Jaime Urrutia y Los Corsarios. Ensayo con público Gira 2023, sala 16 Toneladas (Valencia, 15/12/2022)
El pasado 15 de diciembre tuvimos un regalo de Navidad adelantado. La mejor de las noticias posibles, después de un largo tiempo de incertidumbre, llegaba un par de semanas antes: el maestro Jaime Urrutia anunciaba su regreso a la carretera con Los Corsarios. El primer paso iba a darlo en la sala 16 Toneladas de Valencia, a modo de ensayo con público para volver a encarar el calor de los focos y recibir el de los corazones de quienes, contradiciendo una de las últimas canciones de Gabinete Caligari, lo hemos añorado desde el preciso momento de bajar de cada escenario. Su último concierto con Los Corsarios fue en abril de 2021, en el madrileño Nuevo Teatro Alcalá todavía poblado de mascarillas.

Con firmeza en lo alto del cartel…
Un problema de salud apeó a Jaime Urrutia de los escenarios en verano de ese año, obligándole a cancelar fechas ya programadas justo cuando las nubes negras que rodearon al mundo del espectáculo durante los meses de pandemia empezaban a despejarse. Imaginamos que la ausencia forzosa en ese momento de reactivación cultural, motivada además por una cuestión tan delicada como es la propia salud, habrá sido especialmente difícil para el maestro. Pero, nobleza obliga, y el nombre de un indiscutible referente de la música en español como es el de Jaime Urrutia debía volver a leerse, para nuestra felicidad, en los carteles. Como también dice otra de las canciones de Gabinete Caligari, a mantenerse «…con firmeza en el cartel. En lo alto del cartel». ¡Y el primero sería la marquesina de la 16 Toneladas de Valencia!

Soundcheck…
Antes de que la sala abriera sus puertas tuvimos el privilegio de asistir a la prueba de sonido. El propio Jaime nos reconocía su nerviosismo ante tan especial ocasión y confesaba sentirse un poco desentrenado. Algo totalmente comprensible: al fin y al cabo han sido casi dos años apartado de los escenarios, este ensayo con público tenía algo de prueba de fuego, e incluso a Elvis Presley le temblaban las manos al empezar Heartbreak Hotel en el Comeback Special de 1968. Desde abajo cualquier atisbo de duda se diluyó al ver a Jaime con la guitarra al cuello, atento a todos los detalles y dando indicaciones precisas y con absoluta seguridad al control de sonido, y desapareció por completo al empezar a cantar. Reconocemos sin rubor que escuchar su voz profunda y su característico vibrato a puerta cerrada hizo que asomara cierta humedad a nuestros ojos. Pura emoción. Desde aquí solo podemos dar las gracias a May Paredes, a José Rocker, a Begoña Caras, a Los Corsarios y al staff de la sala por la confianza y el cariño, por invitarnos a ser su primer público y dejarnos vivir de forma anticipada y en la intimidad el regreso del maestro Jaime Urrutia a los ruedos.

Un ensayo con categoría de concierto…
La 16 Toneladas registró un esperado lleno y el público manifestó sus ganas de disfrutar de nuevo del buen hacer de Jaime Urrutia y Los Corsarios con una primera ovación, en cuanto sonaron los primeros compases del pasodoble Gallito anunciando su entrada en el escenario.

La inconfundible y potente voz del maestro, talle fino y parpusa calada, se derramó por la sala en una triunfal Delirios de grandeza acompañada por palmas y desató el delirio con la infalible ¡Tócala, Uli!, que fue coreada a placer por los presentes. A continuación Jaime arrancó con la primera línea de Mentiras dejando fuera de juego a la banda, que esperaba ¿Dónde estás? como siguiente tema en el setlist. Una confusión quizá fruto de esas telarañas que el maestro había venido a sacudirse, o simplemente de la precipitación ocasionada por las ganas de seguir avanzando en el repertorio para satisfacción de quienes allí nos habíamos citado. Un pequeño lapsus sin importancia, solventado con una sonrisa y un aplauso cómplice del público. Después de completar ¿Dónde estás? con una potente y guitarrera coda, Jaime Urrutia se dirigió al público para aludir al tiempo que ha debido permanecer parado y recordar que este era su primer contacto en casi dos años con un público al que no dudó en calificar (acertadamente a juzgar por el ambiente que se vivía bajo los focos) «tan maravilloso como este». También insistió en que aquello se trataba de un ensayo y que cabía la posibilidad de tener que parar o repetir en algún momento.

La potencia con la que sonó, ahora sí, una apoteósica Mentiras culminada con un epatante solo de guitarra de Juan Carlos Sotos, evidenció que más que un ensayo aquello iba a ser en realidad un concierto en toda regla. El espectáculo estaba perfectamente trabajado, la banda bien engrasada y con muchas ganas de rodar, y Jaime Urrutia en una excelente forma vocal. Así se encadenaron la mítica Cuatro rosas, una canción a la que Jaime declaró tener gran cariño al ser la que dio a conocer a Gabinete Caligari y en la que animó al público a cantar la última estrofa, Amor prohibido y la festiva y optimista Castillos en el aire, para la que Esteban Hirschfeld abandonó su puesto en los teclados armado con una melódica, curioso instrumento híbrido de acordeón y armónica.

A continuación llegó la que, para quien esto escribe, es una de sus canciones favoritas del cancionero de Jaime Urrutia con Gabinete Caligari: Mi buena estrella, inspirada por la alienígena figura de David Bowie. El calor del amor en un bar volvió a avivar el aire festivo de la velada para, después, sumergirnos en la redentora melancolía de Completamente feliz, donde el trabajo de batería y percusión de Javi Sevilla iluminó la canción como hace el sol con la sensación de felicidad de su protagonista. Como nueva incorporación al repertorio llegó ¿Qué hay de comer?, tema del LP Patente de corso que también se incluyó en el soundtrack de la película 800 balas (2002) de Alex de la Iglesia y que en esta ocasión se creció con otro notable solo de Juan Carlos Sotos. Una introducción de aires eslavos a cargo de Esteban Hirschfeld y el marcial ritmo de batería de Javi Sevilla nos condujeron al Bloque del Este berlinés para meternos, con Queridos camaradas, en el uniforme de aquellos líderes desnortados que asistieron perplejos a la caída del infausto Muro de Berlín.

La sangre de tu tristeza enardeció a un público ansioso por corear su estribillo, antes de invocar al espíritu de Lou Reed con Más dura será la caída. Estaba claro ya que Jaime Urrutia y Los Corsarios no habían venido con intención de escatimar esfuerzo, con un repertorio generoso que no dejaba de lado su notable trabajo al margen de Gabinete Caligari y que en absoluto pretendía privarnos de los temas más exigentes. Para Amor de madre, un tema que siempre hace aflorar las emociones más íntimas, Javi Sevilla cambió su batería por un cajón con el que ocupó la primera línea del escenario al lado de Jaime.

El aroma de swing y champán que se respira en la Suite nupcial inundó el recinto, punteado con unas contundentes líneas de bajo de Juan Luis Ambite.

Con la (en apariencia) sencilla pero profunda, emocionante y literariamente descriptiva Aquí sin más, una muestra más de la maestría de Jaime Urrutia como letrista y única concesión al que hasta la fecha es su último LP, nuestro anfitrión anunció que iban a retirarse «a descansar un poquito». Durante unos cinco minutos el escenario permaneció vacío sin que el respetuoso público los apremiara para retomar el concierto, conscientes todos de las circunstancias que han mantenido apartado a Jaime Urrutia de los focos durante tantos meses, pero recibiéndolos de nuevo con una sonora ovación al regresar a sus puestos.

El concierto (ya no lo llamaremos ensayo) había ido en continuo ascenso y, aunque en algún momento Jaime Urrutia pareció acusar la exigencia de un repertorio tan extenso, esa sonrisa que tan feliz nos hace se dibujó en su rostro en más de una ocasión. Con apoyo de un taburete abordó con irreprochable solvencia la enérgica recta final del concierto con la celebradísima Camino Soria y la divertida ¡Qué barbaridad!, en la que Juan Carlos Sotos sobrepasó la línea de amplificadores al filo de un escenario que ya se le estaba quedando pequeño. A continuación, la canción que mencionábamos al inicio de esta crónica, Nadie me va a añorar, quedó (una vez más) sobradamente desmentida.

Pecados más dulces que un zapato de raso y la ya mítica La culpa fue del cha cha chá (¡vive Dios, qué prodigio de letra!) pusieron en bandeja un final por todo lo alto con La fuerza de la costumbre, donde la banda sonó con especial contundencia y en la que Juan Carlos Sotos sumó su voz a la de Jaime Urrutia en un estribillo cuyo crescendo nos erizó el vello, y Solo se vive una vez, canción que invita a tomarse la propia e incierta existencia con las debidas dosis de lucidez y epicureísmo.

¡2023 nos aguarda a la vuelta de la esquina!
Jaime Urrutia, después del concierto, todavía quiso contentar a los presentes abriendo las puertas del camerino para saludar y, entre sonrisas y abrazos, compartir un momento con quien quiso acercarse. Sabemos que ese esfuerzo, que se prolongó hasta entrada la madrugada, quedó bien compensado por las muestras de afecto y respeto que pudo recibir. Si este ensayo (¡concierto en toda regla!) tenía la finalidad de calibrar sensaciones, recuperar el calor del público y medir la exigencia del repertorio, disipar dudas, afianzar impresiones y desterrar inseguridades, confiamos en que la conclusión a la que llegaran Jaime Urrutia y el equipo que lo acompaña fuera similar a la nuestra. Todo el trabajo y la ilusión puestos en este reencuentro, el crédito de una voz singular que siempre emociona, la salvaguarda de una banda como Los Corsarios, un cancionero de cinco estrellas y el incuestionable aprecio de un público que desea seguir rodando a su lado, parecen argumentos más que convincentes para afrontar con resolución y denuedo lo que depare el próximo 2023.

Jaime Urrutia es un grande de la música de este país y es una grata noticia volver a ver su nombre de nuevo en el cartel y con la vista y voz puestas en el futuro. De momento, ya hay una fecha confirmada en el Winter Festival de Puertollano (Ciudad Real) a primeros de marzo. Esperamos que pronto se confirmen muchas más y poder devolverle una pequeña parte de toda la felicidad que nos ha dado con lo único que podemos ofrecer desde nuestro lugar a pie de escenario: una sonrisa, un aplauso y el brillo de una mirada emocionada.
Bravo maestro, ¡el albero es todo suyo!
