(«Y ESE ERA EL ÚLTIMO CUARTO. TODO EL MUNDO PREPARADO… ¡AHORA!»)
DONNNNNNG…
Alicia repite que deben empezar sobre la pierna izquierda y cambiar a la derecha, para entrar en el nuevo año con buen pie y atraer la fortuna que ha faltado el último. A sus suegros, que se han quedado en el pueblo, también se lo ha explicado por teléfono. Y sabe que su madre, de quien lo aprendió, también lo hará aunque cene sola. Lydia y Marcos ya se han comido varias uvas a escondidas. Alicia nota la mano de Gerardo en la cintura. Si lo hacemos todos bien, piensa al tomar la primera uva, quizá podamos reabrir pronto el restaurante.
DONNNNNNG…
Marcos va por la tercera uva y Lydia lleva una de ventaja. Pone la mano encima del platillo de su hermana para que no pueda coger la siguiente. Cuando termine antes que nadie, lo celebrará con el matasuegras de la victoria delante del portátil que preside la mesa. En la pantalla están el tío Carlos y la prima Irene. Falta la tía Marta, que sigue en el extranjero. Marcos mastica tres a la vez mientras Lydia intenta apartarle la mano. Ya lleva seis en la segunda campanada. Va a ganar.
DONNNNNNG…
Lydia empuja a Marcos para recuperar sus uvas. Sus padres disimulan, pero el tío Carlos y la prima Irene verán por la cámara que su hermano es tan tramposo como el Grinch verde que ha intentado arruinar esta Navidad. Cuando llamen a los yayos del pueblo y a la yaya Elvira, Lydia se encargará de contárselo para que también lo sepan.
DONNNNNNG…
Gerardo se olvida del restaurante porque hoy tiene a Alicia y los niños cerca. Mira a su cuñado Carlos y a su sobrina Irene en el portátil, y lamenta que Marta no haya podido volver con ellos. Menuda faena le hicieron a su cuñada con ese viaje de trabajo. Con la cuarta uva a medio camino ve al gato tirando del espumillón. Le lanza un corcho para que no vuelque el árbol.
DONNNNNNG…
Carlos se da cuenta de que en la mesa hay más dispositivos electrónicos que personas. Su móvil, con Marta en la pantalla intentando parecer alegre desde el hotel donde pasa la cuarentena. El de su hija Irene, que no para de vibrar con mensajes de su novia. Y una tableta, con la ruidosa familia de su hermana Alicia. En cuanto acaben llamará a su madre, que ahora estará comiendo sola las uvas. Todavía encuentra ánimo para hacer la broma de cada año: finge que se atraganta con la quinta uva y lanza una servilleta que escondía dentro del puño. No es lo mismo, pero al otro lado Lydia y Marcos dejan de pelearse y ríen.
DONNNNNNG…
Irene planeaba despertar junto a Natalia en Año Nuevo. Pero las cosas han salido regular, aunque se alegra de estar con su padre. Su madre está en cuarentena en París. Al tomar la sexta uva piensa en el abuelo Anselmo, que no puede recibir visitas en la residencia, y en la abuela Elvira, que fue la primera en conocer a Natalia y que también está sola hoy.
(SIX…)
A Marta le cuesta mantener la sonrisa en la habitación del hotel. A su madre se la llevó el virus en primavera. Su padre vive en una residencia y la memoria se le escapa como un pájaro. Y ella, en cuarentena por un brote en la sucursal que visitaba. Pero bromea con Carlos e Irene que, aunque respetan que no le apetezca una pantalla múltiple, a veces ponen el móvil delante de la tableta para que vea a sus cuñados y sobrinos. En la habitación vecina se oye una cuenta atrás. En Francia no toman uvas, pero tiene cacahuetes con chocolate del minibar. Cuando llegan a seis, a ella le toca el séptimo.
DONNNNNNG…
Natalia mira la octava uva. Como con las siete anteriores, reúne valor para hablar de Irene a sus padres. Llevan juntas desde el verano y todavía no se ha atrevido, aunque sabe que la apoyarán. Incluso la abuela de Irene les dijo que hacían una pareja bien bonita. Decidido: mañana, el año que viene, en solo unos segundos, será el momento.
CLANNNNNNG…
Paquita y Cipri tienen la televisión apagada porque las campanadas de la iglesia se oyen por todo el pueblo. Han aguantado nueve con el pie izquierdo arriba, como le han prometido a su nuera. En el pueblo son gente de palabra, pero que llegue pronto la última para cambiar de pierna. Que la cadera ya se resiente.
(SILENCIO…)
Don Anselmo duerme. En la residencia cenan y se acuestan pronto, por eso han adelantado las uvas a las nueve. Aunque se las han puesto peladas y sin semillas, solo ha podido con cinco mientras una auxiliar animaba contando hasta doce. No recuerda a su familia. Pero en su sueño hay montañas y puede andar.
DONNNNNNG…
Doña Elvira lleva tres semanas asegurando a Alicia y a Carlos que estaría bien: que no hace falta que me compréis un móvil, que no lo voy a saber usar, que qué le vamos a hacer si nos ha tocado así. Pero hoy, sin contárselo a nadie, ha montado mesa para doce aunque haya cocinado solo para ella. Junto a cada cubierto hay una foto. Le falta una de esa chica tan maja que sale con su nieta Irene, pero también le ha puesto plato. A Ramiro, su difunto esposo, lo ha dejado en la pared porque se ha acostumbrado a que falte en la mesa.
DONNNNNNG…
Apenas ha dejado de oírse la última campanada y suena el teléfono, junto al nacimiento del aparador. Doña Elvira cambia el peso a la pierna derecha y se seca las lágrimas, tratando de adivinar a quién pertenecerá la primera voz que escuche este año.
(«Y DESDE AHORA 2020 ES YA UN MAL RECUERDO. LES DESEAMOS —¡Y SEGURO QUE LO SERÁ!— UN FELIZ 2021 LLENO DE ABRAZOS APLAZADOS…»)
Un cuento muy entretenido de un hecho muy cotidiano, aunque este año no se parezca a los anteriores. A ver si con las uvas se nos pasan los malos recuerdos de esta m…de año.
Suerte en el concurso de Zenda, yo también participo con mi cuento:
https://www.humoryalgomas.com/2020/12/zenda-cuento-de-navidad-2020.html