Helena en la batalla

Helena deja las llaves en el platillo del aparador y el escudo contra la pared.

Busca su reflejo en el espejo de la entrada. Levanta la visera para no mirarse a través de una rendija. Sus ojos parecen hundidos en un cerco oscuro. El día ha sido complicado en el despacho y lleva sin comer nada desde el desayuno. Un dragón codiciaba el mismo proyecto y demasiados paladines le han ofrecido la grupa de sus corceles para llevarla detrás.

Se quita la celada y sacude la cabeza para liberar la melena pelirroja. Con el casco en la mano avanza por el pasillo en penumbra. Espera que los pasos metálicos de los escarpines no molesten a los vecinos de abajo. Cuando llega al dormitorio deja el bolso colgado del picaporte.

Se desciñe la espada y arroja los guanteletes sobre la cama. Las hombreras quedan a caballo del respaldo de una silla. Se despoja de guardabrazos, codales y avambrazos. Afloja las cintas que aseguran el espaldar y el peto antes de sacarse por la cabeza la pesada loriga de malla. Se sienta en el borde de la cama para soltar los quijotes de los muslos, las rodilleras y las grebas. Tiene especial cuidado de no dañar la colcha ni la alfombra con las espuelas.

Contempla las piezas desperdigadas por la habitación. Cada día es un combate y la resistencia de Helena se puede calcular por el número de abolladuras y arañazos del metal. Se deja caer en ropa interior sobre el colchón. Está agotada. Se le ocurre regalarse un baño de espuma y piensa qué disco puede poner para disfrutarlo aún más.

El teléfono vibra dentro del bolso. Helena se levanta a regañadientes. Seis whatsapps de su madre. Todos de una línea, casi telegráficos:

Hola cariño.

Tendrás que ir tú a buscar a los nenes.

No se podrán quedar con nosotros esta noche.

Tu padre está mal de la cadera.

Ven a ayudarme con él.

Besos.

Helena deja escapar un suspiro. Adiós baño de espuma, adiós música. Recoge las piezas de metal y las alinea sobre la cama. Conchas vacías arrojadas a una playa desierta.

El teléfono vibra de nuevo. Esta vez es un correo electrónico del despacho. Sin saludo ni preámbulos, a quemarropa:

El cliente ha cambiado de opinión. Aunque excede el presupuesto parece que ahora le atrae la idea de Fabián. Si hay una próxima ocasión deberías trabajar mejor las relaciones públicas y explotar todas tus cualidades. Todas. Ya me entiendes. Hablamos mañana a primera hora.

A Helena se le anuda el estómago. Va a la cocina para beber un vaso de agua. La nevera está medio vacía y la lista de la compra sigue sujeta a la puerta por un imán. Las prendas asoman por el cesto de la ropa sucia. La bolsa de basura sin atar desprende un olor desagradable. El lavavajillas está atestado y hay platos usados en el fregadero. Se pregunta qué ha hecho Juanjo por la mañana.

Cuando vuelve al dormitorio tiene dos llamadas perdidas y un mensaje de audio. La voz de Juanjo suena pastosa y vacilante:

Hola, hola. Hola. Imagino que estás ya en casa, pero no has oído las llamadas. Espero que la reunión haya ido bien. ¿El proyecto es tuyo? Seguro que sí,…

Helena puede escuchar el murmullo de más voces y una retransmisión deportiva en un televisor con el volumen demasiado alto.

no hay nadie como mi nena. Estoy muy orgulloso de ti. Yo tengo mucho lío, se me ha alargado una visita.

Juanjo intenta tapar con un carraspeo el inoportuno soniquete de las tragaperras.

Llegaré tarde. Qué suerte que los niños están hoy con los abuelos, ¿verdad? Déjame preparado algo para cenar. Te quiero.

Helena se calza los escarpines y se forra las piernas con las grebas, las rodilleras y los quijotes. Se pasa la loriga por la cabeza y pelea con las mangas hasta que cae sobre sus caderas. Introduce el cuerpo en el caparazón que forman peto y espaldar. Acomoda las hombreras y ajusta guardabrazos, codales y avambrazos. Se recoge el pelo antes de encajar las manos en los guanteletes. Toma con cuidado la celada, mete la cabeza y baja la visera.

Por último empuña la espada y la extrae de su vaina. El filo está mellado por incontables ataques parados. Extiende el brazo y la espada le parece una prolongación de su propio cuerpo.

Helena sonríe.

Sin tregua.

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