Viva la Vida. Sonorama Ribera, Aranda de Duero. CC Vírgen de Las Viñas.
15 de julio de 2020. Loquillo y Gabriel Sopeña, La vida por delante.
En alguna ocasión Loquillo ha bromeado sobre su parentesco con los moai de la Isla de Pascua. Los célebres gigantes esculpidos en piedra volcánica que salpican esta isla polinesia muestran unos rasgos acusados y muy característicos, frente ancha, labios fruncidos y mandíbula prominente. Algunos tienen la barbilla algo alzada, en un gesto que casi podría parecer altivo, desafiante. Son monolíticos, de una pieza, y representan la memoria y espíritu de los ancestros, de los que se fueron en tiempos pretéritos, de los que ya no están pero merecen ser recordados. Quizá esto bastaría para ir entendiendo por qué el Loco ha manifestado cierta afinidad por ellos.
Hay varios tipos de moai en la Isla de Pascua. Algunos están completamente a la vista, alineados en plataformas ceremoniales llamadas ahu donde se les puede admirar, diríase que como sobre un escenario. Otros, y aquí es donde queríamos llegar, se hallan semienterrados. El cuerpo permanece bajo tierra y solo la parte superior es visible. De estos, algunos lucen en espalda y torso llamativos petroglifos que han permanecido ocultos durante mucho tiempo. Esas raíces secretas, esa alma escondida, son lo que mantienen a los gigantes de roca en pie, impasibles al transcurrir de las estaciones, resistentes a las inclemencias, ajenos a tendencias y modas, impertérritos ante la adversidad.
Igual que hizo allá por 1994, el Loco ha decidido volver a mostrar las raíces que lo mantienen firme como un moai. En aquella ocasión, asociado con el poeta y cantautor zaragozano Gabriel Sopeña que acababa de poner música a una colección de textos propios y ajenos para el disco La vida por delante, se despojó del cuero negro y de los hits de estribillo contundente para profundizar en la tradición europea de la poesía cantada. Y un cuarto de siglo después, en estos tiempos insólitos que nos han hecho comprender que la vida iba en serio, vuelve a haber necesidad de buscar refugio en la poesía y de cantar sobre cosas más elevadas. Paulo maiora canamus —Virgilio dixit— es el lema que ilustra esta nueva aventura, perfecta para festivales como el Viva la Vida, mutación en pequeños aforos del multitudinario Sonorama Ribera. Aplazada la gira de presentación del álbum El último clásico en grandes recintos y después de reabrir hace apenas dos semanas el WiZink Center de Madrid (lee en el siguiente enlace la crónica de la experiencia streaming), la poesía volverá a salvarnos la vida. Esa es la propuesta que el Loco y Gabriel Sopeña han elaborado para que la música no deje de sonar en este verano cargado de incertidumbre: alejarse de la parafernalia del rock and roll en favor de un ambiente íntimo y de proximidad con el público (algo más necesario que nunca en días de obligado distanciamiento) tanto en las sonoridades como en las miradas, el lenguaje y las emociones. Enseñar una nueva piel, desnudar las raíces, crecer en la osadía.
Después de un rápido control de temperatura en la puerta (manifestamos aquí nuestro estupor cuando, al preguntar qué habría ocurrido de arrojar algo de fiebre, nos respondieron que nos habríamos quedado fuera aunque se debiera a una gripe o cualquier otra causa), fuimos guiados hasta nuestros asientos en el patio del Centro Cívico Vírgen de las Viñas, poblado de sillas pareadas y a conveniente distancia. Allí se nos explicó el protocolo para la salida una vez terminado el recital: esperar sentados hasta que los responsables de la seguridad evacuaran fila a fila para garantizar el orden y evitar la aglomeración.
El tono del repertorio elegido para el espectáculo La vida por delante quedó ya claro con la música ambiental previa al show: una agradable selección de clásicos del country entre los que no faltaron Johnny Cash con Solitary man, la Carmelita de Warren Zevon o, justo antes del comienzo y muy apropiada por su título, On the road again de Willie Nelson.
Fue la voz grabada de Charles Trenet entonando L’âme des poètes la que anunció la entrada en el escenario de la banda (Laurent Castagnet en la batería, Josu García a las guitarras, Alfonso Alcalá al contrabajo) y por fin la del frontman Loquillo (con gafas oscuras y camisa de seda negra) y su compañero de viaje Gabriel Sopeña, que se hizo fuerte entre un teclado y su guitarra.
El concierto comenzó con la pausada nostalgia de Balmoral, canción escrita con Sabino Méndez y que dio título al álbum que marcó en 2008 el punto de inflexión definitivo del Loco, usando como metáfora el cierre de la célebre cocktelería de Madrid. Un fallo eléctrico interrumpió esta primera canción y obligó a los músicos a abandonar el escenario para regresar minutos después retomando el show desde el principio, incluida la intro de Trenet. El reinicio fue aceptado con humor y aplausos y, lo que quizá podría haber enrarecido aún más el ambiente, sirvió para entrar de lleno en el espectáculo, como demostró el recibimiento de la aproximación rockabilly al poema La vida que yo veo de Bernardo Atxaga.
Si Gabriel Celaya escribió (y Paco Ibáñez cantó) que la poesía es un arma carga de futuro, fue por versos disidentes y combativos como los que estaban por llegar a continuación… Obedecer a ciegas deja ciego/crecemos solamente en la osadía rugió el Loco en Transgresiones, una obstinada declaración de principios extraída del poemario Preguntas al azar de Mario Benedetti. Después de sentenciar que vivimos una orgía de victimismo y autocomplacencia y que por ello se hace necesario un poco de incorrección política, el Loco abordó un texto de Luis Alberto de Cuenca que, bajo la observancia del Hermano Mayor y demás Custodios de la Verdad Absoluta, haría que su autor y su intérprete ardieran públicamente en la hoguera: Political Incorrectness dejó perlas del tipo «el multiculturalismo es un nuevo fascismo solo que más hortera» o «dime cosas terribles/como que tú me quieres aunque no soy de tu sexo/Que me quieres con locura y para siempre/como querían antes las hembras de la tierra…». Seguiría otro texto de De Cuenca, Cuando pienso en los viejos amigos, en la que la guitarra de Josu García brilló en sustitución de la trompeta que domina la grabación original del álbum Con elegancia.
Con ella terminó una primera parte más marcadamente rock. El resto del show iba a transitar por territorios sonoros más pausados y evocadores, entre el country y el folk.
Sin soltar la mano de De Cuenca y acompañados por la armónica de Gabriel Sopeña fuimos conscientes del paso del tiempo en Cuando paseo por la Castellana. La siguiente en el setlist fue una agradable sorpresa, un poemita «escondido» de Manuel Vázquez Montalbán titulado Inútil escrutar tan alto cielo, ejecutado con una exquisitez máxima bajo la guía de las escobillas de Laurent Castagnet y la segunda voz de Gabriel Sopeña. Nos devolvió a la realidad la descorazonadora lucidez de No volveré a ser joven, de Jaime Gil de Biedma. La desgarrada interpretación del Loco acompañada por la conmovedora armónica de Sopeña sacaron las emociones a flor de piel. ¡Qué capacidad la de este texto de expresarlo absolutamente todo en apenas una docena de versos! Con la intensidad en su punto más alto, el Loco y parte de la banda dejaron el escenario para ceder todo el protagonismo a Gabriel Sopeña y Josu García.
Ambos ofrecieron una impresionante y catártica Acto de fe (presente por partida doble en el álbum «Viento del Este» de Loquillo y en el álbum «Sangre sierra» del propio Sopeña): una guitarra acústica, una voz y una armónica bastan para estremecer al público más despistado. Solo en el escenario, el zaragozano estrenó Ceremonia sentado al piano, como adelanto del futuro disco de Loquillo que se centrará en el poemario Europa de Julio Martínez Mesanza. Como ya anunciaban canciones como El creyente (del álbum Balmoral) o Los buscadores (del reciente El último clásico), pronto descubriremos al Loco que alterna hábito y loriga como un monje soldado. Durante la última línea (…prepara siempre el último combate) repetida como un mantra, la banda se incorporó a la canción en un inesperado y abrumador crescendo.
A continuación llegó la canción que lo inició todo, el germen de la estrecha amistad (y constante colaboración) entre el Loco y Gabriel Sopeña desde la grabación del LP Hombres (con Trogloditas en el año 1991). Brillar y brillar es ya un clásico que aparece y desaparece en los complejos meandros que conforman los repertorios de Loco en función del personaje que decide desarrollar, pero que siempre es bienvenida. Su aire country era ideal para preceder a una vibrante versión de Cantores, en la que el Loco se permitió alterar la letra deslizando un «es más fácil obedecer al Gobierno Central que saber a qué pueblo condena…». Después llegó la compleja y difícil La vida es de los que arriesgan (producto de la colaboración entre Gabriel Sopeña y Juan Mari Montes), que quizá no llegó a sonar del todo redonda.
Por si la complicidad entre los dos compañeros de viaje que han propiciado este espectáculo no resultara lo suficientemente obvia, las bromas previas a esa celebración de la amistad que es la versión en español de Me and Bobby McGee de Kris Kristofferson no dejaron lugar a dudas. Desde nuestra silla en la pista disfrutamos observando al Loco mientras admiraba (con orgullo y sin disimulo ni contención) un soberbio solo de Josu García, que precisamente sería el protagonista de los siguientes dos temas…
El cancionero de Mauricio Aznar siempre es una tabla de salvación. Josu García, que también formó parte de los míticos Más Birras, sorprendió adueñándose del clásico Cass (la chica más guapa de la ciudad) para, justo después, compartir Apuesta por el Rock and Roll con Gabriel Sopeña mientras el propio Loco añadía voces. Para alguien de Zaragoza que había viajado a Aranda expresamente para asistir a este show no podía haber mejor recompensa. O quizá sí, al revelar Josu García que la Gretsch que estaba utilizando en estas canciones era la guitarra del propio Mauricio Aznar. Pura magia.
Después de invocar a dos outlaws como Kristofferson y Aznar era el momento perfecto para abordar la siempre celebrada versión de Man in black de Johnny Cash, imprescindible en los shows de Loquillo desde hace varias décadas. Cruzando el paraíso (canción con título tomado de Sam Shepard y que desafortunadamente se ha convertido en homenaje a Johnny Hallyday desde diciembre de 2017) terminó de desbocar las emociones, dejando el show bien arriba antes de hacer una salida falsa del escenario para dejarse querer y ser reclamados por el público.
El galope del corazón que había dejado Cruzando el paraíso se confundió con el latido de la batería de Laurent Castagnet en la estremecedora Antes de la lluvia, desde la banda sonora del documental Mujeres en pie de guerra de Susana Koska: «…pactar con el silencio cuando debemos gritar, nos hace cobardes». Georges Brassens encontró su lugar en el repertorio con La mala reputación (La mauvaise réputation). Toda una generación descubrimos al pícaro e irreverente chansonnier del mostacho gracias a la versión rock de la adaptación de Paco Ibáñez que el propio Loquillo incluyó en su LP Morir en primavera y en el directo A por ellos… que son pocos y cobardes! de 1989. Jacques Brel, el chansonnier doliente por excelencia, no podía faltar en este espectáculo. El Loco y Gabriel Sopeña presumieron, merecida y comprensiblemente, de haber obtenido la autorización de la viuda de Brel para adaptar a nuestro idioma su canción Avec élégance.
El inesperado broche final llegó con una canción que hace años (¿décadas?) que esperábamos tener de vuelta en el repertorio. La banda dejó solos en el escenario al Loco y a Sopeña. Cuando el Loco mencionó al Príncipe de los Rockers de Barcelona y el zaragozano insinuó en el teclado el principio de John Milner (del álbum Mientras respiremos de 1993) no pudimos evitar que el vello se pusiera de punta. Convertida casi en una elegía a dos voces, la letra llena de referencias cinematográficas y musicales (American Graffiti, Marilyn Monroe, James Dean, Buddy Holly, Don McLean,…) nos empapó de nostalgia por los buenos viejos tiempos. O quizá por los no tan viejos, sino por los recientes buenos tiempos. (¿»…esos que ya no volverán?»).
Fundidos en un abrazo, se despidieron del público mientras sonaba de fondo Highwayman, el gran hit del supergrupo que formaron en los ’80s Johnny Cash, Waylon Jennings, Willie Nelson y Kris Kristofferson.
Un cierre conmovedor para un show de los que perduran en la memoria con dos amigos en el escenario, una banda reducida pero cómplice con un sonido exquisito y cristalino, y un repertorio que desnuda las referencias y raíces ocultas del moai: el Loquillo chansonnier y el outlaw, de Brassens a Cash, de Kristofferson a Brel, el rocker y el cantor, el lector y el cinéfilo, el monje y el soldado, el inagotable buscador al fin y al cabo…
Son tiempos difíciles y la palabra es el mejor refugio.
Es hora de cantar cosas más elevadas. Es hora de reafirmarse ante la adversidad.
Fortuna iuvat audaces, como también dijo Virgilio. La fortuna favorece a los audaces.