El misterioso caso de la escritora rechazada

Un relato de Jesús Gella Yago…

Londres, 5 de febrero de 1921.

Querida prima Amelia,

No puedo estar más orgulloso de ti. Resulta que mi primita Amy, con la que antes de ayer andaba decapitando los macizos de peonías de la tía Mildred, se ha convertido en una de las primeras graduadas en Oxford. Tarde o temprano las puertas de la Universidad tenían que abrirse para vosotras. Era incomprensible que pudieras asistir y examinarte como oyente sin tener derecho al título. ¡Pero si tus calificaciones eran siempre mejores que las mías y aguantabas despierta las conferencias del señor Collingwood sobre «Beowulf» y «Widsith»! Espero que ahora, ya graduada, tu solicitud para entrar de ayudante en Saint Hugh College obtenga una respuesta favorable. ¡Quizá llegues a ser la primera profesora de Oxford! Te honra no recurrir a la influencia del tío Chester, aunque fíjate en mí: sigo ejerciendo de lector en la editorial del señor Ogilvie por no aceptar el puesto en el periódico para el que me recomendó tu padre.

Por la magnífica noticia de tu graduación te envío un regalo para tu biblioteca, que ya debe ser la mejor surtida de cualquier cottage de las Costwolds. Aunque en los Estados Unidos apareció hace unos meses, aquí acaba de salir de la imprenta de «The Bodley Head». El viejo señor Ogilvie se arrancaría hasta el último pelo de sus rojas patillas escocesas si llegara a enterarse de que he gastado un solo penique en un libro publicado por su rival. El manuscrito pasó en su momento por mis manos y reclamé la atención del señor Ogilvie porque me pareció una magnífica historia de detectives. Se titula «El misterioso caso de Styles». Sugerente, ¿verdad? El señor Lane ha tenido buena vista y ha hecho una magnífica edición a medida de la obra. Sin embargo el viejo Ogilvie no quiso saber nada aunque concerté una entrevista con la autora. Al principio mistress Christie me pareció algo tímida, pero su conversación pronto me reveló que era una mujer fuera de lo común. No dudó en desplazarse a Londres desde su residencia en Berkshire a pesar de tener una hija de apenas año y medio.

Se confesó una gran viajera, aficionada a la arqueología y con especial debilidad por los enigmas del antiguo Egipto. Ni siquiera parpadeó cuando el señor Ogilvie atacó su novela, como si sospechara que solo conocía el resumen que yo le había hecho el día anterior. Defendió la psicología y el modus operandi de sus personajes con la seguridad que le daba haber prestado servicio como enfermera durante la guerra y también en la farmacia del hospital de Torquay. Conoce bien el uso y los efectos de opiáceos y venenos, ya verás lo importante que es eso en la historia. El señor Ogilvie le aconsejó volver a cualquiera de aquellos empleos, ya que le parecían más apropiados para ella. O que se dedicara a cuidar de su hija mientras seguía escribiendo dramas románticos como los que había intentado publicar sin éxito en periódicos y revistas. El viejo considera que los crímenes y la investigación son para asesinos y sabuesos más enérgicos, como los del señor Doyle o los de ese francés, Leroux. Fue implacable al enterarse de que el narrador de «El misterioso caso de Styles» es un militar retirado que acompaña al detective protagonista. No dudó en acusar a mistress Christie de emular sin gracia la premisa de las aventuras de Sherlock Holmes y el doctor Watson. Además no le simpatizaba en absoluto dicho detective: lo llamó belga relamido, una cotorra con bigote y cabeza de huevo que hablaba sin parar ni dejar espacio para la acción. Su sentencia fue que solo una mujer podía haber pergeñado aquello y que nadie iba a comprar el libro aunque se publicara bajo seudónimo. Y lo dijo con el dedo estirado y señalando al techo, en ese gesto que ha sido tan nefasto para la editorial en los últimos años. ¿Cómo se puede ser tan obtuso habiendo dedicado toda su vida a la literatura? No se puede negar que los tiempos cambian, afortunadamente, y nosotros con ellos.

Al menos en una cosa sí que estuvimos de acuerdo el viejo Ogilvie y yo: solo una mujer podía haber escrito una novela semejante. Pero una mujer excepcional. ¿Sabes lo que hizo cuando comprendió que la entrevista no llegaría a ninguna parte? Se levantó despacio, se arregló el vestido y el sombrero y, antes de salir por la puerta, se dio el gusto de presumir de un nuevo personaje que le rondaba por la imaginación: una ancianita de enorme perspicacia que podría dar lecciones a los mejores —y más carcamales— inspectores de Scotland Yard. ¡Lo que le faltaba al señor Ogilvie! ¿Te lo imaginas?

Fue una despedida admirable y en cierto modo me recordó a ti. Las dos tan fuertes, tenaces y llenas de talento, orgullosas y con la suficiente resolución para lograr todos vuestros propósitos. Y ya lo ves, querida Amy: el señor Lane le ha ofrecido un contrato con «The Bodley Head» por sus próximas cinco novelas. Lástima que el viejo ogro no reconociera su valía, porque me temo que ha perdido una oportunidad preciosa de revitalizar la editorial. Estoy convencido de que el nombre de Agatha Christie dará mucho que hablar. O, al menos, mucho que leer. Ardo en deseos de saber más del detective belga y, sobre todo, de esa prometedora ancianita que resolverá misterios por la campiña.

Espero que disfrutes con la lectura de «El misterioso caso de Styles» y que si recibes respuesta de San Hugh College corras a tu escritorio para contármelo. Saluda afectuosamente a tía Mildred y a tío Chester, y no dejes pasar un solo día sin aprender algo nuevo.

Serás una profesora extraordinaria, seguro.

Tu primo y siempre amigo,

— A. A. —

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