La infalible solvencia de Ilegales

Gira de presentación de La lucha por la vida – Teatro de Las Esquinas de Zaragoza, 21 de mayo de 2022

Andan Ilegales celebrando el 40º aniversario del inicio de su combativa trayectoria y, con motivo de tan epatante efeméride, publicaron en febrero un álbum muy especial en el que repasan su producción más reciente sumando temas nuevos y sin hacer inanes ejercicios de nostalgia, acompañados de grandes nombres como Loquillo, Andrés Calamaro, Enrique Bunbury, Coque Malla, El Niño de Elche, Juanma Latorre y Guille Galván de Vetusta Morla, Luz Casal, Evaristo Páramos, Kutxi Romero o (¡maravillosamente polémica osadía!) Dani Martín. Con el barojiano y elocuente título de La lucha por la vida, y con la torva mirada de Rasputín desafiándonos desde la portada, es una clara reivindicación de la capacidad de supervivencia de una banda que ha tenido sus altos (quizá nunca tantos como merece) y sus bajos, sus luces y sus sombras, pero que siempre ha sabido mantenerse en pie de guerra con honestidad y sin concesiones ni medias tintas.

Precisamente la efigie del «monje loco» consejero de los Romanov presidía el escenario del Teatro de Las Esquinas, desde el parche del bombo de la batería de Jaime Beláustegui. Rasputín sobrevivió a varios intentos de terminar con su vida, y de eso se trata esta gira de Ilegales: de resistir y remontar con la pericia sobrenatural de Grigori Yefimovich, con la obstinación de sus poderosos y legendarios atributos, con la solvencia y tenacidad de la banda capitaneada por el irreductible Jorge Martínez.

Arrancó el concierto con Tantas veces me he jugado el corazón que lo he perdido, una bala rápida y certera, que en La lucha por la vida han compartido con Loquillo en lo que parece una prometedora alianza que ya ha tenido continuidad con el aporte guitarrístico de Jorge Martínez en un tema (llamado a convertirse en himno instantáneo) del último disco del Loco. La frase les viene que ni pintada a ambos: «mil veces prefiero ser bocazas que murmurador».

Según explicó Jorge Martínez, había que ser muy optimista para pensar que unos chicos pendencieros y expulsados de otras bandas fueran a estar todavía en activo cuatro décadas después de iniciar su carrera. Sin embargo, los que apostaban por su desaparición ya no están y ellos sí. Tras este primer breve speech dejaron claro que no habían venido a hablar, sino a agotarnos con un torrencial y vertiginosos repertorio. Así, encadenaron casi sin pausa Rebelión, Ella saltó por la ventana, Mi copa (introducida por los potentes latidos del bajo de Willy Vijande), Voy al bar (perfecta para continuar el momento etílico), Te prefiero lejos (con Mike Vergara cambiando la Les Paul por el teclado) y el funk de Divino imbécil.

Jorge Martínez introdujo la siguiente canción recordando un reciente titular de El País que hacía referencia a la protesta de un civil antes de ser abatido en Ucrania. No deja de ser un irónico y doloroso sincronismo que uno de los primeros avances de La lucha por la vida, pocos días antes del inicio de la invasión rusa, fuera precisamente Ángel exterminador. En su texto aparece la línea «un hombre grita: no disparen, y cae muerto»… Pesadumbres y lamentable vigencia de la letra aparte, aprovechó el momento Jorge Martínez para elogiar el solvente trabajo de Enrique Bunbury en esta canción para La lucha por la vida y lamentar su decisión de abandonar los escenarios. «Tendré que hablar con él», afirmó con la chulería de quien se sabe capaz de obrar milagros. In Jorge we trust!!

El público coreó Agotados de esperar el fin para, a continuación, saludar al Anticristo en No lo repitas en voz alta, con Jorge Martínez metiéndose en el tenebroso papel gracias a una inquietante distorsión en su voz. Los teclados de Mike Vergara cobraron protagonismo para enterrar nuestro corazón en El bosque fragante y sombrío y para abordar («con dos huevos y la solvencia que nos caracteriza») el electro-punk de Juventud y egolatría con su mantra final: «¡nadie puede joderme!». Mike volvió a la Les Paul para el johnleehookeriano blues (perdón por el palabro) de Eres una puta, y de nuevo a los teclados con El norte está lleno de frío y la atmosférica introducción de Enamorados de Varsovia. Antes de enlazar Regreso al vacío y Estrella venenosa (hecha a medida para ser interpretada a dúo con el enemigo Josele Santiago), Jorge Martínez elevó su vaso en un brindis hacia el público y se quejó de tener «que tomar los cubalibres sin hielo por la puta voz». ¡Genio y figura!

Con la demoledora Destruye y su incitante estribillo llegaron los primeros pogos entre el sector más duro del público, alimentados después por las imprescindibles Soy un macarra y Bestia bestia. La reivindicación de Mi amigo Omar, cuyo mensaje se resume en la pregunta final «¿y qué?», dio paso a las celebradísimas Todo lo que digáis y Mucho ruido. A continuación nos regalaron Todos están muertos, según Jorge «una canción que no hacemos a menudo pero que curiosamente tiene un gran éxito en Sudamérica» y la urgente y arrolladora Dextroanfetamina, con la que el público alcanzó el paroxismo poguero.

Agotados encarábamos ya los bises, con la portentosa introducción de Soy quien espía el juego de los niños y Hombre solitario (con más pogos, que no decaiga la fiesta). Explicó Jorge Martínez, como ya adelantábamos al principio de esta crónica, que incluir en la gira temas más clásicos no pretende ser un innecesario ejercicio de nostalgia… «pero, como el presente está hecho de pasado y futuro, vamos a echar una pequeña mirada atrás». Así sonaron casi sin pausa la visionaria Europa ha muerto, Tiempos nuevos tiempos salvajes con un estupendo solo que demostró una vez más la pericia y solvencia (nunca lo suficientemente reivindicada) de Jorge Martínez con la guitarra, el ska de Hola mamoncete (ideal para unos buenos pogos, que no falten en un show de Ilegales), Caramelos podridos con su catártica confesión «soy un borracho» y el infalible cierre con Problema sexual.

Durante este último tema Jorge Martínez presentó a la banda: desde el «sólido apoyo del tormentoso» Willy Vijande al bajo, pasando por «la juvenil agilidad» de Mike Vergara para saltar de la guitarra al teclado, hasta el «ritmo elegante» de la batería de Jaime Beláustegui, que hace «que el corazón del público se comporte conforme a lo que ocurre sobre el escenario». Y al final la auto-presentación de Jorge Martínez, que en tiempos se definía como una «gran estrella» pero que ahora se confiesa como aquel niño hechizado en 1968 por el brillo de una guitarra eléctrica en un escaparate, que ahorró lo suficiente para conseguirla participando (y ganando) concursos de pintura con dotación económica y que, por fin, logró cumplir su sueño de luchar y ganarse la vida con la música.

Y así, cubalibre en mano y asegurando que «cuando palme regresaré para tocar alguna canción», nos dejó Jorge Martínez agotados y coreando sobre una grabación de Canción obscena, abrazados a otros íntimos desconocidos que también lo habían dado todo en la pista del Teatro de Las Esquinas de Zaragoza durante el soberbio concierto.

Incombustibles, irredentos, necesarios, veteranos pero insultantemente juveniles y vigentes, bocazas (que no murmuradores), irresistibles, provocadores y con mucha carretera aún por delante, los Ilegales, cuarenta años después, nos ofrecieron treinta y cuatro canciones (¡treinta y cuatro!) a cambio de nuestra complicidad y unos litros de sudor en apenas dos horas sin tregua… ¿Quién puede dar más por menos?

Y es que la vida, queridos amiguitos, hay que lucharla. Como Rasputín, como Jorge Martínez y compañía.

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