El forajido Ríos cabalga de nuevo…

Miguel Ríos & The Black Betty Trio. Gira de presentación de «Un largo tiempo» – Forum Evolución (Burgos), 15 de mayo de 2022

En algún medio hemos leído que Miguel Ríos vive una segunda juventud con su vuelta a los escenarios por partida doble. Por un lado, y de forma continuada desde junio de 2021, junto a The Black Betty Trio en una gira justificada por el éxito de su disco «Un largo tiempo». Y por otro, haciendo un parón puntual de dicha gira en marzo de este año, para la asombrosa celebración por todo lo alto (y en muy buena compañía) del 40º aniversario del mítico «Rock & Ríos». Miguel Ríos ha vuelto con dos propuestas que son el zénit y el nadir en cuanto a concepto de espectáculo se refiere. El Wizink Center abarrotado, profusión de invitados y un gran despliegue de recursos escenográficos para las dos noches de fiesta del «Rock & Ríos». Una escenografía minimalista, íntima y acogedora, en recintos pequeños y teatros para The Black Betty Trio y «Un largo tiempo».

El 12 de marzo tuvimos la suerte de disfrutar de la segunda noche del «Rock & Ríos» con un Miguel Ríos pletórico que aguantaba el tipo de sobra, aunque la edad arañe la voz y obligue a medir las energías en un gran escenario como el del WiZink. De hecho, en algún momento comentó jocosamente que los conciertos con The Black Betty Trio son más llevaderos porque en ellos se acompaña de un taburete. En realidad no parece que lo necesite para llevar a cabo un show completo, más bien es una red de seguridad por si las moscas, y un recurso sencillo para aumentar la sensación de cercanía y complicidad en los teatros donde presenta «Un largo tiempo».

El pasado 15 de mayo asistimos a uno de los conciertos de esta gira íntima. Fue en el Forum Evolución de Burgos y allí pudimos constatar que lo de Miguel (así, Miguel a secas) no es una segunda juventud. Es una tercera edad sabiamente asumida, lúcida, activa, valiosa y de una necesaria beligerancia. Que en plena pandemia fuera precisamente Miguel quien tuviera que colgarse la guitarra para levantar la voz por la gente mayor que tan mal lo estaban (y están) pasando, dice mucho del compromiso de boquilla de otros personajes del artisteo. Aquella canción se tituló El blues de la tercera edad y, como una imparable piedra rodante, condujo a la grabación de un LP completo (que ya ha tenido que ser reeditado con temas añadidos), y de ahí a la necesidad de defenderlo sobre el escenario en compañía de un exquisito combo de músicos capitaneado por José Nortes y que toma su nombre de los estudios donde se grabó el álbum. Unos estudios que, a su vez, lo toman de la stratocaster favorita de Jimi Hendrix: Black Betty. Y es que nada en esto del rock and roll es casual. Es el placer y la necesidad de la arqueología, de construir y rastrear los cimientos referenciales que dan solidez y veracidad no solo a un estilo musical, sino a una forma de vida y de entender (o no) el mundo.

Músicos y frontman subieron al escenario del Forum Evolución de Burgos portando mascarillas, y solo Miguel se quitó la suya mientras la banda la conservaba puesta durante todo el recital. La impresión inicial era la de un wild bunch dispuesto a llevarse el oro del ferrocarril. Quizá estábamos predispuestos por la selección de temas que recibían al público antes del concierto, entre los que sonaron End of the line de The Travelin’ Wilburys, Harvest moon de Neil Young, Cindy Cindy con Johnny Cash y Nick Cave, o Hey Joe de Jimi Hendrix. Una estupenda selección de outlaws para dar la bienvenida a un forajido que ha vuelto a cabalgar de nuevo.

El show arrancó con Hello Ríos, una divertida y aguda revisión de aquella Bye, bye Ríos compuesta para la gira de despedida (afortunadamente no definitiva) de Miguel Ríos allá por el 2010. Más de una década después, y aunque Miguel ha vuelto en ocasiones puntuales bajo los focos, la letra modificada sirve como justificación de su regreso a la carretera. Como si alguien de su edad, trayectoria y estatus de tótem del rock nacional necesitara excusarse o dar explicaciones. Miguel Ríos sigue en forma y está de nuevo en pie de guerra. Punto. ¡Esa suerte que tenemos!

La imprescindible Bienvenidos, que en su última línea saludó a los nietos del rock and roll, llegó para allanar el camino y romper la frontera que marca el filo del escenario. El público burgalés tardó un poco en convertirse en un aliado de la noche, como si las butacas de un Palacio de Congresos lo cohibiera, y Miguel no se cortó un pelo a la hora de provocar a los presentes para que entraran en el juego y el ritual del rock. Lo hizo primero con retranca y luego haciendo gala de un humor ácido que dejó claro que a estas alturas ya no rinde cuentas a nadie. No dudó en sacar los colores con «malafollá granaína» a dos personas que entraron tarde a la sala, asegurándoles que «os habéis perdido lo mejor del concierto». Con Memphis-Granada, el tema que abre el nuevo disco, se sumergió de lleno en Un largo tiempo con un blues enérgico con múltiples referencias biográficas. La calorina, así la llamó Miguel, le hizo desprenderse de su chaqueta de cuero para presentar a la banda que lo acompaña en esta gira antes de abordar la italiana Maruzzella. Según contó, el clásico de Renato Carosone iluminó el lejano verano en el que se dio cuenta de que la canción de infancia Mi ovejita Lucera era (sic) una puta mierda. A continuación anunció que el próximo 23 de junio, coincidiendo con la festividad, aparecerá como single uno de los temas más evocadores del nuevo álbum: Por san Juan. Nos cantó así sobre veranos de descubrimiento e iniciación, hogueras eternas y noches alargadas por un solo de trompeta de Chet Baker, para terminar dirigiendo al público que, por fin, parecía mostrar la complicidad que el espectáculo requería.

Tras un medley que fue toda un declaración de principios e intenciones al combinar Los viejos rockeros nunca mueren y Memorias de la carretera, llegó uno de nuestros temas favoritos de Un largo tiempo. Para introducir la estupenda Cruce de caminos nos contó la legendaria historia del bluesman Robert Johnson y su trato con el diablo para ser el mejor guitarrista. Desde mi butaca tuve el gusto de recordar a Miguel el nombre del lugar donde se produjo la mítica escena, Clarksdale, y de recibir una divertida invitación a acompañarlos en la gira para apuntar datos y letras en caso de olvidos, ¡Grande Miguel, el gusto siempre es nuestro! Las bromas del veterano y querido frontman continuaron explicando las labores subterráneas que llevaban a cabo los pipas durante las giras, proveyendo compañía y otras golosinas. Ahora, reconoció, lo que necesitan más que golosinas son UVI Móviles.

Con Raquel es un burdel lanzó un alegato contra la explotación sexual y, jugando con el nombre del recinto, lamentó lo poco que ha evolucionado el ser humano en ciertos aspectos. En esta mili de la evolución, dijo, todavía hace falta mucha garita. Rescatada de la historia de la depravada ciudad de Mahagonny que narraron Bertolt Brecht y Kurt Weill, Miguel y compañía nos ofrecieron una reinterpretación de Alabama Song que empieza a desplazar en nuestras preferencias a las versiones de The Doors o David Bowie. Las ganas de bronca etilíca bajo la luna de Alabama dieron paso a la que quizá sea la canción más divertida de Un largo tiempo: para cantar la magnífica A contraley, que cuenta el trágico final que convirtió a Jesse James en una leyenda del Far West, Miguel no dudó en cabalgar (literalmente) sobre el taburete manteniendo el equilibrio sobre el travesaño y haciendo sonar un arpa de boca.

Para cuestionar de nuevo la evolución del ser humano llegó En la frontera. Su letra, de total vigencia aun habiendo sido escrita en 1983, se apoyó sobre el violín de Manu Clavijo al más puro estilo Rolling Thunder Review. La emocionante e intensa Todo a pulmón (de Alejandro Lerner) fue interpretada con el único acompañamiento de piano y violín, y merecidamente dedicada al sector sanitario. La intensidad no se relajó, sino que fue in crescendo, con Para que yo me llame Ángel González. Según dijo Miguel, una de sus más potentes experiencias espirituales fue conocer y escuchar al poeta Ángel González recitar sus poema. Nos invitó a sumergirnos en sus versos, asegurando que pronto nos daremos cuenta que hablan de su vida, pero también de la nuestra. La emoción estaba a flor de piel y era el momento idóneo para recuperar No estás sola. Concebida como una nana para su hija Lúa cuando cumplía dos años, resulta ahora perfecta como apoyo para las mujeres que sufren maltrato. La denuncia social llegó a la cima con El blues de la tercera edad (que mencionábamos algo más arriba), germen del nuevo álbum y del gozoso regreso de Miguel Ríos a los escenarios. Encadenando títulos entonamos El blues del autobús, donde Miguel ejerció de frontman experimentado al provocar desde los laterales al público para que participara en el estribillo.

Bromeando sin rubor con las urgencias que la próstata genera a ciertas edades, Miguel abandonó el escenario para dejar espacio a dos de los músicos de la banda. El violinista Manu Clavijo interpretó una divertidísima canción propia, El volante, en la que omitiendo el nefasto apellido del dictador hilaba frases del tipo «si (…) levantara la cabeza» o «con (…) esto no pasaba«. Si El volante buscaba relajar la intensidad del penúltimo tramo del show, el pianista Luis Prado nos hizo directamente reír con su canción Estoy gordo (insuperable esa línea que dice un dolor al sentarme y otro al levantarme).

Miguel regresó con Año 2000 y, como ya ocurrió en marzo durante la celebración del Rock & Ríos, nos resultó escalofriante lo actual y lamentablemente acertada y visionaria que sigue siendo su letra, en la que hubo lugar para una mención a la invasión de Ucrania. Ha tardado seis décadas en colgarse una guitarra sobre el escenario, pero Miguel lo ha hecho por primera vez en esta gira. Con ella recitó esa Oración (laica, por supuesto) que Luis García Montero escribió durante la ya aparentemente lejana guerra en Irak. Siguió otro tema especialmente beligerante del nuevo disco, La estirpe de Caín, antes de lanzarnos a la irresistible Rocanrol Bumerang en la que Miguel se lució con un final adornado con un provocador scat al más puro estilo Ella Fitzgerald.

Los bises se abrieron con una brillante y preciosa versión de El río coreada por el público, y con un Miguel visiblemente emocionado que nos echó una flor al asegurar que más de cincuenta años después la seguís cantando igual de bien. Después de presentar uno a uno y por su nombre al staff técnico, el público cantó en pie Santa Lucía y ya no volvió a sentarse para entonar el imperecedero Himno a la alegría, que puso el broche final al concierto.

La canción Bye Bye Ríos, concebida para su gira de despedida de 2010, comenzaba diciendo «Tengo anotado en un antiguo diario no envejecer nunca en el escenario/Amiga tercera edad, llegó la hora de la verdad/Dejo las giras y dejo los vicios, tantos placeres y sacrificios/voy a dejar de saltar porque me voy a jubilar».

Felizmente la letra ha sido modificada para esta gira convirtiéndose en Hello Ríos para declarar que «Tenía anotado en un antiguo diario no envejecer nunca en el escenario/y cuando quise parar me dio el blues de la tercera edad/Dejé las giras, dejé los vicios y los placeres que da el oficio/pero al dejar de saltar noté que me empezaba a oxidar».

Aunque el reconocimiento y aprecio son más que generalizados, también hay quien (normalmente bajo el anonimato de un nick en las redes) critica a Miguel Ríos por sus reiteradas despedidas (nunca definitivas), tildando de innecesario y poco digno su regreso a los escenarios. Le acusan de dinosaurio trasnochado (recordemos que en el año ’82 ya se le etiquetó como demasiado viejo para el rock and roll cuando ni siquiera llegaba a los cuarenta), de interesado figurón, de reliquia, de viejo roquero (¡imperdonable pecado!) al fin y al cabo. Posiblemente más de uno de los que critican a Miguel hayan pagado hasta trescientos euros por ver a The Rolling Stones en el Wanda el próximo 1 de junio. Y es que esa contradicción es tan nuestra, esa especie de síndrome de perro del hortelano (que no come ni deja comer), que solo podemos encogernos de hombros y dejar correr la gratuidad de ciertos comentarios. Los fatuos son minoría (esperamos) pero hacen ruido y daño.

Y es que así nos luce el pelo.

Negar la categoría de Miguel Ríos bajo los focos, su valor al hacerlo con nuevas canciones y un repertorio tan arriesgado como brillante, la trascendencia y justificada rabia de su mensaje o la necesidad de contar con artistas maduros que aún tienen algo que decir, también es negar la sabiduría de nuestros mayores anónimos, contradecir el popular y acertado dicho de que la veteranía es un grado, y prueba de la incapacidad para comprender que, para tener algo que contar y cantar, antes hay que haber vivido.

Por nuestra parte, y por la de la mayoría dado el éxito de ventas de Un largo tiempo y de las entradas para todos sus recitales, el regreso de Miguel Ríos es quizá lo único bueno que trajo una pandemia que, en teoría, nos iba a hacer más fuertes y mejores. La penúltima galopada de un forajido que vuelve a cabalgar consciente de su edad y con la suficiente lucidez para saberse necesario. Quizá no robe bancos ni asalte trenes, pero tiene nuestro corazón a punta de micrófono. Ojalá la gira de «Un largo tiempo» se encadene con la de un futuro álbum de estudio, que cada paso de Miguel Ríos sea el penúltimo paso, que su aventura con The Black Betty Trio se convierta en una especie de «Neverending Tour» como el de Bob Dylan

Así que… «Hola Ríos hello, welcome Ríos again!!»

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