Teatro Gaztambide de Tudela. Sábado, 5 de junio de 2021
Hace unas semanas se anunció que Amaral ofrecería dos conciertos en el Teatro Gaztambide de Tudela, casi a modo de calentamiento antes de encarar la carrera de fondo que prometen ser para el dúo zaragozano los dos próximos años. El inicio de la Gira Salto al Color, después de verse afectada en 2020 por las circunstancias que todos conocemos y hemos sufrido, estaba previsto para el 12 de junio en el ciclo Murcia On. Las dos nuevas fechas, programadas y puestas a la venta con tan poca antelación en un recinto íntimo y acogedor como el Gaztambide, fueron una agradable sorpresa.
A priori podíamos entenderlas como una suerte de ensayo general con público y escenografía completa antes de echarse a rodar. Si la intención era probarse de nuevo en directo (aunque el año pasado ofrecieron varios recitales en formato reducido y acústico), calibrar la estructura del nuevo repertorio y medir la recepción y reacción del público, podemos decir que el tanteo se saldó con un rotundo éxito. Porque quienes ocupamos las butacas llegábamos con hambre acumulada de escenario después de estos meses de silencio impuesto… pero Eva Amaral, en cada gira más crecida y magnética como indiscutible frontwoman, venía dispuesta a devorar cada tabla y a darlo todo en un maratoniano show de casi tres horas que, sin tregua, desgranó íntegramente su último disco y repasó hits y perlas de una carrera que ya roza el cuarto de siglo.

La habitual recording de All tomorrow parties de Velvet Underground fue la encargada de anunciar el puntualísimo comienzo del espectáculo. Los músicos, todos uniformados (salvo el guitarrista Juan Aguirre) con camisetas estampadas con el modelo de color RGB que también podía verse en el bombo de la batería de Alex Moreno, ocuparon posiciones mientras la espectacular pantalla fracturada que presidía el fondo cobraba vida. Eva Amaral, como una princesa llegada de otro planeta con top abierto en la espalda para lucir tatuaje y tocada con un casco que multiplicaba las luces de los focos lanzándolas hacia el público, tomaba el centro del escenario acompañada por las cinco míticas notas con las que Steven Spielberg hizo dialogar a Richard Dreyfuss con los alienígenas de Encuentros en la Tercera Fase.
Abandonado el casco a pie de micro abrieron el show con Señales, indicio inequívoco de que el último trabajo de Amaral iba a ser el protagonista de la noche, con proyecciones de las enigmáticas figuras de Nasca en la pantalla. Todo un concepto de presentación en torno a la idea de lo extraterrestre, a medida de la voz de Eva Amaral y el sonido de una banda que, aunque creamos que nos pertenecen, en realidad no son de esta galaxia.

No tardó Eva en colgarse la guitarra, a la que recurrió frecuentemente a lo largo de la noche, para abordar la siempre efectiva El Universo sobre mí y demostrarnos su extraordinaria forma vocal con esas transiciones de graves a agudos que nos ponen la piel de gallina. Antes decíamos que nuestra impresión era que habían venido a darlo todo, y es que desde el principio del show vimos a una Eva Amaral exultante, con sonrisa indeleble (¿diríamos que nunca la hemos visto sonreír tanto en un concierto?), emocionada y abiertamente feliz por volver a ese espacio donde los límites del escenario liberaron a la fiera que llevaba demasiado tiempo enjaulada en el mundo exterior, como demostró desatándose con esa celebración de la amistad que es Marta, Sebas, Guille y los demás. Después, sentada al filo del escenario, traspasó la frontera con el público bromeando con unas líneas de Bailando de Alaska y Pegamoides antes de ofrecer una soberbia Hoy es el principio del final adornada con movimientos de (nos atreveremos a aventurar desde nuestra ignorancia) Taichi. Siguió el ritmo urban de Bien alta la mirada, la intensidad de Lo que nos mantiene unidos y la delicada energía de Lluvia.
Cómo hablar fue recibida con una ovación espontánea. No podía ser de otra forma al tratarse de uno de los grandes éxitos de la carrera de Amaral, desde el luminoso Una pequeña parte del mundo que en el 2000 confirmó que el dúo compuesto por Eva y Juan había llegado para quedarse. Con voz quebrada y visible emoción Eva Amaral aprovechó para reflexionar sobre las sensaciones que había propiciado el reencuentro con toda la banda y el equipo completo después de quince meses, ya que las presentaciones acústicas que realizaron en formato dúo durante 2020 no habían permitido la reunión de músicos y staff. Al fin y al cabo, como una verdadera familia aguardando vislumbrar la luz al final de un túnel demasiado largo o al otro lado de las nubes negras.

Para restañar las lágrimas nada mejor que declarar con rotundidad que este es Nuestro tiempo. En un final extendido anticiparon el siguiente tema, Revolución, un indiscutible chute de energía con el que Eva terminó de desbocarse y en el que invitó al público a cantar ofreciendo su micrófono al patio de butacas. Con sonoridades de raíz flamenca llegó Soledad, en perfecta comunión con las figuras de la bailaora Lucía Ruibal que proyectaba la absorbente pantalla central. El urban de Ruido abrió el que quizá fuera el tercio del show más ligado al nuevo sonido y a la apuesta synth pop del disco Salto al color. La reinvención de canciones como Nocturnal (con Eva y la corista Laura Rubio bailando al fondo del escenario) o el Blues de la generación perdida (con guiño ochenter a La historia interminable) demostró la capacidad para adaptar el repertorio y dotarlo de nueva identidad. Entre ambas canciones sonaron Moriría por vos, en la que cobró gran protagonismo la voz de Laura Rubio; la preciosísima Cuando suba la marea, tropicalizada por el toque polinesio con el que la adornó el slide de Juan Aguirre; y la electrónica Juguetes rotos, que para nuestro gusto creció respecto a la versión del álbum gracias a la batería de Alex Moreno y la teatralidad de la interpretación de Eva. Precisamente la contundencia de la batería introdujo la nostálgica Días de verano, que dio paso a la seductora atmósfera de Ondas do mar de Vigo (cantiga del trovador Martín Codax que abre el álbum Salto al color) encadenada con Mares igual que tú.
De nuevo visiblemente emocionada por la forma en que las vibraciones e intensidad se transmiten incluso con el público sentado y con la sonrisa oculta tras una mascarilla, Eva jugó con el título de una de sus canciones (con divertido gazapo incluido en su speech) para declarar que quienes se buscan la vida sobre un escenario no son nada sin el público, y para introducir a continuación una potentísima versión de la desbordante Nada de nada de Cecilia. Al escucharla fue imposible no cavilar sobre todo lo que nos perdimos con su trágica y prematura desaparición. Siguió la imprescindible Rosita, la primera canción del dúo que sonó en radios, para la que Eva volvió a transformarse en esa niña traviesa y descarada que rondaba la salida del mercado. El final del set principal llegó con Entre la multitud, en la que la contundencia de la programación no pudo enmascarar las virtudes vocales de Eva Amaral en esos finales alargados que nos erizan el vello cuando ella y Juan Aguirre se quedan solos sobre el escenario.

El público reclamó con aplausos el regreso de la banda que, tras un breve respiro, volvió con el rostro oculto tras máscaras felinas para recibir a una Eva Amaral transformada en una llamarada de gasa roja.

La primera tanda de bises arrancó con Kamikaze seguida por la reivindicativa Tambores de la rebelión. Su espectacular final, prolongado por el diálogo mantenido por la guitarra de Juan y un sitar eléctrico en manos de la propia Eva, nos dejó con la mandíbula desencajada.

Era la sensación de asombro ideal para encadenar uno de los momentos más celebrados de la noche, la salvaje (valga la obvia redundancia) de Hacia lo salvaje. Los aullidos de Eva recortada contra las proyecciones de lobos en la pantalla, el ritmo trepidante que impusieron la batería de Alex Moreno y el bajo de Ricardo Esteban, y la inserción de fragmentos de la albertiana A galopar de Paco Ibáñez y El progreso de Roberto Carlos perfeccionaron una canción llamada a convertirse en himno.

Después de la tempestad llegó la calma con la emocionante Halconera, cierre del álbum Salto al color, para la que Eva usó la tercera máscara de la noche, por supuesto con forma de cabeza de ave rapaz.

La segunda tanda de bises comenzó con Juan Aguirre solo en el escenario. Con su guitarra nos sugirió el canto de una ballena hasta que Eva regresó envuelta en flecos y lentejuelas. Armada con una lista para no olvidar a nadie, mencionó por su nombre a todas las personas implicadas en la doble cita cuya segunda noche estábamos disfrutando. Un merecido e individualizado aplauso para quienes no vemos, pero que son imprescindibles para levantar un gran espectáculo como Salto al color, incluido el personal del propio recinto. La lectura de dicha lista dio la dimensión de un sector tan maltratado en estos meses sin actividad cultural de magnitud, una travesía por el desierto que precisó la reducción de staff para poner en marcha espectáculos con aforo limitado y escenografía básica. Afortunadamente, días mejores están al llegar y, poquito a poco, podremos recuperar nuestras vidas bajo los focos, ellos sobre el escenario y nosotros dándolo todo abajo con el corazón en la garganta.
Era momento, esta vez sí, de regalar al público un piropo como Sin ti no soy nada con Juan y Eva solos en el escenario, señalando diferentes zonas de patio y galería para incluirnos sin excepción en su universo. La banda se incorporó para encadenar la lamentablemente vigente denuncia de Salir corriendo. La intensidad volvió a subir varios grados con Llévame muy lejos, en la que Eva desplegó su actitud más punk demostrando que tras casi tres horas de espectáculo le quedaba energía de sobra. El final llegó con la emotiva Peces de colores, que puso el broche perfecto al tratarse de nuestra canción preferida de Salto el color.

En la despedida hubo un último y emocionante gesto con el equipo de la gira. Después de saludar y agradecer el aplauso del público, Eva Amaral y Juan Aguirre, Laura Rubio (coros), Tomás Virgós (teclados), Ricardo Esteban (bajo) y Alex Moreno (batería) se hicieron a un lado y se reubicaron al fondo para ceder todo el protagonismo al staff técnico mientras sonaba una recording de Moonriver de Henry Mancini. Una quincena de compañeros y amigos, una familia numerosa en realidad, que merecían dar un paso al frente y ocupar la primera línea después del prolongado silencio que tanto ruido hizo en 2020.
Han sido quince meses. Quince largos meses. La emoción de volver estaba a flor de piel, y celebramos haber sido testigos del reencuentro.
Ya vamos saliendo de las sombras. Esto, por fin, es un verdadero salto al color.
