Hacerse viejito es una faena.
Es lo que piensa desde que las articulaciones se le han endurecido. Se nota especialmente en noches como la de hoy, tan fría y húmeda. De un tiempo a esta parte sus andares se han vuelto algo rígidos y los sentidos tampoco van muy finos. Aunque le duele todo el cuerpo al hacerlo, se acuesta de lado y levanta la cabeza. Hay nubes, muchas nubes. Solo faltaba que también se pusiera a llover. Aguarda paciente a que se abra un hueco que le permita ver alguna estrella. Una bien grande y con estela de purpurina, como la que fijaban los niños al cielo de celofán del belén. Siempre le gustó aquel escenario de corcho y musgo habitado por figuritas de todos los tamaños. La última Navidad le habían prohibido acercarse demasiado porque ya andaba algo torpe y podía volcar algún camello. Está seguro de que este año también lo montarán en la entrada, junto al retrato de la abuela, para recibir a los invitados.
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