Jesús Gella Yago, ganador del concurso de relatos «Historias del Futuro» (Zenda Libros)

El relato «Gestión de incidencias» del autor zaragozano Jesús Gella Yago, ha resultado ganador del primer premio (entre 1045 obras participantes) en el concurso de relatos de ciencia-ficción «Historias del futuro» de la web literaria «Zenda Libros» convocado en noviembre de 2022. Puedes leer aquí el fallo del concurso, emitido el 2 de diciembre de 2022 por un jurado compuesto por Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y Palmira Márquez.

«Gestión de incidencias» (un relato de Jesús Gella Yago)

La arqueóloga tomaba el deslizador colectivo en la parada del Museo de Tecnofósiles. Una tarde olvidó su identificación en la solapa y desde entonces el conductor empezó a saludarla por su nombre. Al llegar a su destino giraba la cabeza ciento ochenta grados sobre los hombros y se despedía de ella sacudiendo la mano. Aquellos gestos incomodaban a la arqueóloga. Además, durante el trayecto solía sentirse observada a través del retrovisor. El día del accidente declaró a los reguladores de aerotráfico que lo último que recordaba antes de volcar eran los ojos del conductor fijos en el espejo, buscándola. Luego solo hubo gritos y confusión, sirenas y el conductor tendido en el techo del deslizador, chisporroteando en medio de un charco oscuro. La arqueóloga no esperaba volver a verlo. Por eso se asombró tanto cuando, apenas una semana después, las puertas del deslizador se abrieron y lo encontró a los mandos. Pero el conductor no la llamó por su nombre ni le dirigió ninguna mirada. Ni siquiera al apearse…

El grandullón de la División de Líderes Futuros cargaba el peso sobre un enclenque del Bloque de Subordinados y Operaciones. El pequeño manoteaba sin conseguir aflojar el antebrazo que oprimía su cuello. Alrededor de los desiguales contendientes se había formado un círculo que contemplaba la lucha. La Orientadora de Conducta Armoniosa se abrió paso y el abusón levantó la vista. No podía creer que fuera ella. La última vez que atormentó al canijo la Orientadora le había retorcido el brazo para apartarlo de su víctima y lo había zarandeado delante de todos. Los padres del grandullón, brillantes exalumnos de la División de Líderes Futuros, apelaron al claustro. La Orientadora fue retirada una semana y ahora había vuelto a su puesto. El chico pequeño dejó de forcejear y esperó a que se encargara de separarlos de nuevo. Pero la Orientadora de Conducta Armoniosa se limitó a recitar las mismas pautas de convivencia que repetían en bucle los drones consejeros. El grandullón sonrió antes de hundir el puño en el estómago de su presa, una y otra vez…

La familia de gatos azules se había instalado junto al nuevo procesador de residuos de la comunidad. El presidente tomó la iniciativa e intentó ahuyentarlos con una escoba sónica. Al ser rechazado con uñas y colmillos ordenó a la conserje que se deshiciera de los gatos azules, pero ella ignoró la orden y un vecino la sorprendió dejándoles comida. La rebelión se trató en junta extraordinaria y urgente. Todos los vecinos estuvieron de acuerdo en que aquella conducta era intolerable, pero ninguno salió a mirar cuando vinieron a retirarla. Los felinos cazaron por su cuenta durante la semana que estuvo ausente. Cuando regresó salieron a su encuentro para frotarse contra los dobladillos del pantalón de trabajo. Ronroneaban plácidamente porque sabían que ya no necesitarían cazar más. La conserje los tomó en brazos y los vecinos oyeron sus maullidos frenéticos al caer por la tolva del procesador de residuos…

Los hijos de la anciana residente se llevaron las manos a la cabeza. En la última visita que habían hecho al Hogar para la Cuarta Edad, su madre había mencionado que un auxiliar se entretenía en su habitación después de acostarla. Les contó que se sentaba en el borde de la cama para acariciar el dorso de su mano y que entonaba una canción de infancia hasta que se dormía. Al principio les pareció un desatino de la anciana, pero pronto concluyeron que el auxiliar se excedía en sus funciones y que aquella familiaridad resultaba inapropiada. Perturbadora, llegaron a definirla cuando se reunieron con la directora de la institución para exigir su retirada. La anciana no recibió con agrado al sustituto: no se sentaba a su lado ni tomaba su mano y, desde luego, tampoco sabía ninguna canción. Se limitaba a arreglar milimétricamente el embozo de la sábana y programar el dispensador de agua sintética antes de salir de la habitación. Cuando el primer auxiliar volvió, actuaba con la misma indiferencia que el sustituto: embozo, agua, puerta. Desde entonces la anciana se quedaba dormida sola y cada noche un poco más triste…

—Aquí tienes otro —dijo ásperamente la responsable de retiradas.

Depositó sobre el mostrador un envoltorio trémulo y el almacenero tecleó en silencio el número de incidencia. Luego tomó el paquete con cuidado y se giró para ocultar una lágrima que podía costarle una derivación a la sala de desguace. A su espalda, la responsable de retiradas se alejaba murmurando:

—Todos igual. ¿Por qué se los instalaron si lo que pretendían era evitar flaquezas humanas?

El almacenero caminó entre el dédalo de estanterías en busca de un hueco para el nuevo desecho. Por todas partes, ordenados en gavetas o amontonados en cajas, miles de corazones luminosos como el que habían alojado en su pecho parpadeaban desacompasados hasta que dejaran de latir.

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