Chet Tour. La breve (y alada) noche de Mario Cobo

Mario Cobo, Chet Tour. Sala El Corazón Verde de Zaragoza, 25 de noviembre de 2023. 21:00h.

(Texto y fotos de Jesús Gella Yago)

El pasado sábado 25 de noviembre tuvimos una cita con la belleza en su estado más puro.

Mario Cobo, conocido y reconocido guitarrista, productor y compositor asociado a la escena rockabilly y dueño de una inquieta y consistente trayectoria, llegaba a Zaragoza para presentar su último proyecto: Chet, grabado en directo en Almería con Pike Cavalero a los mandos, celebra la memoria y legado de Chet Baker poniendo el foco en su LP Chet sings de 1954. La sala El Corazón Verde, junto al embarcadero del Canal Imperial, parecía la elección idónea para propiciar la calidez e intimidad que deben favorecer la comunión entre artista, música y público en un recital de estas características. Pocas veces hemos escuchado un silencio (porque el silencio también se escucha) tan rotundo, respetuoso y atento como el que acogió a Mario Cobo al subir al escenario de El Corazón Verde, adornado con dos lámparas (que oportunamente usaban bugles como pie) dispuestas sobre un estuche abierto de guitarra y sobre el Retobator que siempre viaja con él.

Mientras se concentraba en el clavijero de su Tele Bull Skull turquesa, Mario relajó la solemnidad del ambiente afirmando que aquella primera pieza se titulaba «afinación en Re menor». Enseguida nos franqueó el paso a Chet’s room, tema de composición propia que abre el disco Chet y que, según explicó, armó a modo de introducción con el propósito de utilizarla para templar nervios y guitarra, probar efectos y «prevenir al público sobre lo que se le venía encima». El público, sin embargo, acudía ya más que avisado y predispuesto a sumergirse sin titubeos en las sutiles, hipnóticas e inaprehensibles sinuosidades del jazz instrumental. A través de los ventanales de la sala se veían cruzar los faros de los vehículos al otro lado del canal. Anónimos viajeros nocturnos cuya luminosa y fugaz guía perfeccionaba el cosmopolita espíritu de un exquisito recital de jazz guitar.

Chet sings fue el disco en el que Chet Baker se estrenó como vocalista. Aunque sirviera para reafirmar su popularidad, su forma de cantar no agradó a todo el mundo. Hubo quien lo criticó por su andrógina ambigüedad o por su acento redneck de okie. Lo que si está claro, entonces y ahora, es que fue rompedor: la voz de aquel atractivo trompetista con cara de ángel y tupé encerado era casi un arrullo, sin alardes ni vibrato, lánguida y conmovedora, a veces un susurro lastimero, una voz que parecía a punto de quebrarse pero tan instintiva, audaz y adelantada a su tiempo y género musical como lo fue el soplido en la boquilla de su trompeta. El trabajo de Mario Cobo para adaptar los temas de Chet sings al sonido de una única guitarra (sin sección rítmica, ni piano, ni voz, ni trompeta) se adivina complejo y laborioso. El resultado es brillante y su interpretación en directo, construida sobre una sugerente arquitectura de loops, es un viaje de descubrimiento.

Evocando la imagen de Frank Sinatra sentado al piano y vestido de marinero en Levando anclas (George Sidney, 1954), Mario Cobo recitó las primeras líneas de la canción antes de lanzarse a por I fall in love too easily… «Me enamoro demasiado fácilmente / Me enamoro demasiado rápido / Me enamoro con demasiada firmeza / Para que el amor dure siempre». La cristalina confesión que emanaba de las cuerdas de la guitarra fue acompañada por un inesperado coro, ya que las notas más graves hacían vibrar los estores de los amplios ventanales de la sala.

Durante todo el concierto Mario Cobo ensayó su lado storyteller introduciendo cada pieza con pasión, detalle y buen humor. «Aprovecho para contar estas cosas cuando estoy entre amigos, es lo que tiene viajar solo», bromeó. Así, compartió con el público la azarosa búsqueda de la autora de un poema publicado en la revista Life que inspiró a Hoagy Carmichael para componer I get along without you very well sobre la Fantasia Improptu nº 66 de Chopin. La canción apareció en la película The Las Vegas Story (Robert Stevenson, 1952), con la voz de Jane Russell y el propio Carmichael al piano, pero lo trágico de la historia es que la autora, Jane Brown Thompson, al parecer falleció pocos días antes de estrenarse una canción que podía haberle supuesto una alegría financiera.

Para el siguiente tema Mario cambió la Tele por una guitarra barítono y, para ayudarnos a identificar su particular sonido, recurrió a nuestro imaginario audiovisual improvisando un fragmento de Rebel Rouser de Duane Eddy y las enigmáticas notas que Angelo Badalamenti grabó para siempre en nuestra memoria con el tema de apertura de la serie televisiva Twin Peaks. Con Time after time volvimos a evocar a Frank Sinatra sentado al piano, esta vez en la película Sucedió en Brooklyn (Richard Whorf, 1947). El eco de la palma golpeando el cuerpo de la guitarra, al final del tema, volvió a hacernos advertir el religioso silencio que dominaba la sala. En algunos momentos podía oírse el crujido de la madera de las sillas, el motor de los frigoríficos de la barra, incluso el tintineo de dos copas al rozarse. Pura magia.

Contó Mario Cobo que, cuando anunció en redes la publicación de un disco titulado Chet, generó cierta confusión porque quienes están familiarizados con su trayectoria pensaron automáticamente en Chet Atkins, legendario guitarrista siempre asociado a la marca Gretsch y célebre productor del RCA Studio A de Nashville. Recordando con cierta sorna su álbum Neck and neck compartido con Mark Knopfler, nos regaló para ponernos en situación una saltarina versión al estilo Atkins de Mister Sandman, canción de Pat Ballard que The Chordettes llevaron a lo más alto. Inspirado por ese enredo de Chets generado en las redes, Mario Cobo decidió arreglar a la manera de Chet Atkins un tema de Chet Baker incluido en el LP Chet sings and plays que en 1955 rentabilizó el tirón de su predecesor Chet sings. La pieza se publicó como single digital pero no aparece en el disco de Mario Cobo, por lo que Just friends fue un inesperado y suculento extra.

Llegó entonces el momento de la mítica (y también cinematográfica) My funny Valentine, una de las canciones más versionadas de la historia. que Chet Baker grabó con el Gerry Mulligan Quartet, Dejando aparte la turbulenta relación de Baker y Mulligan (un complejo contrapunto como el juego que hacían su trompeta y su saxofón), My funny Valentine fue uno de los momentos álgidos de la noche en El Corazón Verde, como una escala casi obligada en cualquier recital de jazz. En las primeras filas de sillas y mesas podíamos escuchar a Mario cantar parte de la letra, dejándose llevar por el diáfano torrente de notas.

Cuando en 1948 el visionario Lester William Polsfuss revolucionó el mundo de la producción musical introduciendo overdubs en Lover, desde Capitol Records se refirieron al pasmoso resultado como «The New Sound». En una época en la que todavía no existían grabadoras de cinta magnetofónica, Les Paul grabó y regrabó las pistas sobre diferentes acetatos hasta completar la pieza. Mario Cobo bromeó afirmando que la tecnología looper que tenía a sus pies, evolución de aquellos acetatos triplicados de Les Paul, eran «la mejor banda de mi vida, porque no hay ni una sola discusión y nada que votar». De nuevo dejándose llevar por la música, pudimos oírle tararear mientras nos deleitaba con el fingerpicking de Look for the silver lining.

A la manera de Barney Kessel y con un poco de twang llegó There will never be another you, antes de sumergirnos en la pieza que, según explicó Mario, quizá fuera la más laboriosa a la hora de adaptar al sonido de su guitarra. Con la versión de Judy Garland en la película Girl Crazy (Busby Berkeley/Norman Taurog, 1943) en mente y trabajando sobre la partitura original de George Gershwin, calculó que fueron cuatro las semanas dedicadas a dar forma a su personal interpretación de But nor for me.

Antes de poner el broche al recital Mario Cobo no olvidó agradecer a El Corazón Verde por ser de los primeros en interesarse por su proyecto Chet Tour, tan sugerente como arriesgado en tiempos de adocenamiento y estabulación. Comentó que precisamente, mientras atravesaba los Monegros a las dos de la tarde, había escuchado la pieza que inspiraba el tema que íba a interpretar a modo de cierre. A partir de The thrill is gone, de la primera sesión del LP Chet sings, Mario ha alumbrado un nuevo tema titulado The thrill «was» gone, construido sobre un obstinado latido de loops cuya reverberante melancolía nos mece y transporta hasta desvanecerse como el hielo en un vaso de bourbon.

Jugando con los títulos de las memorias perdidas del propio Chet baker y la de una de sus más célebres biografías escrita por James Gavin, podríamos describir el show de presentación de Chet en Zaragoza como «la breve (y alada) noche de Mario Cobo». Breve porque se cimentó con la delicadeza de una catedral de sal y espuma, porque transcurrió con la levedad de un suspiro, porque el último eco se desvaneció con la ingravidez de un beso apenas esbozado, de una espiral de humo, de la niebla otoñal sobre el Prinsengratz. Alada porque la corriente del Canal Imperial a su paso por el embarcadero de El Corazón Verde nos devolvió la perenne fugacidad de la memoria de Chet Baker. La misma que, aquella noche de primavera de 1988 en la que el alma atormentada del príncipe del cool jazz quedó prendida de un eterno solo de trompeta, planeó como si tuviera alas sobre el embarcadero de Damrak y el anillo de canales que circunda el hotel Prins Hendrik de Amsterdam.

Una noche breve y perdurable, una noche alada, una noche de jazz y terciopelo.

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