Loquillo en Valencia. «Decíamos ayer…»

Loquillo – Gira «El último clásico». Les Nits del Ciutat (Estadio Ciudad de Valencia – Sábado, 17 de julio de 2021)

(Texto y fotos de Jesús Gella Yago)

Cuando pasadas las 21:30 del sábado 17 de julio se apagaron las luces del escenario de Loquillo en el Estadio Ciudad de Valencia y empezó a sonar la banda sonora que Ron Goodwin compuso para la película «El desafío de las águilas», dos cosas pasaron por nuestra cabeza. Por un lado, la bellísima elipsis de «Lawrence de Arabia» (David Lean, 1962) en la que una cerilla apagada de un soplido por Peter O’Toole nos traslada desde un despacho de El Cairo hasta las dunas en llamas del desierto, con la música de Maurice Jarre y la misión de contactar con el príncipe Feysal. Y por otro, la frase atribuida primero a Fray Luis de León y después también a Unamuno cuando ambos, en sus respectivos siglos, fueron rehabilitados en su actividad académica después de un forzoso e injusto retiro: «Decíamos ayer…»

El Loco y su banda no fueron a Valencia para lamentarse o pontificar sobre dolor y pérdida, tampoco a traer un engañoso mensaje de optimismo envuelto en un lazo de colores. Llegaban para intentar reparar la línea que rompió el fallo de un fusible y seguir con el espectáculo que tanto necesitábamos. Volver a pisar un recinto de grandes dimensiones, frente a una banda renovada y un Loquillo al que se le notaba el alivio de liberarse de la jaula que es el mundo fuera de los límites del escenario, fue como soplar la frágil llama de esa cerilla de «Lawrence de Arabia» para dotarla de múltiples significados: un salto en el tiempo y el espacio donde la oscuridad y la incertidumbre quedaban atrás, el compromiso de cumplir una misión en el inhóspito desierto donde nos colocó la pandemia, la constatación de que entre el último concierto y este arranque de gira solo ha habido unos puntos suspensivos… No es un nuevo principio, sino la continuación de una vida, de nuestras vidas, que poco a poco vamos recuperando. No se trata de aparentar que esto no ha sucedido o de restarle importancia, pero sí de cederle el protagonismo justo (precauciones y sentido común aparte) en nuestra cotidianeidad.

Con la entrada de los músicos y la irrupción del Loco en el escenario todo se puso en el sitio que le correspondía: ellos, nosotros, la luna de Valencia, la música, la energía y el amor. Cerrar los ojos, la llama de una cerilla que vacila y se apaga. Volver a abrirlos y encontrarnos en el lugar querido justo en el momento preciso para recuperar las sensaciones de las que nos habíamos visto privados. Un escenario convertido en púlpito, una cátedra desde la que no fueron necesarios discursos ni homilías para llenar un vacío que ya venía durando demasiado tiempo. Bastó un golpe de batería de Laurent Castagnet y el espontáneo rugido del público para evocar la fórmula supuestamente utilizada por Fray Luis de León, quizá también por Unamuno: «Decíamos ayer»…

Nada más cruzar el portón Gol Alboraya y en cuanto hollamos el césped del estadio, fuimos conscientes de la importancia del momento.

El Loco y su banda habían arrancado la gira «El último clásico» apenas dos semanas antes, después de casi tres años alejados de los grandes escenarios. Lo que debería haber sido un más o menos breve descanso se convirtió en ausencia prolongada cuando el mundo se detuvo en seco. Desde el ya lejano final de la celebración de sus 40 años de trayectoria en el Palau Sant Jordi de Barcelona en diciembre de 2018 (puedes leer aquí nuestra crónica), solo volvieron para matar el silencio en las calles de Madrid vía streaming desde el WiZink Center (puedes leer aquí como lo vivimos desde casa) y en formato reducido e íntimo durante el verano de 2020, llevándose «La vida por delante» (crónica del concierto de Aranda de Duero) a fuerza de tripas, corazón y poesía.

Para nosotros, ocupar una de las mesas dispuestas a pie de escenario con la enfervorecida grada del estadio a nuestra espalda fue como volver a casa. Un regreso sanador y terapéutico. Una selección musical previa al espectáculo animaba al público mientras nos aclimatábamos de nuevo al añorado espacio, con perlas como Lust for life de Iggy Pop, Virginia plain de Roxy Music o Suffragette City de David Bowie. Todo apuntaba en la buena dirección. Desde las mesas ensayábamos las primeras peticiones telemáticas a la barra, comprobando con agrado la eficacia y seguridad del sistema cuando el camarero llegó con nuestras copas. La distancia entre mesas y las dimensiones del recinto permitían prescindir de las mascarillas. Desde el escenario se podrían ver nuestras sonrisas. ¿Qué más podíamos pedir?

El show arrancó con una potentísima versión de Los buscadores, tema que también abre el último disco de Loquillo. Un título fordiano para enumerar una serie de referencias literarias con las que Luis Alberto de Cuenca definió el carácter del Loco. Somos lo que defendemos, pero también lo que leemos. A continuación, para seguir perfilando a persona y personaje, llegó El último clásico. Con Territorios libres pudimos comprobar que la reestructuración de la banda lleva asociado un notable cambio de sonido, cuando el sintetizador de Gabri Casanova nos hizo evocar el de Danny Federici en Born in the USA de Bruce Springsteen. La renovación de sonido quedó confirmada con la vuelta que le dieron a Sol, una canción que hasta ahora todavía nos resultaba chocante dentro del repertorio. Sin embargo los nuevos arreglos y una coda guitarrera la convirtieron en uno de los momentos más memorables del concierto, demostrando que esta banda no se estanca y es capaz de coquetear con sonoridades que llegaron a recordarnos a Izal. La invitación a bailar y estremecer la nación de Planeta Rock y la celebración tex mex de Salud y Rock and Roll nos condujeron hasta uno de esos momentos que nos emocionan particularmente…

Un poco más arriba hemos apuntado que el Loco no había venido a hablar ni a soltar discursos inanes. Las primeras palabras intercaladas que pronunció durante el concierto fueron dirigidas al baterista Laurent Castagnet antes de abordar Cruzando el paraíso. «Laurent… ¡siempre por Johnny!», dijo el Loco. Y es que no es casual que monsieur Castagnet luzca en su pecho el tatuaje que en 2011 presidió la portada del álbum Jamais Seul de Johnny Hallyday. Admiración y respeto por los ídolos. Cruzar el paraíso una vez más.

De nuevo las teclas de Gabri Casanova cobraron protagonismo en Creo en mí, una joya compuesta por Mario Cobo, seguida del clásico de Johnny Cash (y ya también del Loco) El hombre de negro, adaptado por Gabriel Sopeña. A continuación llegó la imprescindible El rompeolas, con cigarro entre los dedos y el infalible estribillo cedido al público, que lo coreó como si fuera la penúltima vez.

«Siempre se trata de la misma historia… Lo individual contra lo colectivo», dijo el Loco sentado sobre un taburete que saldría despedido de una patada en las primeras líneas de la siempre bien recibida Rock suave. La rabia y ganas contenidas en los últimos meses (años) se advertían en pequeños gestos y detalles, por ejemplo cuando el Loco alteró la letra de una canción como El mundo necesita hombres objeto y «las gacelas bien dispuestas a jugar» pasaron a estarlo para «follar». La boa de plumas rojas alrededor del cuello de Igor Paskual anunció la divertida Carne para Linda (esta vez sin paseo entre el público) y Rey del Glam, la invocación de Alaska y Dinarama a la adictiva ambigüedad de Marc Bolan y David Bowie que fugaz (y algo impostadamente) pareció ser redescubierta gracias al triunfo de Måneskin en la última edición de Eurovisión.

El fantasma de lo ocurrido una semana antes en Córdoba, donde tuvieron que suspender el concierto programado en el Festival de la Guitarra por una afonía del Loco, planeó sobre Rock and Roll Actitud. En algunos momentos la voz del Loco se rompía y sonó algo ronca, pero el tema salió adelante a base de orgullo y tablas. El espectáculo continuó sin sustos ni percances con la revisión de La mafia del baile a la selvática manera de Bo Diddley. Con mención previa a «mi amigo Marc Ros« (de Sidonie), autor de la siguiente canción, llegó La vampiresa del Raval. En su prolongado y potente final fue imposible no sentirse de vuelta al hogar cuando, desde abajo, pudimos ver al Loco dando un espontáneo y cariñoso beso a Igor Paskual.

Channel, cocaína y Dom Perignon fue presentada con una rotunda sentencia: «siempre es necesario un poco de hedonismo revolucionario». A continuación, el bajo de Pablo Rodas introdujo La mataré, momento en el que nuestro pensamiento y mejores deseos volaron hasta Granada y Alfonso Alcalá, que no ha podido empezar la gira por hallarse en plena recuperación post-COVID. La imprescindible Ritmo de garaje, con el público inevitablemente en pie, nos llevó hasta los bises. El Loco regresó enfundado en una levita y ejerció de maestro de ceremonias anunciando a cada uno de los músicos, que fueron retomando sus posiciones en el escenario. Se advirtió un especial cariño en la presentación de las nuevas incorporaciones (Gabri Casanova en los teclados y Pablo Pérez en la guitarra) y del montevideano Pablo Rodas, que sustituye temporalmente a Alfonso Alcalá como bajista.

Con Feo, fuerte y formal todos volvimos a levantarnos de nuestros asientos pero, eso sí, sin apartarnos de nuestro espacio asignado. El Loco agradeció la presencia del público y el apoyo a la cultura, y también el esfuerzo del equipo técnico y de los promotores que, al fin y al cabo, «son los que se juegan la pasta». Todavía de pie encaramos el final, que llegó rodeado de palmeras y a bordo de un Cadillac solitario, después de que el Loco evocara ese símbolo del deseo inalcanzable que es la luz verde al final del muelle de Daisy en El gran Gatsby de Scott Fitzgerald.

La emoción en grada y zona de mesas eran un reflejo de la que se sentía sobre el escenario al acabar el show, mientras Josu García y Laurent Castagnet repartían púas, baquetas y setlists entre quienes los reclamaban desde abajo como souvenir. La habitual outro a cargo de Heroes de David Bowie, con la banda y el Loco alineados al filo del escenario, no podía ser más apropiada en esta ocasión: podemos nadar como los delfines, derrotaremos lo que se nos ponga por delante, porque podemos ser reyes, o reinas, o héroes por un día, o una noche, y seguro que pronto podremos besarnos aunque disparen por encima de nuestras cabezas.

El personal de seguridad desalojó ordenadamente el recinto y, aunque el límite del toque de queda apremiaba a volver pronto al hotel, aún quedó tiempo de charlar y compartir sensaciones. De dejar atrás la medianoche alargando un poquito más, bajo la luna de Valencia (o en la zona mixta del estadio en la mejor compañía), la felicidad de comprobar que la energía no se ha diluido y que el rock and roll todavía te salva la vida sin distinguir si tu espacio vital está sobre o delante del escenario.

Misión cumplida: hemos cruzado el desierto.

Como hacíamos y decíamos ayer¡Como haremos y gritaremos mañana!

Deja un comentario