Cincuenta años y un día…

(Un relato de anaquelesabarrotados.com / @AnaquelesStitch, inspirado por el videoclip oficial de la canción Que restera-t-il? del álbum «Le coeur d’un homme» de Johnny Hallyday, Warner 2007)

La estancia no tiene ventanas. ¿Para qué, si como en otros subterráneos que ha conocido no hay nada a lo que asomarse? Solo cuatro paredes de ladrillo grosero que garantizan su confinamiento. Un cristal translúcido reforzado por una malla de seguridad permite intuir la presencia, como manchas húmedas de un test de Rorschach, de los guardias que vigilan desde fuera la puerta metálica. Allí está completamente aislado, aunque si se concentra puede distinguir los golpes de un cubo con agua y una fregona, y también el eco de suelas que van y vienen por el corredor. Un trajín urgente amortiguado por la fúnebre sensación del tiempo que se agota. El tenue chasquido del segundero de un reloj en la pared opuesta no deja de advertírselo.

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Johnny Hallyday. 75 anniversaire

El 6 de junio de 1944 el ejército estadounidense tomaba la playa de Omaha, en un ataque coordinado con tropas inglesas y canadienses que recuperó la costa de Normandía desbaratando el Muro Atlántico de Rommel. Aquella operación propició el avance aliado hacia el este de Francia y la apertura de un segundo frente que descompuso la estrategia del Tercer Reich. Empezaba la liberación de Francia y el final del nazismo en Europa.

Poco menos de un año antes nacía en el distrito 9 de la todavía ocupada ciudad de París un niño que también tendría sueños de libertad inspirados por, precisamente, los mitos y la iconografía norteamericanos. Fue bautizado como Jean-Philippe Léo Smet, pero sería otro nombre el que lo convertiría en los sesenta en pieza fundamental de otra liberación (más simbólica) que derribó muros morales y sociales: lo hizo primero bajo el título de príncipe del tumulto y, pronto, con el meteóricamente adquirido estatus de ídolo de la juventud francesa.

Todavía era un niño cuando Jean-Philippe Leó Smet acompañó a su tía a Marnes-la-Coquette (en los Altos del Sena) para atender la invitación a compartir un desayuno con Maurice Chevalier. Después de una selección de patés cubiertos con gruyère, el maître propuso la salida de los quesos, a lo que Chevalier protestó: «Eso no puede ser, ya teníamos queso con los patés». Luego se dirigió al pequeño Jean-Philippe y le dijo unas palabras que quedarían grabadas para siempre en su memoria: «Debes preocuparte de la entrada y salida del escenario, en medio solo es cuestión de cantar». Nunca olvidó el consejo y siempre lo puso en práctica a la hora de diseñar sus espectáculos para no repetirse, no defraudar y no dejar jamás de sorprender.

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MIL Festival: Loquillo, los chicos están bien

En 1979 The Who protagonizaron una película documental concebida y dirigida por un fan de la banda, que durante varios años llevó a cabo una exhaustiva recolección de archivos audiovisuales (casi) olvidados. El montaje final presentaba a una banda pletórica de energía para la que la imagen y la actitud eran un elemento de expresión casi tan importante como su propia música. Gracias a la mágica frescura de algunas tomas, The Who se mostraron como un grupo de jóvenes inadaptados y exhibicionistas dispuestos a, además de poner en apuros a los conductores de los programas, disfrutar de cada momento.

La fotografía que ilustró la portada del LP con la banda sonora de la película y el póster promocional es ya icónica: los cuatro miembros de The Who aparecen durmiendo en el suelo y recostados contra un bajorrelieve (después de lo que puede imaginarse una larga noche de fiesta). Apoyan la cabeza en el hombro de un compañero con tierna camaradería e inconsciente confianza de unos en los otros. Aunque están envueltos en una Union Jack, el escenario de la imagen no es un rincón londinense que les resulte familiar, sino el monumento a Carl Schurz en Morningside Heights. New York, otro territorio conquistado.  Una canción del LP The Who sings My Generation (de 1965) dio título a la película y perfeccionó el significado de esa imagen de portada: The kids are alright.

La noche del sábado 9 de junio en el Mil Festival (Teruel), también fue una noche de fiesta. Loquillo y su banda fueron exhibicionistas y derrocharon actitud. Salieron a disfrutar haciendo alarde de talento y profesionalidad, pero también de fraternidad y gozo compartido, arropados por una bandera propia que desde hace décadas luce un Pájaro Loco sobre dos tibias cruzadas. La misma bajo la que viajan sus seguidores y que plantan en cada territorio que se rinde a su espectáculo. Pero sobre todo, en este tercer concierto después de casi medio año de merecido descanso tras finalizar su larga y exitosa gira Salud y Rock and Roll, demostraron lo más importante: que los chicos están bien. Muy bien.

Mejor que nunca.

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Navarra Sur Festival: Loquillo y la épica del rock bajo la lluvia

Viernes 1 de junio de 2018. La primera jornada del «Navarra Sur Festival» en Tudela contó con un recurso escenográfico que, aun no siendo inesperado, tampoco fue precisamente bienvenido: una tormenta con importante aparato eléctrico. La meteorología respetó a los dos primeros grupos de la noche (Los Moths y Rufus T. Firefly), pero durante la actuación de Loquillo y su banda una lluvia recia y obstinada obligó a la mayoría del público a protegerse con chubasquero y paraguas. Y decimos «la mayoría» porque algunos fans de primera fila decidieron cerrarlos y disfrutar el show con las manos libres y sin obstáculos que dificultaran la visión, los bailes o los saltos de celebración, entendiendo y viviendo el aguacero, los truenos y los relámpagos como parte del espectáculo.

Las noches de rock y tormenta se recuerdan de forma especial. Hay ejemplos que han pasado a la historia por ese mal recibido visitante que es la lluvia pero que, si quien ocupa el escenario se maneja con sabiduría y hace cómplice al público, termina sorprendentemente calentando aún más los corazones: aquellos días de «paz y amor» en Woodstock en el ’69, el ya mítico show de The Rolling Stones en julio de 1982 en el Vicente Calderón (sí, ese en el que todo el mundo asegura haber estado), los enormes espectáculos de Johnny Hallyday en el Stade de France en septiembre de 1998, el intermedio a cargo de Prince en la final de la SuperBowl en Miami en 2007 o, imborrable recuerdo personal, aquel diluvio sobre Donosti durante la actuación (de principio a fin) de Bruce Springsteen y The E Street Band en Anoeta en junio de 2012.

Quizá en las condiciones que se dieron anoche en Tudela lo «fácil» (hay quien piensa que debe resultar sencillo pero puede que no exista una decisión más odiada para un artista comprometido que suspender una actuación) hubiera sido desconectar sin ni siquiera subir al escenario. Pero Loquillo demostró anoche tener la categoría, la banda y el repertorio necesarios para remontar una situación adversa y no solo sacar adelante el concierto, sino también de dejar al público con ganas de más.

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Nat Simons – Lights Tour. Botas hechas para caminar.

Igual que la red de arrugas que la experiencia va imprimiendo en un rostro, los pliegues del empeine de unas botas son el mapa de un territorio vital. No conviene disimularlas porque definen personalidades únicas. Y las botas que Nat Simons luce sobre el escenario son evidencia de un largo recorrido. Los roces en el filo de las suelas hablan de un camino, de un viaje de búsqueda que llevó a su propietaria hasta los bosques de Carolina del Norte para trabajar mano a mano con Gary Louris (de The Jayhawks, ese gran grupo que quizá llegó un par de décadas tarde) para facturar su último disco, Lights.

Lights llega después de Home on high (2013), Trouble man (EP de 2015) y de su colaboración en el western Stop over in hell (Víctor Matellano, 2017), que le valió una nominación al Goya a mejor canción original por Sometimes. No es poco camino para esta madrileña nacida en el 85 que, con su nuevo disco, ha consolidado su estatus de notable representante del sonido americana de nuestro país.

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De pepinos, titulares y redes

(Pretendemos hablar de esto sin entrar en política, hacer interpretaciones sobre el espíritu y aplicación de determinadas leyes, analizar el alcance de conceptos como la libertad de expresión, ni cuestionar la trayectoria o los discursos musicales y artísticos de los implicados. No será fácil, pero lo intentaremos.) 

El pasado domingo 22 de abril muchos leímos con estupor un titular que incluía entrecomillada una declaración de José María Sanz, Loquillo, sobre las circunstancias del rapero Valtonyc. Era un titular contundente, sin duda. Tenía pegada. Los titulares relacionados con Loquillo suelen tenerla. No por nada se dice de él que es una máquina de generar titulares. Será porque llega a las entrevistas con los deberes hechos para ponérselo fácil al periodista que vaya a tener delante. Es una forma de controlar y asegurarse de que lo que el medio pone en su boca coincide con el mensaje que el propio Loquillo quiere que trascienda. Un tipo listo, la experiencia es un grado. Además, probablemente, el periodista se sentirá satisfecho porque pensará que el hallazgo del titular es mérito suyo.

Pero esta vez Loquillo parecía no haber medido con la suficiente cautela el alcance de sus palabras. El titular resultaba tan sonoro como un bofetón, e igual de doloroso. ¿Se había descuidado Loquillo sobrepasando los límites de la provocación que siempre ha caracterizado a su personaje? ¿La incorrección política a la que cantaba en uno de sus últimos discos, Luis Alberto de Cuenca mediante, se le había ido de las manos? ¿Realmente el titular reflejaba su forma de pensar en ese tema?

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Gabinete Caligari y el equipaje del desgraciao

«Si te sientes un pobre desgraciao / si te duele la vida o te han dejao tirao / la sangre de tu tristeza será el perrito fiel / que mantendrá con firmeza tu nombre en el cartel…» La sangre de tu tristeza (J. Urrutia, F. Presas, E. R. Clavo, E. Hirschfeld), del álbum Camino Soria (EMI, 1987)

«Adiós, mi amor, bye bye bye / No dejo huellas ni ilusiones, ni una sola amistad / Me voy sabiendo que nadie me va a añorar…» Nadie me va a añorar (J. Urrutia, F. Presas, E. R. Clavo), del álbum Subid la música (Get, 1998)

 

Jaime Urrutia (voz y guitarra), Edi Clavo (batería) y Ferni Presas (bajo) formaron una banda de nombre recordado, reconocido  y respetado; pero con un legado musical cuya profundidad quizá haya quedado algo incomprendida (desapercibida incluso), víctima de las mismas etiquetas y clichés (en parte propiciados por ellos mismos) que les dieron fama. La referencia a la cumbre del cine expresionista alemán Das Cabinet des Dr. Caligari (Robert Wiene, 1920) y la riqueza de sus influencias que abarcaban desde Gene Vincent a Joy Division, anticipaban que Gabinete Caligari no iban a optar por el camino fácil. Conocieron el triunfo y la fama pero también las consecuencias del mainstream devorador. La displicencia con la que los medios acogieron sus últimos trabajos finiquitaron la trayectoria del grupo en 1998.

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Johnny Cash. Dolor y redencion

Well, you wonder why I always dress in black / why you never see bright colors on my back… (Johnny Cash en The man in black, 1971)

I hurt myself today / To see if I still feel / I focus on the pain / The only thing that’s real… (Johnny Cash en Hurt, 2002)

Won’t you help to sing / These songs of freedom? / ‘Cause all I ever have / Redemption songs… (Johnny Cash con Joe Strummer en Redemption song, 2002)

Johnny Cash cantaba sin artificios.

Su voz era tan grave y severa como su vestuario habitualmente negro. Pero sin alterar su reciedumbre ni parecer impostada en su intención, también podía sonar pícara, preceptora o solemne. Capaz incluso de embaucar (por ejemplo con A boy named Sue), agitar (con I got stripes o Cocaine Blues) o emocionar (con Green green grass of home o Greystone Chapel) a los presos de las penitenciarías estatales en las que actuó en varias ocasiones.

Johnny Cash, desde sus inicios en los estudios Sun de Sam Phillips en Memphis, cantaba con la calma natural de un árbol que tiende sus raíces en tierra dura y cubierta de polvo. Sin pensarlo, simplemente haciéndolo. Por necesidad e instinto. Cash construía sus canciones a fuerza de vida (y no de una vida fácil precisamente), y las compartía con prístina sinceridad.

Sin embargo, aún podía alcanzar un grado más de pureza. Entrado ya en sus sesenta, la corteza del árbol empezó a desprenderse en las sesiones producidas por Rick Rubin para American Recordings. Hasta que en 2002, visiblemente castigado por la enfermedad, Johnny Cash nos mostró el alma en toda su desnudez.

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Tom Doniphon, o el Cyrano de Shinbone

(John) Ford había escogido a Jimmy (Stewart) para el papel de héroe. Tenía a Andy Devine para el humor inteligente. Y a Lee Marvin como el llamativo villano y, mierda, yo sólo me paseaba por la película”.   (John Wayne sobre Tom Doniphon en El hombre que mató a Liberty Valance, de acuerdo con Tras la pista de John Ford de Joseph McBride).

 

En 1962 Johny Wayne ya había dejado muy atrás su verdadero nombre (Marion Robert Morrison). Era una estrella indiscutible de Hollywood, actor de prestigio internacional e icono viviente. Había participado en más de cincuenta películas, protagonizado varias decenas de ellas y, por sus papeles en Arenas sangrientas (Sands of Iwo Jima de Allan Dwan, 1949) y El Álamo (The Alamo, dirigida por él mismo en 1960), aspiró al Óscar a Mejor Actor.

Sin embargo no tuvo reparos en aparcar otros proyectos para ponerse de nuevo a las órdenes de John Ford en un desafío a las concepciones cinematográficas modernas que exploraban nuevos caminos en cuanto a interpretación, técnica y vías narrativas: un western clásico rodado en sobrio blanco y negro, con un reparto de veteranos que ya implicaba entonces cierta nostalgia y cuyo argumento se desarrollaba principalmente en interiores iluminados de forma teatral.

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