Compañeros de viaje

En su retroceso el oso ha terminado por arrinconarse. Está justo en el borde, lo tengo acorralado. Sabe que si se zambulle no tendrá ninguna posibilidad. Está muy débil, su instinto le dice que solo se salvará si me sorprende en un descuido. Es un animal magnífico, no importa que la sangre que mana de sus heridas ensucie el pelaje blanco. Ya no se encuentran piezas así. En el Gran Desierto, en el Vertedero Internacional y cerca de las Tierras Sumergidas casi se ha extinguido la diversión. Las cumbres, tratados y acuerdos solo han servido para elevar el precio de los trofeos. La licencia me ha costado una fortuna, pero la expedición a lo que queda del Ártico merece la pena.

El oso me mira y gruñe. Estoy tan cerca que puedo sentir su aliento. Afianzo los pies sobre la película de agua que cubre el hielo. Lo noto frágil y quebradizo. Toda esta zona desaparecerá pronto también, fundida con el océano. Levanto el rifle, pero un crujido inesperado me hace errar el tiro. El hielo cede bajo mis botas, estoy a punto de caer y soltar el arma. El oso trota hacia mí. Pienso que me va a atacar, pero en realidad ha comprendido la situación antes que yo. Intenta alcanzar el borde opuesto para saltar a hielo firme. Le fallan las fuerzas y se desploma a mi lado. Podría rematarlo en este instante, pero el fragmento de hielo en el que estamos atrapados es muy pequeño y debo apartarme para equilibrar su peso. No me atrevo a saltar. Si caigo al agua, a pesar de los grados que ha aumentado en las últimas décadas, estaría perdido.

El oso sigue mirándome. Jadea y apenas puede moverse. Nuestro islote de hielo se aleja poco a poco y de sus bordes se desprenden fragmentos cada vez más grandes. Si no reacciono terminaremos a la deriva en un bloque de hielo que no tardará en desaparecer. Meto el rifle en su funda impermeable y lo uso como remo. Lo único que consigo es que el bloque gire sobre sí mismo. Debería remar por ambos lados a la vez para avanzar en línea recta, pero es imposible. Pienso que debería deshacerme del oso para aligerar peso. Es una lástima perder su cabeza, pero no tengo más remedio. Me levanto para preparar el rifle. El oso se mueve y me doy cuenta de que está imitando mi desesperado intento. Ha descolgado una de sus patas sobre el borde para dar zarpazos al agua. Vuelvo a mi sitio y me pongo a remar mirándolo de reojo.

¡Avanzamos! Si me lo cuentan jamás lo hubiera creído. Ahora en el mundo solo existimos el oso y yo. Y nuestro mundo, reducido a este pequeño trozo de hielo, peligra. Está abocado al desastre, la cuenta atrás se precipita. He estado a punto de matar al único ser que podía salvarme. Él me necesita y yo dependo de su esfuerzo. Si hubiera esperado a que la superficie del islote se redujera lo suficiente para remar por ambos lados, me habría alejado demasiado de la costa. Nos hemos puesto a trabajar juntos en el momento preciso. Pereceremos o nos salvaremos los dos.

Con cada golpe de rifle y zarpa estamos más cerca. Ya no vigilo al oso, me basta con escuchar su resuello para saber que sigue vivo y empujando. Pronto nos movemos entre otros bloques recién desprendidos. Casi podríamos saltar de uno a otro para llegar a hielo firme. Pero no nos arriesgamos y seguimos impulsando nuestro mundo hacia adelante.

Por fin tocamos la orilla helada.

Salto y caigo de rodillas sobre el hielo. No puedo creer que lo hayamos logrado. Busco al oso con la mirada y lo veo renquear fuera del islote. Se queda inmóvil. Me observa con desconfianza y no puedo reprochárselo. Yo asiento con la cabeza, aunque no sé si será capaz de interpretar mi gesto. Es respeto lo que quiero transmitirle. Se gira despacio y comienza a alejarse de mí. Cojea y gruñe de dolor, dejando un rastro de sangre impreso en el hielo. Lo alcanzo y me interpongo en su camino, unos metros por delante. Le sostengo la mirada y siento que un torbellino de preguntas y respuestas se arremolina en mi mente. Nuestro mundo dependía de ambos, y juntos hemos hallado una solución. Termino por comprender la paradoja: nunca lo habríamos conseguido sin cooperar, aunque de no ser por mi acoso tampoco nos habríamos visto en ese trance. 

Cualquiera podría extraer una valiosa lección de esta aventura, pero yo no.

Es mi oso. Lo respeto, pero es mío. He pagado por él.

Saco el rifle de la funda, apunto con cuidado y disparo.

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