Y Loquillo mató el silencio…

Una primavera desvanecida ha sido suficiente para cambiar nuestra forma de entender, apreciar y vivir muchas cosas. El recuerdo (que el sol casi parece haber vuelto lejano) de un mundo detenido, sombrío y silenciado, hace que la emoción se dispare al recuperar ciertas sensaciones y experiencias. Y habiendo sido testigos del incesante goteo de aplazamientos y cancelaciones de espectáculos y festivales de toda índole, al ver saltar por los aires nuestros proyectos y costumbres (a un nivel que John Lennon no podía ni imaginar cuando dijo aquello de que «la vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes»), la noticia de que el WiZink Center de Madrid iba a reabrir sus puertas a ritmo de rock fue la mejor de las noticias.

Tanto que, aunque pueda sonar exagerado, el 3 de julio de 2020 debería considerarse una fecha histórica: Loquillo asumía la enorme responsabilidad de ofrecer el primer concierto en un gran recinto, de devolvernos la ilusión, de hacernos saltar, cantar, tal vez bailar, como si fuera la primera vez… Además, el evento se celebraba a beneficio del Banco de Alimentos de Madrid.

Hace unos meses esta crónica habría comenzado con la descripción del ambiente en el exterior, las horas de espera, la apertura de puertas… pero en esta ocasión, además de mediante las apenas dos mil entradas puestas a la venta, existía la posibilidad de presenciar el espectáculo a través de streaming. Por lo tanto esta no será una crónica al uso aunque, con el tiempo, quizá termine siéndolo. La neonormalidad (cosas de la orwelliana neolengua) es lo que tiene.

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Las puertas de nuestra casa se abrieron en torno a las 20:30. Los primeros invitados (habituales de pretéritas batallas rockeras) llegaban para disfrutar del show, algunos con camisetas con reconocibles logos de bandas muy queridas. Después de meses sin vernos y a pesar de las ganas del reencuentro, los saludos fueron algo tímidos, toques de codo incluidos. Puede ser que el dispensador de gel hidroalcohólico dispuesto en la entrada enrareciera el recibimiento, pero también terminó propiciando las primeras bromas. En cuestión de minutos estábamos todos y estábamos como siempre, como si nada hubiera pasado. A falta de barras, una mesa bien surtida con bebidas, hielo y un picoteo ligero con el que empapar el alcohol y el hambre de rock. Sobre el televisor, desplegada para la ocasión, una bandera con el Pájaro Loco. De fondo, el DVD del concierto de la gira «Salud y Rock and Roll» grabado en Las Ventas en 2016. Algunos de los reunidos también estuvimos allí. Era momento de recuperar, de reencontrar, de revivir.

A LA HORA SEÑALADA

A las 21:00 se inició la conexión.

El aparente vacío del recinto (aunque con sold out) generado por la distancia entre filas y asientos resultaba algo descorazonador. Se estrenaban nuevos protocolos de seguridad y el aforo se había reducido al 10% de su capacidad, garantizando la distancia social mediante amplios pasillos en la cancha y sillas vacías en la grada. A pesar del enrarecido panorama, los primeros planos mostraban sonrisas cómplices, calidez, saludos y tranquilidad, litros de cerveza, selfies e incluso algún arrumaco entre el público ya acomodado. Desde casa pudimos asistir a la llegada del Loco al Wizink y su encuentro con la banda en el camerino. No es lo habitual asistir a esos minutos de concentración previos al combate, que nos permitieron conocer las caras nuevas de Pablo Pérez y Gabri Casanova entre las familiares de Josu García, Igor Paskual y Alfonso Alcalá, o espiar a Laurent Castagnet calentando ritmos sobre sus propios muslos. Entre algunos insertos publicitarios, el Loco lanzó un mensaje desde la intimidad del camerino para referirse a este show, con mucho acierto, como el más importante de nuestras vidas. El concierto llamado a marcar un nuevo principio disipando, por fin, las oscuras nubes del tedio.

escenario

A las 21.30, la hora señalada, llegó a través de los altavoces de nuestro televisor el imponente tema instrumental de Ron Goodwin que acompaña los créditos iniciales de la película «El desafío de las águilas», protagonizada por Richard Burton y Clint Eastwood. Como era de esperar, aunque no por ello fuera menos excitante, el título elegido para abrir el concierto fue «En las calles de Madrid». No podía ser de otra forma. Siempre emociona escuchar esa línea que invoca el recuerdo de Pepe Risi adjudicándole el mérito de haber matado el silencio. Un clásico rotundo y perfecto para abrir con una explosión de guitarras un show muy especial. Y nosotros cantando en casa, a medio pulmón para no dar guerra a los vecinos, pero con todo el corazón a los pies del escenario en Madrid.

Con el trapío de «A tono bravo» llegó la fiesta y la literatura, la combatividad y la disidencia, una declaración de principios antes de que «Territorios libres» dejara claro que no hay bandera más protectora que la del Pájaro Loco y de que la contundente «Planeta Rock» nos invitara a estremecer la nación. A continuación, después de un ¡Madrid, aquí nos tenéis! que no sonó retador sino a alivio, llegó la imprescindible y redentora versión de El hombre de negro de Johnny Cash (adaptada por Gabriel Sopeña), en la que pudimos testar de nuevo la destreza con las teclas de Gabri Casanova.

hombre negro

Las cámaras mostraban un público que deseaba entrar en el concierto, pero como era previsible el extraño ambiente no lo ponía fácil. Quizá esta vez en casa partíamos con ventaja porque nuestro salón, como el París de Hemingway, era una auténtica fiesta. Pero la experiencia es un grado y sobre el escenario el Loco y su banda suman muchas tablas, no por casualidad fueron los elegidos para inaugurar la nueva vida del Wizink. Era hora de aligerar la intensidad con la bulliciosa «Salud y Rock and Roll», tema que lleva camino de convertirse en un nuevo himno con su juguetón y coreable estribillo, perfecto para reconfortar al público. Con Cruzando el paraíso, que ya siempre sonará a Campos Elíseos abarrotados y a leyenda, llegó el momento idóneo para recordar a los ausentes y mirar al otro lado del horizonte: “No sería humano si no dijera que la emoción es tremenda… Durante estos meses todos hemos perdido a gente, familiares, amigos… que no volverán, pero que estarán siempre en nuestros corazones. Yo quisiera acordarme de dos de ellos, Almudena Sánchez y David Gistau…” dijo el Loco con voz entrecortada.

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Para combatir la tristeza nada mejor que el ya mítico riff de «El rompeolas», ese himno que trae una sensación de nostalgia cálida y acogedora (pero combativa) junto al mar, y donde el estupendo slide de Pablo Pérez brilló en las partes donde nos habíamos acostumbrado al pedal steel de Mario Cobo.

El público y la partida ya estaban ganadas. Brazos en alto y algún osado en pie a pesar de la directriz de mantenerse en las butacas. En casa se animaban nuestros coros distantes y virtuales, enlazados por los hombros y salpicados de bebida, para recibir la intro (¡más The Who que nunca!) de «Rock and Roll Actitud». Sin tregua encadenaron la explosiva «Carne para Linda», en la que echamos de menos que el Loco bajara del escenario para saludar y compartir un momento de proximidad con las primeras filas. La neonormalidad altera hasta los más pequeños y queridos detalles.

La única concesión al nuevo álbum (cuya gira hubo de ser aplazada a los últimos meses del año) fue precisamente el tema que le da título: «El último clásico». La ocasión obligaba a encadenar hits para asegurar la celebración, pero fue agradable disfrutar un tema nuevo que, a pesar de escucharse por primera vez en directo, fue coreado como si se tratara de uno habitual de repertorios pasados.

La recta final no iba a dar tregua. La trepidante batería de Laurent Castagnet en la infalible «Ritmo de garaje» hizo olvidar definitivamente las especiales circunstancias que reunían a unos en el WiZink y a otros en sus casas. La boa de plumas rojas de Igor Paskual y la chaqueta de cuero y serpiente del Loco anunciaron que era momento de rendir pleitesía al Rey del Glam de Alaska y Dinarama. Desde casa, como no podía ser menos, completamos los coros que invocan a T-Rex señalando, como si estuviéramos bajo los focos, al irresistible Trueno de Gijón. Al público parecía quemarle el asiento de las butacas cuando el bajo de Alfonso Alcalá anunció la llegada de «Quiero un camión», imposible contener el delirio que desata desde las primeras notas.

Entre vítores y aplausos el Loco intercaló un agradecimiento con vocación reivindicativa: “Quisiera agradecer vuestra presencia aquí, a vosotros y a los que nos están viendo por ‘streaming’. Gracias por participar en esta noche solidaria a favor del Banco de Alimentos de Madrid. También quisiera hablar alto y claro a favor de este oficio, de todos los artistas, músicos, técnicos, profesionales, autores… Merecen algo más que un ‘nada’. Por ellos. Por todos.»

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Y con «Feo, fuerte y formal» y la imprescindible y definitiva «Cadillac solitario» llegó el final. El Loco y la banda dejaron el escenario y a través de la pantalla advertimos un instante de desconcierto entre el público que se resistía a abandonar sus asientos, quizá porque el concierto se les había hecho demasiado corto o porque los nuevos protocolos de seguridad incitaban a la duda y la vacilación.

Por nuestra parte, un aspecto negativo a reseñar es que en el último tercio del concierto la plataforma nos sacó varias veces de la retransmisión obligándonos a introducir las claves para reanudar la conexión. Sin embargo, veámoslo por el lado bueno: eso hizo que no echáramos de menos las omnipresentes y molestas pantallas de móvil que demasiadas veces dificultan la visión sobrevolando nuestras cabezas durante los conciertos. Una experiencia en ‘streaming’ (casi) tan real como la vida misma.

STREAMING

3 de julio de 2020. Habremos de recordar esta fecha como el día en que Loquillo mató el silencio. Algo más de una hora de show para transformar el vacío en plenitud y el tedio en pasión. Un repertorio reducido para transmitir el mismo abanico de emociones para el que a veces dos horas no son suficientes. El privilegio de ser el primero en abrir las ventanas a esa nueva realidad que todavía miramos con recelo. En reunir amistades que solo tienen ocasión de reencontrarse bajo los focos de su escenario. Una responsabilidad y compromiso muy serios que el Loco y su banda asumieron resultando, para nuestra felicidad, triunfadores.

Los que ensayamos nuestro primer concierto vía streaming sabemos que nunca será lo mismo estar en casa que sentir el calor y (a veces) la presión de la multitud entregada, enfrentarse al destello mágico de los focos, ganarse la primera fila en la valla para cruzar la mirada con quien ocupa el escenario, experimentar el ambiente pre- y post- concierto, callejear en busca de un lugar donde compartir lo vivido, o correr para coger el autobús que te devuelve a tu ciudad con una sonrisa de felicidad mientras duermes de madrugada o ves amanecer tras los cristales.

Pero lo que si constatamos delante del televisor, en muy buena compañía en nuestro salón presidido por la bandera del Pájaro Loco y conscientes de que en el futuro los conciertos posiblemente implicarán un distanciamiento social, es que la nueva situación acentúa la importancia de los elementos que enumeraba una vieja canción de los Burning: «…unas copas, unos amigos y un poquito de rock and roll».

Al fin y al cabo, son las cosas esenciales de la vida. Las que nos hacen felices.

Las que no nos pueden faltar.

LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO…

En breve Loquillo y Gabriel Sopeña saldrán a la carretera con la gira «La vida por delante». Como ya ocurrió en 1995, la poesía volverá a salvarnos la vida. Será hora de, como dijo Virgilio, cantar cosas más elevadas. Paulo maiora canamus.

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