Envidiado también, quizá, por su independencia.

La silueta, el perfil, la voz y el discurso cantado de Loquillo forman parte del imaginario de varias generaciones. Para sorpresa de afines y detractores (que los tiene de ambos y en cantidad) nunca se ha estancado en la ortodoxia del rock en favor de otras vías y posibilidades, dando lugar a una discografía extensa y compleja que ha transitado por el punk, el rockabilly, la poesía musicada, el country, el blues, el cine, la chanson, el swing, la electrónica o el tango (¡en uno de los primeros álbumes con Trogloditas hay incluso un calypso!), prodigándose con desenvoltura por grandes recintos, festivales, teatros o salas de pequeño aforo: en los últimos años, sin echar demasiado la vista atrás, ha actuado en la Plaza de Las Ventas, en el Azkena Rock Festival, en el Kursaal, en la cueva del Soplao (Cantabria) ante 300 privilegiados o en el londinense The Grand. Todo ello evidencia algo impensable (casi intolerable, se diría) en nuestro país: que un cantante de rock and roll (ese género denostado por su, llamémosla, imperialista procedencia), llegue en su madurez (hoy mismo el Loco cumple 58) a disfrutar de un notable repunte de popularidad y a demostrar (en el escenario y en el estudio) una plenitud y energía artísticas tan ajenas a las modas teledirigidas.

Las tres horas de concierto y las imágenes proyectadas que acompañaron un set inagotable y (placenteramente) agotador, pretendieron aglutinar en una noche muy especial todas las facetas, resquicios, pieles, referencias, momentos y compañías de una carrera envidiable que, además, en los últimos años ha pasado por uno de sus periodos más dulces y exitosos. El propio Loquillo, tirando de analogía baloncestística, asegura que el secreto para celebrar un aniversario semejante estando en tan buen (¿quizá el mejor?) momento, radica en el equipo del que ha sabido rodearse sobre y detrás del escenario. Una supervivencia artística de cuarenta años implica un sinnúmero de decisiones, planes y giros que afectan a  personas, discursos y entornos, y que no tienen por qué complacer unánimemente a todo el mundo. Siempre habrá «viejas guardias» que no toleren los cambios de rumbo y tripulación, y también «nuevos discípulos» que desestimarán lo que no hayan experimentado. De una u otra manera, los pasos del Loco (que le han permitido cruzar el desierto sin sucumbir) no pueden considerarse equivocados cuando la semana pasada volvió a Barcelona (su Barcelona) y, desde la cima de Montjuic, confirmó su estatus de estrella del rock, alcanzado por el puro empeño de aquel chico de barrio que miraba pasar trenes y espiaba a las bandas de rock pioneras que ensayaban cerca de su calle…

Hay quien ha criticado (en voz muy baja) que el repertorio de esta mini-gira de «40 Aniversario» resultaba demasiado similar al registrado en 2016 en Las Ventas, y que la diferencia más notable estaba en la parafernalia escenográfica. La verdad es que para quienes estuvimos en aquel y hemos repetido en este (y otros), no era lo mismo (como ya defendimos en la crónica del show inaugural en Sevilla del pasado octubre). Nada sonaba igual, nada se sentía igual. Los arreglos estaban elaborados hasta el asombro, se habían añadido canciones de gran componente simbólico apuntando a este cierre en Barcelona, los músicos de la banda (aunque la formación fuera casi idéntica) ya no eran los mismos. Ni siquiera el Loco era el mismo. Probablemente, nunca lo sea ya. Estos últimos cuatro años, dijo durante el concierto de Barcelona, han cambiado su vida; y, para los que identificamos cada grieta y cada tic, para los que hemos sido testigos recurrentes de la meteórica evolución desde el último cambio de dirección musical, celebramos que la actitud del Loco y su seguridad sobre el escenario se hayan afianzado (más si cabe), dominándolo cómodamente con el apoyo de una banda infalible y cómplice que ha perfeccionado su sonido hasta límites insospechados. El Loco ya no está solo frente al mundo sobre el escenario, como en décadas pretéritas cuando la ausencia de complicidad se traducía en tensión y amenazaba con crisis (en plural) que no tardarían en llegar.

La banda de Loquillo no tiene nombre, ni falta que le hace. Son una familia de individualidades y talentos que no restan ni dividen (como el Loco se encargaría de recordar en una Barcelona donde tal mensaje llegaba cargado de significado), sino que suman. O multiplican. Se comparan con la División 101 (Aerotransportada) y sin rubor afirman que actualmente son la mejor banda de rock de este país. Y damos fe de que, si no fuera por el lastre del idioma en dominios anglosajones, también podrían sostener la mirada a algún que otro grupo internacional de entre los más cacareados.

Muchos daban al Loco por desaparecido. Me han matado tantas veces que aprendí a resucitar, proclama en una canción de su amigo Gabriel Sopeña. Hay nostálgicos convencidos de que después de los ochenta (y de la tan manoseada Movida madrileña) ya no hubo nada. Los hay más jóvenes que desprecian cualquier cosa anterior a su propio nacimiento. Durante esta gira con apoteósico final en Barcelona, quizá algunos de ellos hayan vuelto a reconciliarse con Loquillo y otros, directamente, lo hayan descubierto por primera vez. Lo que está claro es que solo tendrán motivo de arrepentimiento quienes no hayan estado en al menos uno de estos conciertos.

También los habrá que exclamarán sorprendidos que el Loco ha vuelto. Pero que nadie se llame a engaño. El Loco no ha vuelto. No ha vuelto porque nunca se había ido.

El futuro está ahora en el aire. Toca recogerse, como él mismo dice, en los cuarteles de invierno. Valorar posibilidades, priorizar unos proyectos sobre otros y, desde luego, seguir creando. El Loco ha dado alguna pista de por donde pueden andar los tiros, pero sabemos que nunca tiene una única mano para jugar y que, muchas veces, se guarda la mejor en la manga… Estaremos expectantes porque, desde luego, el futuro se antoja tan brillante y prometedor como aquella luz verde que fascinaba a Jay Gatsby al final del embarcadero de Daisy en las noches de verano en Long Island

De una forma u otra, esperamos no tardar demasiado en volver a oír eso de:

¡Desde Cartagena, Murcia, Lucas Albaladejo! ¡Desde Granada, Alfonso Alcalá! ¡Desde Madrid, Josu García! ¡Desde Barcelona, el señor Mario Cobo! ¡Directamente desde les Champs Elysées, monsieur Laurent Castagnet! ¡Desde Asturias, el Trueno de Gijón, Igor Paskual! Desde el Clot, Barcelona, España… ¡Un servidor!

Si quieres más…

Si te ha gustado esta crónica (emocional), quizá te interese otros artículos más detallados (en cuanto a repertorio y escenografía) de conciertos de Loquillo y Nat Simons:

– Crónica concierto de Loquillo en Zaragoza (diciembre 2018): Loquillo y Zaragoza… como jugar en casa

– Crónica concierto de Loquillo en Valencia (noviembre 2018): Cruzando el ecuador en Valencia

– Crónica concierto de Loquillo en Sevilla (octubre 2018): Loquillo 40 aniversario: toda una vida

– Crónica concierto Loquillo en Teruel (junio 2018): Mil Festival, Los chicos están bien

– Crónica concierto Loquillo en Tudela (junio 2018): Loquillo y la épica del rock bajo la lluvia

2 comentarios en “«40 Años de Rock and Roll Actitud», en BCN ciudad

  1. Un apunte. El Loco ha compartido el escenario mínimo 2 veces: cuando presentó dos noches seguidas el álbum Cuero Español en una pequeña sala de Barcelona, en su barrio del Clot. Las 2 noches le telonearon los Desbocados. Saludos

    1. ¡Muchas gracias por el apunte!
      De hecho estuve en uno de aquellos dos conciertos en la Savannah, pero no dejó de ser algo (llamémosle) «accidental». Lo notable en esta ocasión, y que marca la diferencia en cuanto a concepto de espectáculo, es llevar una primera parte fija antes de su actuación en todos los shows que han conformado la gira «40 años de RnR Actitud».
      ¡Saludos y mucho RnR!

Deja un comentario