Loquillo, el último héroe fordiano

Concierto de fin de gira El Rey 2022 de Loquillo, Kursaal de San Sebastián. 2 de diciembre de 2022, 21:00h.

«¿Usted ha visto caminar a Henry Fonda? Pues eso es el cine…» Así de elocuente e incontestable fue la definición que John Ford hizo de la profesión y arte a los que dedicó cinco décadas de su vida. Y así de incontestable y elocuente podría resultar la definición de rock and roll para cualquiera que asistiera al último concierto de la gira El Rey de Loquillo, ya camino también de las cinco décadas de oficio a sus espaldas, en Donosti: «¿Usted ha visto entrar a Loquillo en un escenario? Pues eso es el rock and roll…»

Y es que cuando el Loco apareció bajo los focos del Kursaal con los primeros acordes de una canción de título tan fordiano como Los buscadores, lo hizo con la pasión que el género merece y exige; con el arrojo templado del púgil que sabe que un mal gancho puede tumbarlo en el próximo asalto, arriesgando la vida en cada show como él mismo ha dicho en alguna entrevista. Como una fiera liberada de la asfixiante jaula que es el mundo fuera de los límites de un escenario.

Directed by John Ford / Dirigido por Loquillo

El sentido estético de John Ford como director iba más allá de lo estrictamente visual. Sus inicios en el cine silente le enseñaron que la elección de música y canciones tradicionales (personalmente seleccionadas por el propio Ford) debía tener una función narrativa. James Stewart llegó a decir que en sus películas no eran necesarios los diálogos, que la música podía expresarlo todo. La música en el cine de Ford caracteriza y predispone, como ocurre en La diligencia al asociar a Dallas (la prostituta expulsada por la Liga de la buenas costumbres y la decencia) con la canción She’s more to be pitied than censored.

Construir un repertorio equilibrado y con sentido, que además de definir al personaje en su más reciente mutación satisfaga al público, y que caracterice al artista actual sin olvidar tiempos pretéritos cuando éste ya lleva más de cuarenta años ininterrumpidos en el oficio se antoja una labor titánica… ¡homérica, como diría Michelin Flynn en El hombre tranquilo! Y la labor empieza con las recordings que amenizan el acomodo y la espera del público. Todavía con el escenario a oscuras el volumen se elevó para People have the power de Patti Smith (recordemos que en septiembre la madrina del punk había celebrado una auténtica fiesta en ese mismo recinto). Toda una declaración de intenciones que fue recibida con los aplausos cómplices de un público predispuesto al disfrute y el ritual. A continuación, el tema principal de El desafío de las águilas (compuesto por Ron Goodwin para la película protagonizada por Richard Burton y Clint Eastwood) convocó a una banda dispuesta a tomar la playa de La Zurriola como si de Omaha Beach se tratara.

José Luis Garci ha afirmado en alguna ocasión que «nadie ha filmado mejor que John Ford un baile, un tipo hablando a una tumba, unos jinetes cruzando un río, la vejez, la soledad… (…), y esa cosa tan manida que llamamos existencia«. Los temas que Ford trata en sus películas son suma y compendio de sus intereses como registrador de la historia y también como observador de la vida, lo que en cierto modo emparenta su obra con la ecléctica búsqueda de referencias que a veces roza sin rubor lo mitomaníaco, las luces y sombras de la celebridad y el retrato épico de la supervivencia más cotidiana (que no ordinaria) que dan envidiable (y envidiada) consistencia a los trabajos musicales de Loquillo.

En las películas de John Ford los bailes son una forma de expresión comunitaria y también sirven para identificar los rasgos individuales de sus personajes, sirva como ejemplo la recepción del coronel Thursday en Fort Apache o el vals de Pasión de los fuertes. En el Kursaal la invitación a bailar llegó desde el primer momento, incluso antes de arrancar el concierto propiamente dicho, con el enérgico himno de Patti Smith. Más adelante la invitación sería explícita en Planeta rock («…vamos todos juntos como locos a a bailar, ¡a estremecer la nación!»), más sutil en el parche que lució el Loco en algún momento del show con la leyenda «La mafia del baile, la ley del compás» (aunque se echara en falta esa canción en el repertorio), o directamente explosiva con el tex-mex de Sonríe y Salud y Rock and Roll, aderezadas respectivamente con la adición del saxo de Dani Nel.lo y el acordeón de Gabri Casanova.

También con la introducción de bajo con sabor a aljibe y azulejo con la que Alfonso Alcalá presentó La mataré, y el irresistible aire rumbero de esta canción (Josu García apoyó el cuerpo de su guitarra contra el hombro) cuya supuesta controversia no deja de desmentir concierto a concierto la reacción del público puesto en pie, igual que ocurre con un cuidadoso (y libre de prejuicios) visionado de cintas como El hombre tranquilo. La firme defensa del valor artístico de una obra frente a la pacata política de cancelación y el revisionismo histórico exige ya tanta determinación como la de Ethan Edwards en Centauros del desierto, cuyo título original («The searchers») inspira el de la canción que abrió el espectáculo.

En La legión invencible la sombra del capitán Nathan Brittles se proyecta sobre la lápida de su esposa difunta cuando regularmente la visita para hablar con ella, y el abuelo de los Joad en Las uvas de la ira se arroja tierra sobre sí mismo en una cuneta adelantándose al final y a la tumba. El respeto y homenaje a los referentes desaparecidos, honrar a los mayores y aprender de su sabio e inspirador legado, es una constante en la carrera del Loco. Por eso en el repertorio del concierto del Kursaal no podía faltar el tributo a otra figura esencial de la cultura norteamericana con El hombre de negro de Johnny Cash, brillantemente adaptada por Gabriel Sopeña. Tampoco, por partida doble, el recuerdo a Johnny Hallyday con Cruzando el paraíso («…je me souviens de toi, Johnny Hallyday», exclamó el Loco) y Rock and Roll actitud (que toma su título de un tema emblemático de Hallyday compuesto por Michel Berger) adornada a la manera de The Who gracias a la intro que propició el teclado de Gabri Casanova.

En Dos cabalgan juntos John Ford sorprendió a propios y extraños prescindiendo del juego de plano y contraplano en un largo diálogo entre James Stewart y Richard Widmark que permitía conocer y comparar a los personajes y profundizar en su personalidad en un único plano. La misma vocación de sorprender, de contravenir las reglas y no buscar la complacencia y el cómodo beneplácito general, quedó clara prácticamente desde el principio del show de Loquillo en el Kursaal. Conociendo el importante nicho de sus seguidores que podrían etiquetarse como rockers modélicos, es una loable osadía que la segunda canción del repertorio fuera Sol, una composición de Sabino Méndez cuyos exuberantes y bailables arreglos se desmarcan de los patrones más confortables del rock clásico. Como el diálogo de Dos cabalgan juntos, sorprende y ayuda a entender al Loquillo de las últimas décadas que no duda en establecer rejuvenecedoras asociaciones con El columpio asesino, Santi Balmes de Love of lesbian o Marc Ros de Sidonie, autor de La vampiresa del Raval que también sonó en el primer tercio del show. Respetar el pasado y registrarlo, pero sin perder de vista el futuro para contribuir a su construcción.

El instante sostenido de encender un cigarro o una cerilla en las películas de John Ford no es gratuito y puede preceder a un momento decisivo. Por ejemplo, de luminoso descubrimiento como cuando Sean Thornton vislumbra a Mary Kate Danaher y su rebaño en El hombre tranquilo; o de melancólica pérdida, como cuando Tom Doniphon acepta la separación de Hallie Stoddard en El hombre que mató a Liberty Valance. Por eso, si el Loco enciende un cigarro en el escenario es porque se hace necesario detener el tiempo: lo hará para El rompeolas, introducida por unos evocadores arpegios de Igor Paskual o para Rock and Roll star, ese himno lúcido y desencantado sobre el ascenso a la fama que Sabino Méndez compuso con apenas veinte años y que en la noche donostiarra cambió las anfetas y el alcohol por «cocaína y Dom Perignon». Aunque lo que hubiera en el vaso del Loco fuera posiblemente un buen destilado como los que animan y salpican los altercados en La taberna del irlandés.

La tradicional coincidencia de la masculinidad con la figura del héroe más visible es habitual en el cine de John Ford: quien lo es, no puede evitar serlo. La condición de héroe viene adjudicada de antemano. Valentía, honestidad, seguridad, valores, determinación frente a los obstáculos. Esos son sus atributos y podemos encontrarlos en un fugitivo que dispara con acierto desde el pescante de una diligencia desbocada, en un vendimiador que huye del infierno de Oklahoma para descubrir que California no es la tierra prometida, o en un abogado idealista que arranca la mordaza a un pueblo sojuzgado por un cuadrilla de bandidos. Y también los encontramos en canciones como la bíblica Creo en mí, las hiperbólicas El último clásico y El rey, la nostálgica Memoria de jóvenes airados, o la indiscutiblemente fordiana Feo, fuerte y formal. Sobre esta última planea el espíritu de John Wayne y su apócrifo epitafio, e incluye perlas que no desmerecerían un buen guion. Ya sabes… «¿para qué discutir si puedes pelear?»

Tanto John Ford como Loquillo nacieron junto al mar y ambos sirvieron en la Armada. Ford retrató con evidente cariño la vida en el ejército en algunas de sus películas (como en No eran imprescindibles) y documentó cámara en mano la batalla de Midway o el desembarco de Normandía. Quizá su experiencia militar fue lo que le llevó a ensalzar en sus películas la individualidad dentro del grupo y a tener una clara visión de que el trabajo de director es conseguir que todas las piezas del conjunto engranen a la perfección sin superponerse ni hacerse sombra unas a otras. Todo tiene su momento, su espacio, su función. Lo esencial es saber dónde ubicar el horizonte en el encuadre, sea en el paisaje desértico de La patrulla perdida o en el Gales minero de ¡Qué verde era mi valle!». Así de sencillo, así de complejo.

EL Loco se ha referido a sí mismo en alguna ocasión como «un gestor de talentos», se jacta de «saber rodearse de los mejores» y articula esa habilidad en torno a la idea de que una banda de rock es como jugar al baloncesto, entendido como «un deporte individual que se juega en equipo». Fiel a esta idea matizó con el adjetivo «individual» la coda de La libertad, primer single de su brillante último disco Diario de una tregua y que suena en directo con contundente convicción. Asimismo, la presentación de la banda se hizo partiendo del escenario vacío, siendo convocados uno a uno desde su lugar de origen. De nuevo la suma de las partes: desde Toledo a los teclados, Gabriel Casanova; desde Villagarcía de Arousa, Madrid y Gijón respectivamente, a las guitarras, Pablo Pérez, Josu García e Igor Paskual; desde Granada, al bajo, Alfonso Alcalá; desde Teruel, a la batería, Laurent Castagnet. Estos son los actores de la película que ha dirigido el Loco después de años de vida enrarecida por la pandemia y de particular infierno en su caso, cuyo último golpe de claqueta se dio el 2 de diciembre en el Kursaal de San Sebastián. Forman la «compañía de repertorio» de la que hablaba Peter Bogdanovich al referirse a los actores con los que habitualmente trabajaba John Ford. Los celebérrimos John Wayne, James Stewart, Maureen O’Hara o Richard Widmark, pero también los imprescindibles Victor McLaglen, Ward Bond, Harry Carey Jr. o Woody Strode, que aportaban toda el alma y el corazón. Un equipo infalible. Una familia que, volviendo a la disciplina militar de la Armada y al nombre oficioso que se va afianzando para la banda entre los fans (101 Aerotransportada), también debe ganarse los galones: como Gabri Casanova y Pablo Pérez, las más recientes incorporaciones, pero que se mueven en la primera línea del escenario con seguridad e intachable desempeño.

Y es que el Loco no tiene ningún problema en hacerse a un lado y compartir esa primera línea del escenario. En varias ocasiones pudimos verlo refugiarse al fondo para disfrutar con mirada orgullosa del buen hacer de la banda, pero también ceder el protagonismo a Igor Paskual en El rey del glam. Al convocar al infalible Dani Nel.lo y su saxofón en Carne para Linda, lo hizo para dejarlo como capitán interino al frente de la banda en el escenario mientras él y Josu García se paseaban por el patio de butacas mezclándose con el público. Se trata de eso, de confianza y honestidad. Las mismas con las que el Loco subsanó un tropiezo con la letra de la dickensiana Historia de dos ciudades, canción de su último disco que esperamos encuentre en la próxima gira el lugar privilegiado que merece para convertirse en un nuevo clásico.

Si antes decíamos que, según James Stewart las películas de John Ford podían no necesitar diálogos, el Loco lo corroboró afirmando que no había venido para hablar. Solo lo hizo entre canción y canción para saludar como «vecinos» al público donostiarra y para agradecer a los preparadores físicos y fisioterapeutas de la Real Sociedad la recuperación de un tobillo accidentado semanas atrás y que había puesto en peligro el show. También tuvo unas palabras para el equipo técnico de la gira y en particular para Tello, habitual y querido técnico de sonido, ausente por un inesperado ingreso hospitalario y al que, desde nuestro particular rincón, deseamos una pronta recuperación de su dolencia. Es la clave: determinación y equipo, siempre el equipo.

Igual que el boxeador Sam Thornton regresa a su Innisfree natal en busca de paz, el Loco no olvida sus orígenes y allí vuelve aunque tenga que prepararse, como Thornton, para la guerra. A aquel barrio donde los gatos maúllan en los callejones en El rimo del garaje. Sin perder de vista «la luz verde del embarcadero de Daisy», «como botes a contracorriente navegando sin cesar hacia el pasado», o a bordo de un Cadillac solitario. Allí, para observar desde la ladera del Tibidabo las luces de la ciudad que lo vieron nacer, como un indio navajo que contempla Monument Valley a caballo desde el John Ford’s Point.

El final del show llegó con una recording outro a cargo del God save the Queen de Sex Pistols. Abrazos, saludos, más abrazos, Sonrisas satisfechas. Seguramente, después del rótulo The End, una fiesta a puerta cerrada, en familia.

Cuando el tío Ethan de Centauros del desierto, tras años de obstinada búsqueda, regresa con su sobrina sana y salva, lo hace a un hogar y una familia a los que ya no pertenece. Recortado a contraluz en la que quizá sea la más célebre puerta del celuloide, se gira y camina hacia el desierto después de rendir un sutil homenaje a Harry Carey. El Loco atravesó el desierto y nos trajo el Rock and Roll sano y salvo al Kursaal. Compartió con nosotros una felicidad que también nos pertenece. Nos sentimos parte de ella. Al contrario que el tío Ethan, dispuesto a proseguir su vida errabunda y solitaria, el Loco y la banda solo se retiran a los cuarteles de invierno para planear el próximo paso. Es un final que anticipa un nuevo principio. Y nuestra puerta, la de muchos, seguirá abierta aguardando su regreso. Son el último reducto, el último cuadro de la Caballería que nos defiende del enemigo. Pero, también al contrario que los hombres que manda el coronel Thursday en Fort Apache, no se perderán tras una nube de polvo. No necesitan que el capitán Kirby York excuse y enaltezca sus acciones. Ellos saben cuidarse. Saben como cuidarnos.

«Me llamo John Ford y hago películas del oeste». Así fue como el célebre director, nacido John Martin Feeney, se presentó para defender a Joseph L. Mankiewicz frente a las acusaciones de Cecil B. Demille en el enrarecido ambiente de delaciones, listas negras y paranoia anticomunista generado por la caza de brujas del senador McCarthy. Tan premeditadamente escueta presentación resumía, o simplificaba no sin cierta ironía, una figura y filmografía tan complejas y sólidas que en realidad ni siquiera necesitaban presentación. Sería como si cada vez que el célebre cantante, nacido José María Sanz, subiera al escenario para defender un personaje y cancionero tan complejos y sólidos que tampoco necesitan presentación, lo hiciera diciendo: «Me llamo Loquillo y hago rock and roll».

Quizá lo haga algún día, porque puede permitírselo.

Al fin y al cabo, es el último clásico. El último héroe fordiano.


Loquillo, fin de gira El Rey. San Sebastián, 2 de diciembre de 2022:

People have the power (recorded intro 1) / Where eagles dare (recorded intro 2) / Los buscadores / Sol / Planeta Rock / La libertad / Vampiresa del Raval / Salud y Rock and Roll / Creo en mí / Historia de dos ciudades / Cruzando el paraíso / El hombre de negro / Rompeolas / El último clásico / Carne para Linda (con Dani Nel.lo) / Rey del glam (con Dani Nel.lo) / Memoria de jóvenes airados / Rock and Roll actitud / El rey (con Dani Nel.lo) / Sonrie (con Dani Nel.lo) / La mataré / Ritmo de garaje (con Dani Nel.lo) / Feo, fuerte y formal (con Dani Nel.lo) / Rock and Roll star / Cadillac solitario / God save the Queen (recorded outro)

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