Loquillo, el último héroe fordiano

Concierto de fin de gira El Rey 2022 de Loquillo, Kursaal de San Sebastián. 2 de diciembre de 2022, 21:00h.

(Texto y fotos de Jesús Gella Yago)

«¿Usted ha visto caminar a Henry Fonda? Pues eso es el cine…» Así de elocuente e incontestable fue la definición que John Ford hizo de la profesión y arte a los que dedicó cinco décadas de su vida. Y así de incontestable y elocuente podría resultar la definición de rock and roll para cualquiera que asistiera al último concierto de la gira El Rey de Loquillo, ya camino también de las cinco décadas de oficio a sus espaldas, en Donosti: «¿Usted ha visto entrar a Loquillo en un escenario? Pues eso es el rock and roll…»

Y es que cuando el Loco apareció bajo los focos del Kursaal con los primeros acordes de una canción de título tan fordiano como Los buscadores, lo hizo con la pasión que el género merece y exige; con el arrojo templado del púgil que sabe que un mal gancho puede tumbarlo en el próximo asalto, arriesgando la vida en cada show como él mismo ha dicho en alguna entrevista. Como una fiera liberada de la asfixiante jaula que es el mundo fuera de los límites de un escenario.

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Y Loquillo mató el silencio…

(Texto y fotos de Jesús Gella Yago)

Una primavera desvanecida ha sido suficiente para cambiar nuestra forma de entender, apreciar y vivir muchas cosas. El recuerdo (que el sol casi parece haber vuelto lejano) de un mundo detenido, sombrío y silenciado, hace que la emoción se dispare al recuperar ciertas sensaciones y experiencias. Y habiendo sido testigos del incesante goteo de aplazamientos y cancelaciones de espectáculos y festivales de toda índole, al ver saltar por los aires nuestros proyectos y costumbres (a un nivel que John Lennon no podía ni imaginar cuando dijo aquello de que «la vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes»), la noticia de que el WiZink Center de Madrid iba a reabrir sus puertas a ritmo de rock fue la mejor de las noticias.

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Desenterrando Sad Hill: los puentes de Tuco

 El mundo se divide en dos categorías, Tuco: los que tienen el revólver cargado y los que cavan. Tú cavas.”  (Clint Eastwood como El Rubio en El bueno, el feo y el malo. Sergio Leone, 1966)

«Todos los hombres sueñan, pero no todos lo hacen del mismo modo. Aquellos que sueñan de noche en las polvorientas recámaras de sus mentes se despiertan de día para darse cuenta de que todo era vanidad, pero los soñadores despiertos son peligrosos, ya que ejecutan sus sueños con los ojos abiertos, para hacerlos posibles.» (Thomas Edward Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia)

Recuperar el cementerio de Sad Hill tenía visos de utopía. Una utopía de cine, a la medida de aquel enorme semicírculo de 5000 tumbas ficticias que el Ejército Español plantó en el Valle de Mirandilla, Burgos, para el mítico desenlace de «El bueno, el feo y el malo» (Sergio Leone, 1966). Era en su centro, cerca de una tumba anónima (unknown, decía) junto a la de Arch Stanton, donde Clint Eastwood, Lee Van Cleef y Eli Wallach cruzaban sus miradas en un tenso triello acompañado por un piano obsesivo provisto por Ennio Morricone.

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Tom Doniphon, o el Cyrano de Shinbone

(Texto de Jesús Gella Yago)

(John) Ford había escogido a Jimmy (Stewart) para el papel de héroe. Tenía a Andy Devine para el humor inteligente. Y a Lee Marvin como el llamativo villano y, mierda, yo sólo me paseaba por la película”.   (John Wayne sobre Tom Doniphon en El hombre que mató a Liberty Valance, de acuerdo con Tras la pista de John Ford de Joseph McBride).

En 1962 Johny Wayne ya había dejado muy atrás su verdadero nombre (Marion Robert Morrison). Era una estrella indiscutible de Hollywood, actor de prestigio internacional e icono viviente. Había participado en más de cincuenta películas, protagonizado varias decenas de ellas y, por sus papeles en Arenas sangrientas (Sands of Iwo Jima de Allan Dwan, 1949) y El Álamo (The Alamo, dirigida por él mismo en 1960), aspiró al Óscar a Mejor Actor.

Sin embargo no tuvo reparos en aparcar otros proyectos para ponerse de nuevo a las órdenes de John Ford en un desafío a las concepciones cinematográficas modernas que exploraban nuevos caminos en cuanto a interpretación, técnica y vías narrativas: un western clásico rodado en sobrio blanco y negro, con un reparto de veteranos que ya implicaba entonces cierta nostalgia y cuyo argumento se desarrollaba principalmente en interiores iluminados de forma teatral.

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