Gestión de incidencias

El relato «Gestión de incidencias» de Jesús Gella Yago, ganador del primer premio (entre 1045 obras participantes) en el concurso de relatos de ciencia-ficción «Historias del futuro» de la web literaria «Zenda Libros» convocado en noviembre de 2022. Puedes leer aquí el fallo del concurso, emitido el 2 de diciembre de 2022 por un jurado compuesto por Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y Palmira Márquez.

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Ceniza somos y ceniceros llenaremos: en homenaje a Javier Marías

«Lo más intolerable es que se convierta en pasado quien uno imaginaba como futuro.» (Mañana en la batalla piensa en mí, 1994)

Como inquisidora y fisgona profesional hubiera preferido conocer al Escritor en el despacho donde tantas veces había sido retratado junto a su máquina de escribir Olympia, casi siempre con un cigarro entre índice y corazón izquierdos y la ceja enarcada sobre una mirada de soslayo que podría antojarse altiva pero que a mí, al menos en dichos retratos, siempre me había parecido incitadora, tal vez una invitación al acercamiento y la conversación aguda, da igual si sobre temas trascendentes o más bien triviales. Pero finalmente se acordó que el encuentro tendría lugar en una coctelería del centro, a unos veinte minutos de paseo desde el apartamento del Escritor, y yo perdí la oportunidad de husmear entre los libros que conformaban el abarrotado corazón de unos inabarcables anaqueles que fueron modelo anónimo en revistas y que custodiaban —o custodian, porque quiero creer que aún lo hacen o al menos lo harán durante algún tiempo más— decenas de figuritas de plomo alineadas con anárquico rigor.

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La venera, Bina y la cincuenta y ocho

Si varios peregrinos coinciden en una posada y apoyan sus bordones de avellano contra la pared, las veneras celebramos cónclave. Las más jóvenes, muy blancas todavía y con la cruz del Apóstol pintada como reclamo en tiendas de recuerdos, suelen admirar la profundidad de las líneas que me recorren desde la charnela a la comisura. Y es que ya tengo una edad, podría decirse que soy una venera venerable. Por eso se asoman desde detrás de las calabazas huecas que adornan los bordones y piden que les cuente historias del Camino.

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El último maestro

El pueblo encogió en el retrovisor hasta parecer el cadáver de un jabalí sobre matorrales de tomillo. De su espinazo de tejas y chimeneas hundidas sobresalía la lanza de un campanario sin campana ni cigüeña. Junto al hocico que dibujaba la tapia desmoronada de un corral, varias personas agitaban los brazos en alto. La mirada del conductor se humedeció cuando desaparecieron para siempre de su vista al trazar una curva. Los ojos se le pusieron como charcos y detuvo el «dos caballos» a un lado del camino para secárselos. Acababa de caer en la cuenta de que todos los que se quedaban detrás del cerro nunca habían dejado de llamarle maestro, aunque ya no fueran los niños que lo recibieron en la estación.

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En un discreto segundo plano

Permitidme que me presente. Aunque, pensándolo mejor, mi papel es tan insignificante en esta historia que mi nombre carece de importancia. Además, poco es lo que de primera mano puedo contar de aquella noche. Casi todo lo he reconstruido a partir de lo que oí después en corrillos donde se confundían exageraciones y hechos ciertos.

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Concilio de sombras. Un cuento de Navidad…

31 de diciembre de 2020...

Cuatro sombras vigilaban al anciano maniatado.

La más voluminosa se apartó para mirar por la ventana. La calle estaba en silencio y las guirnaldas de bombillas se veían duplicadas en la humedad del asfalto. Por la acera opuesta se acercaba una figura solitaria. El ala del sombrero y las solapas alzadas de la gabardina ocultaban su rostro. Cuando llegó a la altura del edificio desde donde era observada, cruzó sin mirar. Esa noche no había tráfico.

Ya llega el reemplazo dijo la sombra sin apartar la vista de la calle.

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Si nos ha tocado así

(«Y ESE ERA EL ÚLTIMO CUARTO. TODO EL MUNDO PREPARADO… ¡AHORA!»)

DONNNNNNG…

Alicia repite que deben empezar sobre la pierna izquierda y cambiar a la derecha, para entrar en el nuevo año con buen pie y atraer la fortuna que ha faltado el último. A sus suegros, que se han quedado en el pueblo, también se lo ha explicado por teléfono. Y sabe que su madre, de quien lo aprendió, también lo hará aunque cene sola. Lydia y Marcos ya se han comido varias uvas a escondidas. Alicia nota la mano de Gerardo en la cintura. Si lo hacemos todos bien, piensa al tomar la primera uva, quizá podamos reabrir pronto el restaurante.

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Que tu madre y mi padre

Relato ganador del primer premio entre más de 800 obras participantes en el concurso «Historias de Viajes» de la web literaria «Zenda Libros» convocado en agosto de 2020, y fallado el 14 de agosto de 2020 por un jurado compuesto por Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y Palmira Márquez.

Quién nos iba a decir que tu madre y mi padre.

Que después de años rumiando su viudedad iban a encontrarse en un curso de repostería. Mi padre, que no distinguía un cazo de una sartén, y tu madre, convencida de que no tenía nada que aprender. Que superada la rivalidad por el bizcocho más esponjoso se apuntarían juntos a una academia de bailes de salón. Tu madre, la de qué poco se lanzan estos hombres en los caribeños, ni que nos fuéramos a romper. Y mi padre, el de que donde esté un pasodoble arrimado que se quiten merengues y lambadas. Que durante el confinamiento iban a echar tanto de menos el compás y los pisotones, y que a ti y a mí casi nos costaría la razón enseñarles a hacer una videollamada. A mi padre, que cada dos por tres aseguraba que antes de existir los móviles sabía de memoria los teléfonos de la familia. A tu madre, que temía la factura sin asimilar el concepto de tarifa plana. Que luego terminarían hablando horas y horas mientras veían la misma película o preparaban cena para uno como si fuera para dos. Tu madre, que al principio solo quería que le pusieras a sus nietos. Mi padre, que tardó lo indecible en comprender que a contraluz se ve una silueta negra.

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El hastagh y el mar

El lamento y la muerte llegaron antes que la pleamar.

La maniobra del remolcador para volver al puerto confirmó el fracaso a la multitud que observaba desde el paseo. El cuerpo inerte se hundía en la arena y los improvisados rescatistas ya habían dejado de rociar con cubos de agua el lomo lustroso de la ballena. La mezcla de rabia y desolación los dispersó. Algunos buscaron consuelo y respuestas en el horizonte. Otros se tendieron sobre las huellas que había dejado una excavadora y cerraron los ojos renegando del cielo.

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