La venganza de Cuti Vericad, palabra de samurái

Cuti Vericad, presentación de La venganza del samurái. Sala Oasis, Zaragoza. 11 de noviembre de 2023, 20:30h.

En Ran, la visión de El Rey Lear de Akira Kurosawa, los ejércitos de los tres hijos del infeliz Hidetora Ichimonji cabalgan bajo estandartes de color rojo, azul y amarillo. Son los colores de la infamia, del deshonor, de la deslealtad y la traición. La Trilogia del Samurái de Cuti Vericad parece buscar la redención de los vástagos del clan Ichimonji usando sus mismos colores (el rojo en El camino del samurái, el azul en El regreso del samurái y por último el amarillo en La venganza del samurái) para convertirlos en tres flechas cuyos astiles unidos sean imposibles de quebrar. Quizá Cuti trataba de restablecer de esta forma el código ético del Bushido para devolver el orden a su propio mundo que, al fin y al cabo, no deja de ser también el nuestro cuando hacemos sonar sus discos o aplaudimos bajo los focos de su escenario.

El camino del guerrero enseña a luchar sin perder la humanidad, a liderar de acuerdo con los valores de la justicia, el respeto, la valentía, el honor, la benevolencia, la honestidad y la lealtad siempre presentes. Los preceptos con los que Yamamoto Tsenutomo trazó el camino del guerrero en su Hagakure también se pueden adivinar en la mirada glacial de Alain Delon en una de las cumbres del polar francés, o en el reflejo del filo de la katana del «fantasmal perro» de Forest Whitaker. De forma menos sangrienta que a los taciturnos y silenciosos antihéroes de Melville y Jarmusch, esta guia también lleva tiempo sirviendo de inspiración a un músico jaqués que todavía afirma con convicción que, de la industria musical, lo que de verdad le interesa es la música misma.

Cuti Vericad empezó a recorrer su particular camino del guerrero a los diecisiete años, con sus primeros pasos junto a Los Dynamos. Han pasado treinta y tres desde entonces, tiempo más que suficiente incluso para acabar con la vida terrenal de un Mesías. La épica loser y el romanticismo del outsider empiezan a quedarse pequeños para alguien que ha sembrado en los arcenes de la carretera hasta once discos con su nombre y un deuvedé en directo; que se ha enrolado en la tripulación de Loquillo, Rulo y La Contrabanda y Los Rebeldes; que también nos ha hecho felices con Los Coringas, los Hillbilly Mongows, Los Mogambos, mano a mano con Miguel Ángel Scorcia o celebrando cada agosto la memoria de Elvis Presley; (puedes leer aquí la crónica del último Cuti canta a Elvis); que en 2019 fue reconocido por su trayectoria en los XXI Premios de la Música Aragonesa o que, recientemente, ha tenido el (merecido) privilegio de cantar El blues del autobús con Miguel Ríos en su rejuvenecido Rock & Ríos a su paso por Zaragoza. (Puedes leer aquí nuestra crónica de aquel Rock and Ríos con Cuti Vericad)

Es hora, pues, de que Cuti deje la dudosa protección del arcén para circular por el centro de la calzada. El viento sopla a favor de un Chevrolet del 57, el horizonte espera con los brazos abiertos de par en par y el sol brilla tanto que obliga a usar gafas oscuras y sombrero, Es la hora de saldar deudas con el aplomo de aquel street fighter de Sonny Chiba que también recorrió su camino hacia el desquite en tres etapas, antes de terminar fabricando la katana que mataría a Bill. Al principio de Amor a quemarropa Christian Slater lo tuvo más que claro, antes incluso de que la fantasmagórica mano de Elvis Presley cargara su arma y guiara su mano. Es hora de reclamar una justicia envuelta en tinta amarilla y salpicada de sangre ajena como el mono de La Novia de Quentin Tarantino. Es hora, por fin, de cobrar venganza. Un plato que Cuti supo servirnos bien caliente en la sala Oasis de Zaragoza, en el concierto que suponía la puesta de largo de La venganza del samurái: un disco que completa y perfecciona La Trilogía del Samurái con siete cortes (como siete fueron los samuráis de Kurosawa) que superan con brillantez el más exigente tameshigiri. Un disco con vocación de marcar un antes y un largo, muy largo después.

La noche del 11 de noviembre de 2023, después de varias semanas de intensa promoción, se anunciaba muy especial.

A partir de las 19:30 fue Deejay Francho Angás quien ejerció de chambelán de confianza dando la bienvenida al público que iba llenando la sala Oasis desde que se abrieron las puertas. Parapetado tras el tornamesa que presidía el centro del escenario y como un hábil prestidigitador con pork pie en lugar de chistera, no dejó de extraer singulares y sorprendentes versiones de clásicos del rock and roll de su inagotable estuche para vinilos de siete pulgadas hasta que llegó la hora de recibir al samurái.

A las 20:45 las luces de la sala se amortiguaron. Desde el fondo del escenario se cernieron sobre el público haces de luz parpadeantes, como si fueran los faros de un spinner volador rastreando pellejudos en una ciudad de Los Ángeles cuyo futuro ya dejamos atrás en 2019. Mientras, sonaba la ominosa pieza de Vangelis que acompaña los créditos finales de Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Eso solo podía significar que el tema elegido por Cuti Vericad para arrancar tan trascendente concierto iba a ser Balada triste de Roy Batty, cuya letra se articula en torno al célebre y conmovedor monólogo de Rutger Hauer en lo alto del edificio Bradbury.

Desde el primer tema quedó evidenciada la solidez de la banda y la especial sintonía entre Cuti y José Peyrona, pieza clave de la formación y del espectáculo por su versatilidad y presencia escénica. Siguieron sin descanso Je suis la resistance, casi a modo de declaración de principios, y la espléndida La búsqueda, donde los mástiles de ambos danzaron en cómplice coreografía. Acompañada por las palmas del público llegó Exterminador del futuro parte 2, otra de esas deliciosas cartas de amor de Cuti a la cultura e iconografía pop (nota: las referencias que anidan en sus letras y libretos son de lo más sugerente e invitan a ser rastreadas). El T-800 logró demostrar que esta vez su objetivo era protegernos con argumentos tales como un buen solo de guitarra de Alex Comín, la pose más rockera de Cuti con el pie sobre el monitor y el consabido fragmento de The Terminator Theme de Brad Fiedel que intercaló Gonzalo Fernández.

La voz de Cuti se movió entre el susurro inicial y el más absoluto derroche adornado con su característico vibrato en Aunque pida perdón, antes de dirigirse por primera vez al público con un escueto «gracias a todos» y presentar rápidamente a la banda que lo arropaba: Gonzalo Fernández en los teclados, Jesús Martí Pelón al bajo, Alex Comín a la guitarra eléctrica, José Peyrona a las guitarras y voces, y «mi hermano» José Luis Seguer Fletes a la batería. No se olvidó de mencionar a José Manuel Glaria, cuya labor en la mesa de sonido ha recibido merecidos elogios en redes en los días subsiguientes. Y es que no parece tarea fácil conseguir que en una sala como la Oasis se entiendan perfectamente unos textos tan complejos como los de Cuti cuando, además, van envueltos por el músculo de una robusta banda que desprendía brío y vigor incluso en los momentos más sosegados del concierto. Las luces de Bucho Cariñena terminaron de perfeccionar la magia. A continuación, mientras afinaba su guitarra, Cuti bromeó asegurando que «algunos me conocen como Juan Ramón, otros como Cuti, otros como el gilipollas del sombrero. A veces me llaman samurái, otras luchador, pero en realidad soy el Mickey Rourke del Rock and roll». Esta fue la peculiar presentación para El luchador, otra oda a los perdedores con siete vidas que ya no necesitan las dos manos para contar las que les quedan pero que siguen golpeando como Randy The Ram Robinson. ¡Hasta el último vuelo desde la esquina del ring!

A continuación llegó uno de los indiscutibles highlights de la velada: Caminos separados. Los arpegios de Cuti y Alex Comín embellecieron el arranque de uno de esos temas que, si se tiene sangre en las venas, resulta imposible no emocionarse al escucharlo. Su título remite a una de las más melancólicas canciones interpretadas por Elvis Presley, escrita a su medida por uno de sus amigos más cercanos en un momento de inestabilidad emocional en el que ya planeaba la sombra de su divorcio de Priscilla. Basta recordar el fragmento del documental Elvis On Tour de 1972 en el que dicha canción (Separate ways) suena mientras la limusina deja a Elvis en la pista del aeropuerto y el Lisa Marie despega entre la niebla alejándolo un poco más del hogar y la familia. ¿Y cómo no emocionarse, también, viendo que la melancolía que impregna la canción cedía y se disipaba cuando Cuti no pudo evitar ensanchar su sonrisa al comprobar que el público coreaba el estribillo? Insistimos: uno de los momentos que hicieron de la noche algo realmente especial. Justicia y amor.

Caminos separados había dejado las emociones a flor de piel para sumergirnos en uno de los tramos más cautivadores del espectáculo. Y es que cuando Cuti se sienta al piano no nos queda otra que dejarnos llevar a donde él quiera. «Dedicada a esta ciudad» interpretó la autobiográfica y emocionante La máquina de humo, en la que su voz sonó en todo su esplendor mientras la melodía del piano se trenzaba con el trino del hammond de Gonzalo Fernández. Otra sugerente combinación de hammond y guitarra sirvió para introducir De vuelta casa, donde brilló un solo de Alex Comín y la segunda voz de José Peyrona. Después, un atmosférico teclado dio la densidad necesaria a la intensísima Llévame contigo, con la guitarra de Alex Comín siempre presente, con Jesús Martí incapaz de resistirse a abandonar la plataforma que ocupaba con su bajo y una última súplica de Cuti, casi susurrada, «…llévame contigo», antes de fundir a rojo.

¡Vaya póquer de temazos acababan de encadenar Cuti y su banda para nuestro deleite! Cuatro canciones que por sí mismas ya justificarían que su nombre (como canta Jaime Urrutia en La sangre de tu tristeza) se mantuviera en el cartel, en lo más alto del cartel. Pero es que como esas cuatro, nuestro samurái de camisa malva, gafas oscuras y sombrero negro ha escrito unas cuantas más. Toca seguir peleando, mientras õdachi y wakizashi sigan afiladas para componer a ese nivel, así que pasen los años. Al fin y al cabo, envejecer es la única forma posible de no morirse. «Está claro que ya no tenemos veinte años… así que un poquito de dignidad», pidió Cuti antes de interpretar Con dignidad.

A continuación afirmó que «cada uno tiene su razón para estar hoy aquí. La mía es mi hijo Theo y esta es su historia». El sutil latido de la batería de José Luis Seguer Fletes acompañó Las aventuras del astronauta Theo conduciéndonos hasta su emotivo crescendo y ese luminoso mantra («…me llamo Theo y vuelvo a casa») arropado por unos coros a lo Joe Cocker que la hacen la canción más hermosa y tierna dedicada a un hijo. Más que Father and son de Cat Stevens, más que la trágica Tears in heaven de Eric Clapton, o que Beautiful boy de John Lennon o las respectivas Forever young de Bob Dylan y Rod Stewart. Una canción que, pensamos, debería ser interminable, a la que cada año que pasa debería sumarse una estrofa, una canción que no debería dejar de crecer hasta que, además, la expresión «pobre diablo» (¡qué espontáneo aplauso arrancó en el concierto!) se corrija o desaparezca.

Un trepidante ritmo de batería sirvió para animar al público a corear otra canción dedicada a los personajes secundarios, con el foco puesto en esta ocasión en Malcolm Young. El más discreto y preciso de los guitarristas rítmicos que siempre estuvo en un segundo plano del escenario de AC/DC cediendo el protagonismo a su hermano Angus. ¿Qué sería, por ejemplo, de las películas de John Ford, de los grandes musicales de Hollywood, de las novelas de Víctor Hugo o las aventuras de Tintín sin esa memorable galería de secundarios que hacen avanzar, matizan y enriquecen una historia? Cuti se acordó de ellos en Malcolm, los celebró y reivindicó y, a través de la figura y talento de Malcolm Young, también los devolvió al lugar que merecen. A la primera línea.

Con la elocuente y autodescriptiva Nadar entre tiburones, coreada a placer por el público, y una potentísima versión de Solo quiero tu amor llegamos al final del set principal, confirmando la advertencia que había lanzado Cuti de que «este show no va a ser como el de Elvis y en algún momento tendrá que acabarse». Una divertida referencia al inagotable repertorio de más de tres horas que ofreció en agosto de este mismo año en su enésimo Cuti canta a Elvis (cuya crónica, como decíamos más arriba, puedes leer pinchando aquí).

De nuevo el piano de Cuti regresó al centro del escenario para, envuelto en boreales haces verdes de luz, abrir la tanda de bises interpretando a piano y voz esa perla titulada Incondicional con su reveladora referencia a la perseverante e impávida orquesta del Titanic. A continuación Cuti recibió a la banda para ofrecer «un poquito de rock and roll» con el eterno boogie woogie de la divertida y festiva Pequeño Jerry Lee, que fue convenientemente sazonada con profusión de los característicos glissandos de The Killer.

El apoteósico final llegó con No siempre todo sale bien, con Cuti arpegiando sin púa sobre su guitarra y el torbellino de Big Sur, canción que cerró el concierto llevándonos a bordo de un Chevrolet bicolor de 1957 por una carretera que discurre junto al mar, en busca del horizonte, el sol y la penúltima ola que hayan de señalar nuestro prometedor destino junto a Cuti.

Al acabar el concierto fue Sam Tejuelas quien se ocupó de alargar la noche tras el tornamesa inaugurando la post-fiesta, como no podía ser de otro modo, con It’s now or never de Elvis Presley

…mientras, en el hall de la sala, Cuti autografiaba con amor y cariño ejemplares en vinilo y CD de La venganza del samurái y de varios de sus otros proyectos, sonreía para decenas de fotos, cosechaba abrazos y besos, y recababa impresiones. Las expectativas del público quedaron más que satisfechas después de un concierto armado con tanto mimo sobre un repertorio que exclusivamente hizo escalas en los tres discos que conforman La trilogía del samurái, sin concesiones a las anteriores vidas, edades y rostros de Cuti, Quizá por eso vimos sobre el escenario a un Cuti pletórico pero algo menos dicharachero y bromista que de costumbre, que pareció sacrificar la sorpresa y la provocación (pero no la calidad ni la contundencia) en favor de un espectáculo más directo, urgente y, sin menosprecio ni connotaciones negativas en la palabra, algo más convencional. Y la verdad, aunque queramos mucho al Cuti que siempre se nos ha mostrado, no nos parece un enfoque desacertado para dar a conocer su cancionero más reciente al público desprevenido o accidental.

En la sala Oasis estábamos entre amigos y familia; quien más quien menos, todo el público presente conocía o apreciaba personal y profesionalmente a Cuti. Él nos pareció más que consciente de que el público que faltaba esa noche era precisamente el más necesario, el que debería haberlo descubierto gracias en parte a la intensa labor de promoción que ha realizado en las últimas semanas para la ocasión. Quizá fue la competencia de Marea en el pabellón Príncipe Felipe o quizá mucha gente andaba aún lamiéndose las heridas financieras dejadas por la compra de carísimas entradas para otros festivales o conciertos multitudinarios como los de Bruce Springsteen del próximo verano, que pocos días antes había despachado 200000 entradas en cuestión de horas. Las vacas sagradas del rock, y curiosamente también sus bandas tributo, siguen acaparando titulares, trending topics y postureos de instagram, sin importar a qué precio y con dócil sumisión a los ardides y artimañas de las grandes tiqueteras. Mientras, los herederos y discípulos de las grandes leyendas, los que han recogido en su ADN el poso de su valioso legado, languidecen en salas de reducido aforo. Un día faltarán los gigantes y lo lamentaremos, seguramente quejándonos de que no hay relevo para ellos. Quizá hagamos un ejercicio de reflexión y concluyamos que en parte fuimos nosotros quienes no dejamos crecer a quienes estaban llamados a ser sus sucesores. Porque ideas y talento los hay de sobra: y para muestra, un Cuti. Puede que lo que falte sea un público curioso, inquieto y abierto, más allá de los irreductibles que se reúnen en estas salas cada noche y que en cada ciudad y provincia parecen ser siempre los mismos.

Cuti está abriendo un nuevo camino. Cuti tiene un arma bien afilada para desbrozar el terreno. No es un samurái taciturno y solitario, hay mucha gente que sabe todo lo que tiene para dar y quiere seguir acompañándolo en el viaje. Este es el momento, hay sitio de sobra en ese Chevrolet del 57 que busca el mar.

La jugada suena a definitiva y solo queda esperar a que se anuncien fechas para una gira en 2024 que le permita compartir con acostumbrada generosidad todo el talento y pasión que hay bajo el ala de su sombrero. Cuti tiene las canciones, la voz, magia en sus dedos y una gran banda, pero también debemos poner de nuestra parte desde el lado que nos toca a pie de escenario.

Esta vez no hay excusa: amigo, ¡vamos a bebernos el océano Pacífico!

Palabra de samurái.

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