En un discreto segundo plano

Permitidme que me presente. Aunque, pensándolo mejor, mi papel es tan insignificante en esta historia que mi nombre carece de importancia. Además, poco es lo que de primera mano puedo contar de aquella noche. Casi todo lo he reconstruido a partir de lo que oí después en corrillos donde se confundían exageraciones y hechos ciertos.

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El viejito y las luces

Hacerse viejito es una faena.

Es lo que piensa desde que las articulaciones se le han endurecido. Se nota especialmente en noches como la de hoy, tan fría y húmeda. De un tiempo a esta parte sus andares se han vuelto algo rígidos y los sentidos tampoco van muy finos. Aunque le duele todo el cuerpo al hacerlo, se acuesta de lado y levanta la cabeza. Hay nubes, muchas nubes. Solo faltaba que también se pusiera a llover. Aguarda paciente a que se abra un hueco que le permita ver alguna estrella. Una bien grande y con estela de purpurina, como la que fijaban los niños al cielo de celofán del belén. Siempre le gustó aquel escenario de corcho y musgo habitado por figuritas de todos los tamaños. La última Navidad le habían prohibido acercarse demasiado porque ya andaba algo torpe y podía volcar algún camello. Está seguro de que este año también lo montarán en la entrada, junto al retrato de la abuela, para recibir a los invitados.

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Os traigo una buena nueva

Don Marcelo tiene la mirada fija en la fiambrera llena de croquetas frías. Con suspiros de resignación recuerda el asado de la Nochebuena anterior y se relame describiendo la perfección del dorado de las patatas. Doña Carmen le da un codazo y le acerca el recipiente.

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