La venera, Bina y la cincuenta y ocho

Un relato de Jesús Gella Yago

Si varios peregrinos coinciden en una posada y apoyan sus bordones de avellano contra la pared, las veneras celebramos cónclave. Las más jóvenes, muy blancas todavía y con la cruz del Apóstol pintada como reclamo en tiendas de recuerdos, suelen admirar la profundidad de las líneas que me recorren desde la charnela a la comisura. Y es que ya tengo una edad, podría decirse que soy una venera venerable. Por eso se asoman desde detrás de las calabazas huecas que adornan los bordones y piden que les cuente historias del Camino.

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