VII PREMIO DE RELATO FUNDACIÓN FOMENTO HISPANIA
Primer premio: Jesús Gella Yago, con el relato «Un lucero en el bolsillo»
¡Hoy es el Dia de las Bibliotecas!
La Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, ubicada en la Torre de los Lujanes (en la Plaza de la Villa de Madrid), posee una biblioteca de más de 8000 volúmenes que constituyen una de las más importantes colecciones de Economía de España.
El pasado 5 de octubre tuve ocasión de visitar el edificio con motivo del acto de entrega del VII Premio de Relato Fundación Fomento Hispania, en cuya convocatoria obtuvo el primer premio mi relato «Un lucero en el bolsillo».
Previamente nos encontramos en el vecino Palacio del Cordón con los otros dos ganadores (Víctor Niso García y Raúl Ariza Pallarés) y conocimos a Espido Freire (Premio Planeta 1999 e invitada al evento) y Sergio Ramírez (Premio Cervantes 2017 y miembro del jurado junto a Soledad Puértolas y Luz Gabás).


Después de una foto de familia en las escaleras del Palacio del Cordón, un breve paseo nos condujo hasta el bello arco de herradura que desde la calle del Codo permite acceder al Salón de Actos de La Matritense, presidido por el retrato de Carlos III de Rafael Mengs.

En tan imponente espacio se celebró el acto de entrega de los premios conducido por Ángel Borruel (Responsable de Proyectos de la Fundación), durante el que lamentamos la ausencia de mi paisana Soledad Puértolas (Premio Planeta 1989, académica de la RAE y parte del jurado).

Alternando las intervenciones de Sergio Ramírez, Espido Freire y (a través de video) Luz Gabás, se brindó a cada autor la oportunidad de leer públicamente los relatos premiados. Un emocionante momento en el que pude constatar la importancia que puede llegar a tener un minúsculo trocito de metal que permita mantener ordenado un conjunto de hojas o páginas uniéndolas (habitualmente) por su esquina superior izquierda.
Una vez clausurado el acto por el director de la Fundación, Odón Casal, nos trasladamos al nº 84 de la calle Mayor para disfrutar de una cena cocktail en Casa Ciriaco.
Una agradable tarde de «veroño» en Madrid de la que, además del estimulante premio y unas breves pero inspiradoras últimas palabras cruzadas con Espido Freire, también nos llevamos los cabales consejos (y esperamos que también su amistad) de Raúl Ariza y Mariano Zurdo (editor de TALENTURA Libros).
¡Un verdadero placer!
¡¡Feliz #DíadelasBibliotecas!!
UN LUCERO EN EL BOLSILLO
(Relato de Jesús Gella Yago, ganador del primer premio del VII Premio de Relato Fundación Fomento Hispania)
Lucy salió de la cueva para mirar las estrellas. Advirtió que una masa oscura cubría aquellos intrigantes puntos de luz presagiando estruendo. El cielo volvería a deshacerse hasta penetrar en la cueva. Cuando volviera la calma Lucy saldría a buscar una de esas luces zigzagueantes que quedaban prendidas del suelo. Sus hermanos celebrarían poder asar la caza y calentar la cueva. Del fondo llegaban gruñidos y el llanto de los pequeños. Nadie aún la llamaba Lucy, pero sabía dónde encontrar el fuego.
La tormenta amainó antes de amanecer. Los gallos aún dormían y Lucy ya se había calzado los zuecos para inspeccionar el sembrado. Con mala cosecha el invierno sería duro, después de dar su parte al señor y pagar el alquiler al monasterio. Lucy vio una columna de humo. Antes de dar la alarma quiso comprobar si un rayo había alcanzado los frutales. Encontró la granja vecina en llamas. Un fragor de cascos la aturdió y sus ojos se llenaron de barro y ceniza. Solo pudo intuir el brillo sucio de las armaduras de hombres y caballos, sin reconocer el emblema de los estandartes. Un guantelete atenazó su brazo.
Quiso sacudirse la mano que tiraba de ella golpeándola con el abanico de encaje, pero la severa mirada de sus padres la disuadió. Lucy disimuló acomodando el ruedo de su falda. Aquel baile podía propiciar un matrimonio conveniente que aliviara la economía de sus padres y que le aseguraría a ella un aburrido porvenir de meriendas con té, tardes de costura y quién sabe cuántos hijos correteando alrededor. Se dejó conducir al centro del salón por aquel hacendado que le doblaba la edad. Su torpeza casi arruinó el minué, pero la gracia de Lucy evitó el ridículo. La complacida sonrisa del caballero auguraba campanas de boda.
Las cigüeñas se espantaron al tocar las campanas a rebato. Su sonido se confundía con las sirenas. Lucy se ajustó la cofia y se movió entre las camas para tranquilizar a los soldados heridos. Un joven sargento trataba de incorporarse para alcanzar una cartera de cuero, sin recordar que la propia Lucy había ayudado a amputarle un brazo. El rumor de los bombarderos llegó a través de los cristales rotos. El techo se desplomó y la cama del sargento desapareció. Lucy no podía oír nada. A su alrededor revoleteaban fotografías y cartas chamuscadas que salían de la cartera abierta entre los escombros.
El remolino de papeles se posó sobre los fragmentos de piedra arrancados. Las octavillas lanzadas al aire decían que bajo los adoquines estaba el mar y un tropel de estudiantes levantaba el pavimento para buscarlo. Lucy se había unido a ellos desde el barrio donde soñaban los artistas en sus buhardillas. Un policía la empujó hacia un grupo de mujeres que agitaban sujetadores en la mano. A Lucy se le ocurrió una idea y pidió un mechero mientras se levantaba el jersey para desabrochar el suyo.
Volvió a recomponerse la ropa. Ver la ecografía de su primer hijo había hecho que la cabeza de Lucy diera vueltas. Pensó que pronto se notaría el embarazo y que en la embotelladora no la querrían moviendo garrafas. Apoyó la mano en su vientre para sentir aquella mezcla aún tierna de calor y azar. El peso de las garrafas se volvió liviano y Lucy sonrió.
Una garrafa de plástico concentraba las miradas. Lucy pidió a un alumno que apagara las luces del laboratorio para observar la deflagración. Acercó una llama al recipiente con vapor de etanol y una bola de fuego trató de escapar con un silbido antes de consumirse. La clase aplaudió la reacción y Lucy accedió a repetir el experimento para que pudieran grabarlo con sus teléfonos.
Las cámaras estaban preparadas aguardando el momento. Lucy se inclinó para que la cinta pasara por su cabeza. Al erguirse notó el peso del metal sobre el pecho lleno de orgullo. Aquella plata olímpica sabía a gloria.
Lucy bajó del podio entre aplausos. Declinó la ayuda de un ujier porque aunque su gestación estaba avanzada podía moverse con soltura. Sabía que del calado de su intervención en la cumbre de jefes de estado dependía el futuro de generaciones. Repasó mentalmente las ideas principales de su discurso para condensarlas en una declaración a los medios y se dirigió a la sala de prensa.
A ambos lados había un cordón de periodistas. Lucy avanzó por la alfombra roja. Su cuarta película como directora era una de las favoritas para triunfar en la ceremonia. Se entretuvo firmando autógrafos y después se dejó llevar por una marea de flashes y lentejuelas hasta el interior de un teatro abarrotado de estrellas.
Todas las estrellas del firmamento se desplegaron ante Lucy. Acababa de salir por la escotilla en su traje espacial para sustituir un panel solar de la estación. A más de trescientos kilómetros de la Tierra recordó lo que su madre solía decir: si te lo propones llegarás hasta la más remota galaxia y podrás guardar un lucero en tu bolsillo. Admiró aquella esfera azul salpicada de nubes y alargó la mano para notar el universo al alcance de sus dedos.
Abajo, Lucy salió de la cueva para mirar las estrellas.

Otro premio merecido. Y un gusto seguir tu blog. Saludos.